Opinión | ANÁLISIS

La radical soledad de un grifo

En Occidente, "el estado del bienestar, que protege a los ciudadanos desde la cuna hasta la tumba" –al que se refería Winston Churchill– ha pasado a ser un evangelio ecuménico e irrebatible

23/03/2024 Una persona llena un vaso de agua de un grifo, a 23 de marzo de 2024, en Madrid (España). La Comunidad de Madrid y el Canal de Isabel II presentaron ayer viernes, un nuevo portal web que anima al consumo de agua del grifo y que ofrece, entre otras cosas, acceso rápido a la fuente más cercana de entre la red de más de 1.300 puntos públicos de la región. Esta iniciativa, bajo el lema, ‘#deMadridydelgrifo’, ha coincidido con la celebración del Día Mundial del Agua. POLITICA Ricardo Rubio - Europa Press / Ricardo Rubio - Europa Press

En la despedida del ardiente verano le invito, dilecto lector, a que tome asiento, encienda el aire acondicionado (si lo soporta); prescinda un rato del whatsapp, póngase en modo avión; hágase con una cerveza bien fría; reparta alegría hasta que se ponga el sol y acometa, con paciencia, la lectura de esta pieza con reminiscencias orteguianas.

Más que un somnoliento amago de oasis, este relato –casi inverosímil– no deja de ser un ajuste de cuentas, con nuestro país en el escenario. No es un cabildeo ni pretende ser una historia particular, aunque se precisa una implicación personal con aquello que se escribe. A quien piensa que la gloria se consigue luchando, no le gusta mantener una queja silenciosa.

Uno no actúa como escritor de domingo (alguien que, de pronto se le ocurre una idea, y corre a escribirla). Tampoco hace periodismo "de nevera", enlatado para cubrir el tedio informativo de la canícula veraniega.

Sin menospreciar lo que explicaba Goethe: "Es feliz el que reconoce a tiempo que sus deseos no van de acuerdo con sus facultades", hay que reconocer que, cuando se quiere algo, se despierta la ansiedad de lo antes posible.

En este caso no se ha activado el resorte de la impaciencia. Más bien, es un recorrido planiano describiendo cómo funcionan cosas sencillas en la España de "paguitas" (ayudas, pensiones, empleos públicos), lo que ayuda a hacerse una idea de lo que pasa, cuando se ve la proa acercarse al acantilado.

De modo que subyace una emoción reveladora, pues la vida se concreta mejor en lo pequeño, un poco a lo Proust sentado en el balneario. Con la convicción de que lo que no se combate, se contagia.

Decía el añorado Ferlosio: "Lo más sospechoso de las soluciones es que se las encuentra siempre que se quiere". Pero esto ya no es así, lo era en un tiempo –que ya no existe– en el que merecía la pena luchar, arrimando el hombro. Con la anhedonia (pérdida del placer) laboral, la nostalgia ha quedado desplazada y ha dejado de ser lo que era.

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En una fría mañana de invierno, cuando uno se disponía a encarar el apremiante afeitado (cada vez se entiende mejor el sentido práctico de las barbas, cuando no son ideológicas), el grifo del agua caliente –condición básica de la felicidad– dejó de prestar servicio, sin previo aviso.

Dubitativo y menguante, pero sin llegar al desmoronamiento, el náufrago ocasional, acorde con la emergencia sobrevenida, tomó una decisión perentoria: llamar a un fontanero, ese especialista del agua, el gas y la calefacción con creciente proyección social, que cobra por sesión, alejado del valor añadido y que opera –a menudo– en inhóspitos teatros de operaciones, sin por ello llegar a los apodícticos infortunios del pocero.

El primer intento de devolver la vida al grifo –del griego: animal fabuloso– fue recurrir a los buenos oficios de la comunidad de vecinos donde se encuentra el adminículo. Intento vano.

