Opinión

El mundo funciona en gris

Las probabilidades de que un jurado estadounidense le absolviera no llegaban al 1%, de modo que el inopinado veredicto supuso un cambio radical en la suerte del magnate británico de la tecnología

El mundo funciona en gris / LNE

La delgada línea que separa una absolución inesperada del extraño naufragio que ha conmocionado al mundo, impulsa una reflexión existencial que lleva, de forma inevitable, a abrir los ojos ante la vida.

A partir de una sucesión de hechos, éxito empresarial, deambular judicial, redención inesperada, celebración de la libertad, errores humanos, son ingredientes para contener el resuello, al desembocar la secuencia en el epitafio de la muerte.

Hijo de bombero y enfermera, Mike Lynch (ML), 59 años, cuyo primer trabajo fue limpiar los suelos de un hospital, había creado Autonomy, empresa de software que aprende los patrones de comportamiento (matrículas, huellas dactilares, rostros) de cada actor, dentro de una organización, y detecta actividades inusuales.

Con anterioridad, su primera empresa, Cambridge Neurodynamics, especializada en el reconocimiento informático de datos procedentes de llamadas telefónicas y correos electrónicos interceptados, tenía contratos con las agencias de inteligencia del Reino Unido.

El magnate anunció, el 18 de agosto de 2011, "este es un día trascendental en la historia de Autonomy", la venta de su compañía a Hewlett-Packard (HP); dispuesta a transformarse, apresuradamente, de fabricante de hardware a gigante del software.

Poco después, accionistas e inversores de HP rechazaban de plano la adquisición de la compañía, por haberse exagerado el valor de la firma, 11.000 millones de dólares. Con la depreciación del valor de la transacción en 8.800 millones de dólares, lanzó una batalla legal, alegando haber descubierto "graves irregularidades".

Entonces, ML se lo explicó así a su hija de seis años: "Papá regaló una planta a una persona, y esa persona no la regó bien. Por eso se murió, y ahora quieren echarle la culpa a papá".

Trece años después, tras enconadas disputas legales y 27 millones de euros gastados en la defensa, ML –que se enfrentaba a una pena de hasta 20 años de cárcel– fue absuelto por un jurado de San Francisco, de 15 cargos de fraude y conspiración, al tiempo que recuperaba la fianza de 90 millones de euros que entregó para garantizar que no intentaría escaparse.

Las probabilidades de que un jurado estadounidense le absolviera no llegaban al 1%, de modo que el inopinado veredicto supuso un cambio radical en la suerte del magnate británico de la tecnología, que se había pasado una década, peregrinando por tribunales.

Mientras insistía en que el desmoronamiento se debía a la mala gestión, por parte de HP, de un preciado activo y no a un fraude, recurrió a una metáfora afortunada. "La vida tiene matices y es complicada, si llevas el microscopio a una cocina impecable, siempre encontrarás bacterias".

El destino es caprichoso y la suerte volvía a darse la vuelta. Apenas unas semanas después de la absolución, ML, que había estado preparando "el comienzo de una nueva vida", celebró su rescate, con un crucero organizado por su abogado personal para festejar por todo lo alto la rehabilitación de su cliente. Momento en el que volvía a estar flanqueado por quienes más le habían apoyado durante el juicio: su mujer, una de sus hijas, un banquero y el letrado.

En un giro cruel del destino, perdió la vida al ser alcanzado su lujoso velero –bandera británica, casco de aluminio, 56 metros de eslora, mástil de 75 metros– por una tromba marina en la isla italiana de Sicilia. El barco se hundió en apenas segundos y de los acompañantes solo se salvó la propietaria del yate, su mujer.

La fatalidad y la extrañeza no se quedaba ahí. Dos días antes, su socio, Stephen Chamberlain, había resultado herido de muerte, tras haber sido atropellado por un coche cuando hacía footing.

El nombre del yate, "Bayesian", en honor al teorema matemático de Thomas Bayes, cuyos trabajos sobre la probabilidad inspiraron gran parte del pensamiento de Lynch y alrededor del cual había construido su imperio. Toda una conjunción de probabilidades, tan desfavorable como mortal.

Quienes presenciaron el hundimiento no tardaron en sentenciar que la embarcación estaba en el lugar equivocado, en el momento equivocado, conjetura que activaba las críticas por la cadena de errores humanos cometidos y las dudas sobre la adopción –por el capitán y la tripulación– de todas las medidas de seguridad necesarias para evitar la tragedia.

¿Nadie estaba de guardia en ese velero para mirar los partes que se reciben a bordo? El yate se encontraba a tan solo 300/400 metros de la bocana del puerto ¿querían "ahorrarse" el amarre?

Quedan pendientes las explicaciones de los supervivientes: condiciones meteorológicas; inundación masiva por rotura de ventanas y puertas abiertas; fondeo junto a costa y no levar ancla ¿se puso el tormentín? Capítulo aparte será determinar por qué sobrevivió la mayor parte de la tripulación –quince personas fueron rescatadas– mientras morían seis invitados y el chef.

La adversidad contigua a la arrogancia ("hubris"), esa que sacrifica la estabilidad y la seguridad, para presumir del "mástil de aluminio más alto del mundo", con el resultado de morir de la manera más horrible, en un barco cuyo propósito era exhibir riqueza.

Alegorías finales: el barco estaba encendido "como un árbol de Navidad" y una lancha de los bomberos llevó al muelle una bolsa con el cadáver del magnate.

Uno de los filósofos vivos más reconocidos, el alemán Peter Sloterdijk (1947), en su obra "Gris, el color de la contemporaneidad" (Siruela) traza la historia de la humanidad, a la luz de los significados simbólicos de este tono fluido y ambiguo, equidistante. Y explica qué puede suponer que cada día seamos un poco más grises, más opacos, menos brillantes y esperanzadores.

Escribe Sloterdijk, "lo que dijo Cézanne: ‘mientras no se haya pintado un gris, no se es pintor’, suscita otra afirmación: ‘mientras no se haya pensado en el gris, no se es filósofo’". Y concluye que este tono, aparentemente el color de la indiferencia y la neutralidad, no sólo es hoy el rey de la paleta sino que nos ha permeado a lo largo de la historia.

Color determinante de nuestro tiempo, el gris se erige victorioso y puede llevarnos a una neutralización moral que se opone a la celebración de la diversidad, describiendo así en una sociedad desteñida en la que sólo salva el cuello quien no se moja, la ambigüedad de la vida contemporánea.

En qué estaría pensando el abogado de Mike Lynch cuando, en los primeros días del juicio declaró: "En este juicio van a ver que el mundo no funciona así. El mundo es complicado. El mundo funciona en gris".

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