Opinión | MACONDO EN EL RETROVISOR

Repudio

Como sucedió cuando se prohibió fumar en los bares y restaurantes, habrá revuelta social si se elimina en terrazas o parques, mucha conversación sobre el asunto y protestas, pero todos sabemos que quedarán en agua de borrajas

Una mujer fumando en una terraza, en una imagen de archivo.

En España el tabaquismo es la primera causa aislada de mortalidad y morbilidad evitable. Es difícil de entender, viéndolo negro sobre blanco, que millones de fumadores se empeñen todavía en jugar a la ruleta rusa con su salud a diario. Allá cada uno, supongo, pero no está de más dejarles bien claro, que esa decisión personal no lleva aparejada la aceptación tácita del daño colateral que conlleva para quienes esperan el autobús a su lado.

La Comisión Europea ha decidido abrir el melón de revisar la lista de los lugares libres de humo y ampliarla, basándose precisamente en el impacto que tiene en la salud de los demás. En el punto de mira están: las terrazas de los bares, zonas recreativas donde pueda haber niños, tales como parques infantiles, zoológicos o piscinas; paradas de autobús, estaciones o espacios al aire libre de colegios y hospitales.

Son sólo algunas de las sugerencias de Bruselas para hacer frente a los riesgos que plantean los aerosoles y el tabaco. "No existe un nivel seguro de exposición al humo ajeno", aseguró la comisaria europea de Sanidad, Stella Kyriakides, la semana pasada en un comentario escrito en el que planteaba esta propuesta, que incide en la importancia de abordar factores de riesgos de probada incidencia en ciertas enfermedades. Según datos de la OMS, en nuestro país se estima que hasta el 90% de los casos de mortalidad por cáncer de pulmón son causados por el consumo de cigarrillos. Y la certeza científica sobre su impacto directo en otras dolencias como las cardiopatías o los accidentes cerebro vasculares es incuestionable.

Los motivos por los que hay quien decide ignorar todas esas evidencias científicas y médicas, es obvia y conocida: la nicotina es altamente adictiva y como todas las adiciones no atiende a razones. Pero, además, desde el punto de vista sociológico, se sustenta en un pilar, que personalmente creo que es el mayor problema: cuenta con una tolerancia social casi total.

En cualquier restaurante familiar con terraza es inimaginable que alguien se fume un porro o se meta una raya de cocaína a plena luz del día, pero nadie se rasga las vestiduras si alguien en la mesa de al lado se enciende un cigarro, aunque le resulte molesto o incluso repugnante, porque durante años se ha normalizado y publicitado su consumo.

Muchos crecimos rodeados de una cultura que no sólo no perseguía los pitillos, sino que los 'vendía' como algo glamuroso, asociados a élites estéticas, artísticas y literarias. Poco a poco eso ha ido cambiando. Las impactantes fotos de los actuales paquetes, las campañas de concienciación y la información disponible han sido moderadamente efectivas, pero no han calado todavía lo suficiente en la conciencia colectiva, que en general, sigue aceptando los cigarrillos como algo cotidiano, que no lleva aparejado un claro y sonoro repudio social.

Obviamos que el tabaco es una poderosa droga estimulante del sistema central y que uno de sus principales componentes, la nicotina, posee una enorme capacidad adictiva por la que su consumo produce dependencia, como si fuera la 'letra pequeña' de un contrato tan viejo que no es noticia.

A eso se suma la aparición del vapeo, que no ha hecho más que ampliar esa transigencia y ha contribuido a aumentar el número de fumadores. La Sociedad Española de Medicina de Familia cifró este año en un 19% el número de adolescentes que vapean. Y advirtió, además que caen en el error de no considerarlo nocivo, pese a ser un derivado del tabaco, que lleva nicotina, y por tanto, impacta también dañinamente en el organismo.

No es de extrañar que desde la Unión Europea hayan decidido tomar cartas en el asunto para intentar ponerle freno al 'blanqueamiento' y la aceptación del tabaquismo. Que dejemos de naturalizar el hecho de que alguien fume a nuestro lado como si no tuviéramos ni voz ni voto en ello, sólo por estar en un lugar abierto y público, es una revolución social en el que no habrá vencedores ni vencidos, porque en realidad, con esos malos humos de menos, ganamos todos.

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Como sucedió cuando se prohibió fumar en los bares y restaurantes, habrá revuelta social, mucha conversación sobre el asunto y protestas, pero todos sabemos que quedarán en agua de borrajas. Porque con el paso del tiempo, se caerá la venda, y nos daremos cuenta que durante siglos hemos tragado, literalmente, con el impacto a corto y largo plazo en nuestra salud de un vicio que sólo y exclusivamente debería afectar al que lo elige libre y conscientemente. 

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