Opinión | ANÁLISIS

"No se puede ir al Tour sin bici"

En un mar de escepticismo, los socios de coalición ven inviable gobernar sin presupuestos y sin mayoría parlamentaria

"No se puede ir al Tour sin bici" / LNE

Sin mayoría social (faltaron los votos que le hubieran asegurado gobernar en solitario) ni mayoría parlamentaria (al ser circunstancial e irse evaporando, se ha quedado sin artillería para cumplir sus promesas), el presidente del Ejecutivo no renuncia a seguir gobernando, convocando elecciones.

En reunión grave del partido –fuente de legitimidad– produjo estupor su declaración de intenciones: "Vamos a gobernar con o sin apoyo del poder legislativo, que necesariamente tiene que ser más constructivo y menos restrictivo".

Los crédulos –con intereses materiales tangibles– no aflojaron el frenesí aunque, con el regocijo, quisieran disimular que no han sido consultados sobre los indultos a los sediciosos, la reforma del Código Penal, ni la Ley de Amnistía.

Tampoco sobre el Concierto –pago del segundo rescate, para sacar a Cataluña del régimen común de financiación de las comunidades autónomas– ataviado de financiación singular y cocinado de manera encubierta, al margen del parlamento.

En un mar de escepticismo, los socios de coalición ven inviable gobernar sin presupuestos y sin mayoría parlamentaria. Y el avispado de guardia no ha tardado en echar mano de un símil deportivo –"el Tour y la bici"– para visualizar la anemia parlamentaria.

A caballo entre la perplejidad desmoralizada y el estupor melancólico, resulta fundado echar un vistazo al trasfondo de las cosas y preguntarse qué es lo que ha querido decir: ¿bloquear la Cámara Baja, como tanteado con la Alta? o ¿renunciar a presentar proyectos de ley, recurriendo a los socorridos decretos, al no contar con los votos necesarios?

A fin de cuentas ¿se puede gobernar sin el apoyo del Legislativo, del que deriva la legitimidad democrática del Ejecutivo (Maurice Duverger)? Él sabe que sí y esa es la incógnita de una ecuación imposible.

La gravedad del desahogo –se puede gobernar sin mayoría parlamentaria, o sea, sin presupuestos, sin leyes, sin el control de las Cámaras, el poder legislativo soy yo– fulmina la letra y el espíritu constitucional que consagra, como depositarios de la soberanía nacional, a las Cortes (Congreso y Senado).

Como si improvisara sobre la marcha, el audaz volatinero estaría amagando, habida cuenta de que lo que más le interesa son los tiempos, también los del Supremo y el Constitucional.

El prófugo sucesivo no ha sido amnistiado porque la Sala Penal del TS ha excluido del "perdón político" el delito de malversación. Admitida a trámite la cuestión de inconstitucionalidad, el TC la resolverá en primer lugar. Seis meses de tramitación y sentencia alrededor del verano. Con aviso a impacientes, los 16 recursos a la ley de amnistía vendrán después.

De ahí que la amenaza latente del independentismo –retirar los apoyos que permitieron la investidura y pueden abortar la legislatura– se haya hecho visible. No se ha quedado atrás el golpe existencial, con olor a venganza del Ejecutivo: si retiras el apoyo, no hay amnistía.

Con pericia asombrosa da por perdidos, en la presente legislatura, los 7 votos, de esa facción independentista y embrisca al tribunal de garantías para demorar la amnistía. En ese contexto, puede enmarcarse la advertencia a los suyos: gobernar "con o sin" el poder legislativo.

Con lógica visceral, algo que le obsesiona y persigue con denuedo es que no haya alternancia política. Nadie ha acumulado tanto poder sin haber ganado ninguna elección general y lleva seis años alardeando de tener una mayoría suficiente.

En casi medio siglo de democracia, no hay registro de una actuación con semejante desgaire –discursos sobre uno mismo, todo un recital de excelencias– a los contrapesos que sustentan la convivencia. Qué no habría hecho de haber tenido mayoría absoluta.

Inmersa en sus ansiedades, la sociedad española menos condescendiente, la que no ha bajado los brazos, se pregunta ¿cómo es posible que tantos contrasentidos (Estado de derecho, funcionamiento de las instituciones, cohesión territorial, moral colectiva) no tengan respuesta en las urnas?

Los partidos dinásticos se pisan los talones y los sondeos reflejan algo parecido a un empate técnico, al que se llega por esa fórmula infalible de la división: infiernos telúricos de la extrema derecha, buenos y malos, progresistas y conservadores.

Partiendo de la base de que la política no es espacio de confort indulgente, sino campo de batalla, la alternativa–sobre–el–papel lleva siete años sin convocar un congreso en el que se debatan estrategias, alianzas o balances de resultados, anomalía táctica que la ciudadanía lleva con la ligereza que dispensa el hartazgo.

¿Cómo es posible que siga sin adecuar el discurso a la gravedad de la situación y, de paso, sin visualizar la tripulación con la que saltar el muro y acometer el cambio, sin por ello pregonarlo a destiempo?

Sin el lamentable silencio y evanescencia intelectual de las élites, nada de lo que se está haciendo sería posible. Si ante el primer delirio –los indultos ilegales– el Estado de derecho se hubiera plantado, no se habría llegado a la actual situación. Cerrar un grifo a tiempo puede prevenir el peligro de una inundación descontrolada.

Esa resignación para aceptar lo que se considera inevitable, "la moción de censura es tan imprescindible como imposible", equivale a que la matemática parlamentaria convirtiera a un rival áspero y escaso de escrúpulos, en alguien inmunizado a todo tipo de vicisitudes.

El día que perdió las elecciones (17 diputados menos que su contrincante) dijo: "Somos más". Ahora "son menos" y dice: da igual, "Avanzamos", sin mayoría en el Congreso y en el Senado, contra los estorbos.

El impostado chasco del procés podría apresurar la presentación, a las próximas elecciones generales, del pacificador de Cataluña y ejecutor del independentismo.

A pesar del fecundo poder territorial, la oposición, obligada a estar a la altura de las circunstancias, transmite la falsa impresión de adolecer de atributos para facilitar una alternativa, contentarse con aplausos fócidos y mostrarse invariablemente disgustada.

La lejanía de la mayoría social, que precisa, aumenta cuando no acaba de decidir, sin complejos ni temor, sobre necesidades existenciales: inmigración, defensa, fortalecimiento del Estado, separación de poderes…

Esto no resulta sencillo en un sistema, poblado de mediocridades sin especial talento para la cosa pública, en el que un tribunal se atribuye funciones que no tiene y un conductor que no gana las elecciones, hace concesiones, que no llevaba en su programa electoral, cuando había dicho que no las haría nunca.

Sin el diseño de una estrategia ganadora, la mansedumbre infinita en la que se mueven las nubes (Pla), podría llevar a pensar que este viento, que sopla con aire pasajero, es duradero.

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