Opinión | CRÓNICAS GALANTES

Del Imperio español al americano

Los romanos introdujeron el meloncillo en la Península Ibérica como posible animal de compañía o para controlar plagas. / UNIVERSIDAD DE GRANADA

Piden cuentas en México a los españoles de hoy por las crueldades que algunos de sus antepasados cometieron durante la conquista de América, aunque desde entonces hayan pasado cinco siglos y pico. Nunca está de más pedir perdón, si bien parece largo ese rencor para tan antigua ofensa.

Sonaría raro, desde luego, que los actuales gobiernos de España y Portugal exigieran disculpas oficiales a la República de Italia por la conquista de Hispania que perpetraron las legiones de Roma.

Aquel abuso ciertamente imperialista se produjo hace cosa de dos mil años, pero sus efectos se prolongan hasta hoy mismo.

Hablamos todavía en la Península lenguas derivadas del latín, lengua imperial que los romanos impusieron manu militari, por ejemplo. Pero no solo eso. Lejos de respetar las costumbres locales –que reputaba de bárbaras–, Roma nos sometió al inspirador Derecho Romano, además de construir las calzadas cuyo trazado sirvió de guía al de las carreteras y autovías por las que ahora circulamos. Sustituyeron, además, la cultura de las tribus por la suya con toda suerte de teatros, termas, acueductos y hasta la tecnología del arado romano.

Vistos desde la distancia que da el tiempo, los romanos eran unos imperialistas bastante aceptables, por más que tuviesen el enfadoso hábito de saquear las riquezas de aquellos territorios que invadían.

De Galicia, por citar un ejemplo, se llevaron el oro del Sil a carretadas, además de las angulas del Miño, las lampreas y, lo que acaso sea menos perdonable, el vino.

En lugar de exigirles perdón, los vecinos de esta Península les hemos perdonado ya aquellas tropelías típicamente imperiales. Quizá hayamos tenido en cuenta que, a cambio, Roma nos dejó una civilización de la que todavía hoy disfrutamos.

No opinan lo mismo de España algunos gobiernos de Latinoamérica, como el del mexicano Obrador, ahora continuado por Claudia Sheinbaum; o el del venezolano Maduro, que no hace mucho culpó al Imperio español de la muerte de Jesucristo.

Lo curioso del asunto es que fue un español el primero en denunciar los excesos de algunos de los expedicionarios a ultramar. Ya en el año 1552, Fray Bartolomé de las Casas escribió una “Brevísima relación de la destrucción de las Indias” en la que relataba los desmanes perpetrados por los conquistadores. Un texto que, reeditado por los estadounidenses tres siglos después, sirvió precisamente de fundamento a la famosa y no del todo falsa leyenda negra. De suyo, los imperios tienen mala fama.

Extraña, a lo sumo, que en algunas partes de la América hispana anden todavía a vueltas con los atropellos que cometió un Imperio –tan poco amable como cualquier otro– hace más de cinco siglos. Al igual que los romanos, algo dejaría a cambio.

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Medio milenio después es ya otro imperio equivalente a la antigua Roma el que manda. Lo saben bien en el México lindo y querido por los españoles, tan lejos de Dios y tan cerca de los Estados Unidos, según la ingeniosa frase de un intelectual mexicano. A la presidenta Sheinbaum, no obstante, parecen preocuparle más las tropelías de hace quinientos años que las actuales del vecino de arriba. Cada cual tiene sus prioridades, ya se sabe.