Opinión | MÚSICA

La impuntualidad de Katy Perry

 En la vida, en el trabajo y en el arte, la historia está sembrada de cadáveres de gente que llegó (o que se fue) demasiado pronto o demasiado tarde

La cantante Katy Perry posa durante la alfombra roja de los MTV Video Music Awards 2024.jpg

Yo tenía un amigo muy impuntual: siempre llegaba 15 minutos antes. Aunque él no le daba importancia, la tenía: empezaba el encuentro con una superioridad moral que desigualaba la charla.

Hay muchas formas de impuntualidad. En la vida, en el trabajo y en el arte: la historia está sembrada de cadáveres de gente que llegó (o que se fue) demasiado pronto o demasiado tarde.

No es sencillo ser puntual y, sin embargo, cada vez es más claramente la principal clave del éxito. Leo en 'Slate' un artículo magnífico de Carl Wilson (aquí conocido por su libro 'Música de mierda') sobre la desastrosa última década de la cantante Katy Perry.

La compara con Shirley Temple, que con su jovial claqué y sus ingrávidos tirabuzones fue un fenómeno durante la Gran Depresión, pero que luego tuvo que cambiar su personaje y oficio. Sus piruetas no acababan de casar con los aires de la Segunda Guerra Mundial. Se reinventó leyendo cuentos infantiles y luego con una fructífera carrera diplomática.

Algo parecido pasa con Perry. Triunfó con sus 'bazookas' de helado de nata y sus pezoneras lanza-fuegos artificiales (qué increíble himno es 'Fireworks') a inicios de la década anterior. Su 'Teenage Dream', de 2010, logró cinco números 1, algo que solo había sucedido con 'Bad', de Michael Jackson. Supo canalizar la necesidad de escapismo y brillo durante los años de la crisis económica y financiera global. Siempre que hay recesión, funcionan dos géneros: el musical (miren los de Busby Berkeley) y el género negro (los detectives 'hardboiled' de los años treinta). A la gente, no tener dinero le da ganas de bailar o de matar a alguien.

Además, eso sucedía en medio de un cierto optimismo de la era Obama. Y caducó cuando Trump subió al poder en 2016. Mientras él subía, ella bajaba y perdía el paso, como los tiburones de peluche que solían bailar a su lado.

Hizo lo que cualquier otra persona haría: esforzarse y que se le notara demasiado el esfuerzo. Un especial de 72 horas en YouTube, donde hasta hacía terapia. Un disco titulado 'Smile' (sonríe), publicado en los primeros meses del covid. Luego lo intentó con un tema vagamente feminista… coproducido por Dr Luke, un tipo que había sido denunciado por abuso sexual. Y de ahí a, cuenta Wilson, líos inmobiliarios con monjas y veteranos de guerra, polémicas de racismo por unos zapatos, investigaciones del Gobierno español por un vídeo rodado sin licencia en Formentera y hasta un 'post' de agradecimiento a Elon Musk. Ahora saca disco y, de hecho, hace unos días circulaba un vídeo dando pizza a los fans (porque aún los tiene y muchos) en la calle.

Es fácil llegar pronto o tarde y muy difícil ir con los tiempos, porque además los tiempos cambian ahora más rápido que nunca. Vas un momento al baño y se te para el reloj. He visto a personas decir que son quien no son, a ricos que se hacen los pobres y a tontos que se hacen los listos, y a gente cantando canciones o escribiendo libros a partir de lo que más se aplauda en las redes.

Ahí menos, pero en la vida sí empatizo con los que se quedan un poco adelante o un poco atrás. Los que, como cuando los deja su pareja de siempre, exclaman: “¡Pero si soy el mismo de siempre!” (el mismo de cuando aún se pagaba con pesetas y no había internet ni batamantas). Y aún me enternezco más con el espectáculo tragicómico del que intenta cambiar, con el tipo perdido que se calza esas zapatillas deportivas demasiado chillonas o que se pone lo más escuchado en Spotify con libreta y boli.

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No es fácil llegar en hora. Menos aún mantenerse al día siendo sincero con uno mismo. Ni en el arte ni en la vida. Esta columna, por ejemplo, caducará en unos cinco minutos.

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