Al tratarse de lo que, hoy en día, se considera una minucia –más o menos, 100 euros– la comparecencia del operario costó lo suyo y, cuando apareció, lo hizo con un principio de sonrisa ladeada de conejo.

Esa aire ausente, distraído, un poco atónito, escondía una decisión insoslayable: la negativa encapsulada en glosofobia –miedo a hablar en público– ese padecimiento que lleva al español a callar, lo que Unamuno consideraba, una forma de mentir en ocasiones. Pero no hay mentira a la que no se le corra el rímel. Como decía Quevedo: "La mentira tiene sastre y abriga al que la dice".

En Occidente, "el estado del bienestar, que protege a los ciudadanos desde la cuna hasta la tumba" –al que se refería Winston Churchill– ha pasado a ser un evangelio ecuménico e irrebatible. Y se esgrime para aceptar o rechazar trabajos, con fórmulas variadas: ocio, dinero, conciliación, ecología…

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Avanzaba el invierno y el grifo del agua fría permanecía célibe, con la pareja en dique seco (nunca mejor dicho), lo que avivaba una angustia, todavía de menor cuantía, urgente de solventar. En un entorno en el que las certezas son cada día más precarias y el porvenir, imprevisible, no queda otra que acostumbrarse a vivir en la incertidumbre.

Se recurrió a un plomero –acreditado por anteriores intervenciones de mayor enjundia– que mantuvo la pose que gastan fontaneros, carpinteros, herreros, cristaleros que, al sobrepasar la línea y ser pudientes, piensan que ya son nuestros jefes.

Ensimismado, con una serenidad solo matizada por una sospecha de displicencia, venía desprendido del azul mahón y su argumento defensivo para eludir el encargo fue un consejo-trampa: al haberse quedado obsoleta y, por tanto, fuera de "stock", había que cambiar toda la grifería. Todo un símbolo de modernidad y decadencia: la cancelación de lo viejo.

Quería dejar claro que había subido peldaños en la escalera social y, jugaba a su favor lo que sostenía el malhadado Woody Allen: "El dinero no da la dignidad, pero produce una sensación tan parecida que necesitas ser un profesional para notar la diferencia".

Con este segundo aviso, nos íbamos acercando al meollo, que no era otro que el socorrido mantra del relativismo moral: "primum vivere deinde philosophare". Con la pandemia y la inflación como galvanizadores de lo que dejó escrito Blas de Otero: "Vivir se ha puesto al rojo vivo"

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Seis meses después, la avería seguía siendo una desazón sin resolver. La primavera daba paso al estío y con ello se esfumaba la lábil quimera del remedio. En algún momento se podría pensar que la opción alternativa a presentar era un grifo digital, para no desentonar del "mainstream".

Los que vivimos la Transición en "silla de pista" no acertamos a rebajar la tensión que produce el que, a sabiendas de que no va a cumplir, ofrece tanto sirviéndose de la mendacidad.

Agotadas las opciones locales, el recurso fue dejar de momento a un lado la cultura de la celebración instantánea –fiestas, puentes, vacaciones– recurriendo a un menestral con otra mentalidad que nada tiene que ver con el capitalismo compasivo y el artificio del bienestar.

Un albano kosovar –con inocencia de asombro en la corta distancia y decidida voluntad de no dejar de aprender– con papeles en regla y sin 4x4, afincado en España, dispuesto a afanar sin remilgos ni pretensiones.

Ante esa realidad alguien, que acaba de sufrirlo, completa el relato: "Se nota que no llamaste al seguro, pues el técnico de turno te diría que has manipulado el grifo y que esa avería ya no está cubierta, así que llama al seguro de nuevo para abrir una nueva incidencia".

Un mundo absurdo, en el que resulta más económico deshacerse del grifo averiado, al que le falta un tornillo (más basura a limpiar y reciclar con subvenciones del estado, bajo criterios ESG), por uno nuevo de fabricación china, con "menos" exigencias.

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