Opinión | CRÓNICAS GALANTES

Gallegos en Venezuela, venezolanos en Galicia

En realidad, la España que entonces era de Franco y ahora de los españoles ha dejado de enviar emigrantes a sus antiguas colonias de Latinoamérica

Nicolás Maduro, este jueves, durante un acto del Gobierno de Venezuela. / EFE

Por raro que hoy nos parezca, los gallegos emigraban en masa a Venezuela allá a mediados del pasado siglo. De ahí que sea noticia sensacional la de que los venezolanos sumen ahora mismo el mayor número de inmigrantes trabajando en Galicia. Más que los portugueses, que son como de casa; y en cifra superior a la de los colombianos, los peruanos y los brasileños que ocupan los siguientes puestos de la clasificación.

En esto se conoce que las migraciones son como las mareas. Unas veces pueden ir de este lado del Atlántico hacia América, como sucedió hace setenta años; y otras en sentido inverso. Todo depende de la buena o mala marcha económica de los países.

Bien es verdad que España sigue enviando a la república bolivariana ideada por Hugo Chávez y regentada por un tal Maduro a unos pocos consejeros que, en realidad, no pueden ser considerados migrantes. Los ejemplos más conocidos son el expresidente José Luis (R.) Zapatero y el politólogo y exdirigente de Podemos Juan Carlos Monedero, pero se trata de una mera anécdota.

Habrá quien establezca una relación de causa a efecto entre los consejos que estos dos políticos dan a Maduro y el éxodo creciente de venezolanos a España y otras partes del mundo. Unos siete millones de personas han salido de Venezuela “buscando protección y una vida mejor”, según la Agencia de Naciones Unidas para los Refugiados (ACNUR). El dato no puede ser más llamativo si se tiene en cuenta que el censo de esa nación hermana asciende a poco más de 28 millones de habitantes.

Tampoco hay que exagerar en lo que toca a los consejeros llegados de España. El régimen chavista ya se las arreglaba por sí solo para arruinar al país con mayores reservas de petróleo del planeta, sin necesidad de que fueran hasta allí ciudadanos de la antigua metrópoli para aconsejarles cómo hacerlo.

En realidad, la España que entonces era de Franco y ahora de los españoles ha dejado de enviar emigrantes a sus antiguas colonias de Latinoamérica. Actualmente manda para allá empresas de telefonía, del textil, de la banca, del turismo y hasta petroleras, que ya es decir.

Lo que no cambia es el motivo y las circunstancias de las migraciones, tanto da si hacia allá o hacia acá.

Los gallegos que emigraban a Venezuela y mayormente a Argentina en los años 50 se empleaban al llegar en oficios de poca cualificación. A fuerza de ahorro, muchos de ellos acababan por montar sus propios negocios, hasta integrarse en las clases medias del país que los había acogido.

Nada diferente a lo que ocurre –y ocurrirá– con la inmigración que ahora llega a Galicia y España en general desde América. También los que van viniendo aquí lo hacen, como los gallegos y españoles de otro tiempo, huyendo de regímenes incapaces de proporcionarles medios razonables de vida.

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Siquiera fuese por egoísmo, no sobraría darles una buena acogida en lugar de recibirlos con desconfianza. Nunca se sabe de qué lado van a fluir las mareas de la necesidad.