Opinión | TELEVISIÓN

Broncano (y el fomento de la lectura)

Parece que el tiempo acaba dignificando todo, cuando el demonio que domina el presente (la gente enganchada al móvil) da más miedo

El equipo de 'La revuelta' / RTVE

Hasta hace relativamente poco, la sociedad denunciaba que los jóvenes veían demasiado la tele. No sé en qué punto estamos ahora, porque las cifras de audiencia del estreno de David Broncano en Televisión Española se han celebrado al revés: ¡por fin un programa que logra que los jóvenes se sienten a ver la tele!

No hay ánimo moralista, sino estupefacción genuina y una sincera curiosidad por el porvenir: quizá en breve se vea con buenos ojos que el pediatra de cabecera fume Ducados en la consulta o que a los bebés se les duerma con una gotita de jerez en el chupete.

Supongo que una etapa tecnológica y de comunicación tapa la anterior. Los cómics superheroicos se consideraron nocivos un tiempo, la radio debió de ser mala cuando llegó, como también la televisión, por no hablar de los videojuegos (¡o de los juegos de rol!). Sin embargo, parece que el tiempo acaba dignificando todo, cuando el demonio que domina el presente (la gente enganchada al móvil) da más miedo.

De hecho, tomemos el objeto con más prestigio intelectual: el libro. Ahora dicen que los libros son sexy, aunque, en cierto modo, a la gente le gusta más ver fotografías de libros que leerlos. Son un objeto intocable (a menudo de forma literal, ya que pocos los abren), cargado de un capital simbólico a menudo contraproducente. Quizá alguien se ría de ti, pero en ninguna familia o medio de comunicación se alarmarán con el hecho de que los adolescentes lean novelas (más bien lo contrario: lamentarán, con una nostalgia algo tramposa, que ya no las leen).

Pues bien, no fue siempre así. Platón, sin ir más lejos (o yéndome tan lejos), decía que los libros eran un impedimento para el aprendizaje. Y no era de buen tono que la juventud (especialmente las chicas) leyera novelas en el siglo XIX. La visión del amor en Jane Austen, o en 'Madame Bovary' de Flaubert, podían ejercer una mala influencia. De hecho, las primeras bibliotecas de préstamo de la época victoriana no ofrecían novelas de ficción, sino solo libros considerados instructivos. Alguien demasiado lector era tildado de afeminado, poco vigoroso, de espíritu marchito, salud taciturna y piel poco tonificada.

Hay un libro magnífico sobre esto: Contra la lectura, de Mikita Brottman. Arranca comparando la lectura y la masturbación (actividades normalmente solitarias, nocturnas, solipsistas) y de ahí ya no se baja. ¿Cómo va a ser buena la lectura si Hitler y Unabomber eran tan lectores?, suelta.

Quizá haya pasado lo mismo con la televisión. Cuando yo era pequeño, tenía que hacer equilibrios en casa para poder ver los dibujos animados (por ejemplo, aducir que aprendía muchísimo con 'La vida es así' y que con 'Los tres mosqueperros' estaba repasando a Dumas). Y solo podía ver la programación nocturna los viernes. Desde luego, no recuerdo que me obligaran a ver tele como quien indica que hay que comerse el plato de lentejas o que se celebrara que me supiera el nombre de las azafatas del 'Un, dos, tres'.

Pero ahora, y quizá preocupados por la dispersión de las multipantallas y los contenidos nicho, se festeja que Broncano haya arrasado con casi un 25% de share entre los jóvenes. El estreno, de hecho, lo mereció: bombo y chistes con ritmazo contagioso y un entrevistado casi anónimo (un campeón de surf invidente) con una historia novelesca. Broncano hace tele como un buen bailarín baila: sin esfuerzo y logrando que parezca fácil.

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Así que no descartemos esos eslóganes recientes de la lectura, aplicados ahora a la tele: “Ver tele es sexy”, por ejemplo, en campañas institucionales de Fomento de la televidencia.

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