Opinión | EL CUERPO EN GUERRA
De golpes y firmas
Golpe tras golpe, firma tras firma, tratar de mantener la entereza. Eso es ser adulta, al igual que encargarse de los recibos o de alimentarse a diario
Ilustración: de golpes y firmas / Monra
Septiembre ha llegado a mí como un huracán, arramplando en casa, haciendo circular todo por los aires y causándome una continua sensación de mareo y visión de túnel que trasciende la ansiedad del momento, que no responde a las benzodiacepinas. Sobre todo, septiembre me ha apedreado con firmas, dinero que sale de la cuenta corriente para no volver y teléfonos que no suenan (¿trabajar y escribir tanto para qué?). Firmas como puñaladas graves no letales y llantos de cebolla que desangran, porque cuando una se hace adulta algunas cosas ocurren a través del acto de firmar: el alquiler de un piso o una tarjeta de crédito, por ejemplo. O algo mayor, que cae no sólo por su propio precio, como una hipoteca y/o unas escrituras dan paso a una casa en propiedad (guau, una casa propia, ¿eh? Todo un sueño para mi generación). La firma como principio y final.
Lo emocional también requiere de firmas, como adoptar esa gata que será tu compañera de vida la próxima década (o más, con suerte). Al igual que escribí en su momento «Firmo / y formo una familia», ahora firmo y esta se desvanece como si se tratase de una mera historia de fantasmas de dudosa existencia (¿visteis la película A ghost story? Pues justo eso). No se lo deseo a nadie, pero sólo se crece a golpes, me digo; la vida va de golpes y firmas. Al fin y al cabo, ¿cómo no va a ser un disparo tener que firmar el borde de una página en la que se explicita que «ambos cónyuges declaran que nada tienen que decirse ni reclamarse?».
¿Cómo salir indemne de firmar que con la persona que ha sido tu mundo y tu vida entera, tu amor y horizonte, tus coordenadas vitales y las cosquillas en el salón a la hora de la siesta, tu hogar y tu fin, ya no tienes nada que decir? ¿De verdad no podríamos pasar horas enteras hablando de la historia de lo nuestro que se acaba para siempre? Yo sí. Esto es, firmo, pero podría pasar días enteros tratando de comprender, dilucidar todo lo que hice mal o lo que no he conseguido perdonar.
¿A dónde irá lo que ya no nos diremos? "All that is solid melts into air", dice el póster que nos trajimos en nuestro primer viaje a Praga y que sigue ocupando mi despacho.
Golpe tras golpe, firma tras firma, tratar de mantener la entereza. Eso es ser adulta, al igual que encargarse de los recibos o de alimentarse a diario. De cuidarse a sola, solísima en el mundo, más allá del miedo y las dudas. Con suerte, siendo consciente de que a tu lado camina todo tu ejército, tu familia elegida, dispuesta a encarar contigo cualquier batalla, pero esto, querida, los golpes y las firmas, van directos hacia ti y son inevitables. No hay escudos.
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