Opinión | EL CUERPO EN GUERRA
Una hora, un día, un mes
Hace calor, llega la noche y no refresca y... ¿qué nos queda si no hacemos de nuestra vida un pequeño oasis de resistencia a las inclemencias vitales?
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Quiero rendir homenaje, en medio de esta ola de calor horrorosa, soporífera, que parece que nunca acaba y vaticina nuestra extinción en apenas ¿unas décadas?, a la importancia de los pequeños detalles cotidianos que hacen que el día merezca la pena. Algo tan sencillo como concederse un helado a la hora de la siesta, dejar en stand by ese proyecto que se nos resiste para pasarnos la tarde refugiadas en casa leyendo o al teléfono poniéndonos al día con nuestra mejor amiga. Ese partido de pádel y la cerveza fresquita del después que nos remonta el día, darse el lujo de comprarse un trozo de sandía para merendar, concentrar toda nuestra atención en esos 15 minutos que pasamos peinando a nuestra gata mientras ella nos devuelve los cuidados lamiéndonos la nariz...
A todo eso que puede ser, que no es tan difícil de conseguir pero que nos devuelve a la vida (más que el aire acondicionado). A ese mensaje que hace vibrar el móvil y, de repente, pone patas arriba nuestra vida (para bien). A los amores de verano, los amantes pasajeros, las películas que nos sacuden por dentro y las verbenas. A la capacidad de ilusionarse con poco como motor de la existencia.
Un amigo me contaba hace poco su tesis para mantener a raya el estrés y nuestros niveles de cortisol: una hora, un día, un mes. Esto es, dedicar una hora al día a hacer algo que nos guste, concederse un día libre a la semana sin móvil (salvo lo imprescindible) de desconexión y tomarse un mes de descanso. Esto último, dado nuestro ritmo de trabajo y precariedad actual, me parece más difícil de conseguir, pero lo demás es cuestión de proponérselo (y hasta de salud, física y mental). Creo en el sistema de autopremios, que nuestro cuerpo reconoce si nos estamos dando un capricho al tomarnos una sesión doble de cine porque llevamos encerrados currando todo el día o si hemos sido capaces un día más de aguantar sin escribir, llamar o acaso ni siquiera nombrar a nuestro ex. Que interioriza mejor las conductas positivas con un refuerzo material o, al menos, a mí me funciona.
En medio de este verano en el que las temperaturas pareciese que quisieran condenarnos a no tener posibilidad de hacer casi nada y que nos arrastramos de la ducha a la cama o de la ducha al sofá, cuando ya hemos perdido casi la cordura mental, reivindico el cultivo de la ilusión -aunque sea en dosis minúsculas- y el sistema de autopremios. Hace calor, llega la noche y no refresca y... ¿qué nos queda si no hacemos de nuestra vida un pequeño oasis de resistencia a las inclemencias vitales? Quitarse ruido mental, regalarnos las horas de sueño y los litros y litros de agua fresca que nuestro cuerpo demande y algún caprichito minúsculo, cotidiano, con el que tirar para delante un día más mientras los termómetros se calman.
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