Opinión | MÁS ALLÁ DEL NEGRÓN

Soledad no deseada

En quince años, en uno de cada cuatro hogares españoles solo vivirá una persona

Una persona mayor sola en su casa. / Fernando Bustamante

Cada noche, sobre las nueve, llega el mismo mensaje de Whatsapp al grupo familiar: "¿Cenamos?" Lo envía mi hijo, que no perdona una comida y es más rugoso de lo que era mi padre con las sagradas horas de comer. Está al otro lado de la pared. Podría salir de su cueva y hacer la pregunta cara a cara, pero no. Así es más rápido. No puedo censurarlo, porque con frecuencia yo mismo, que no pertenezco a los nativos digitales ni de lejos, soy el que me anticipo y me comunico con el resto de habitaciones de la casa a través del grupo familiar: "¿Alguna idea para cenar hoy?".

Con frecuencia, me pregunto si con nuestros nuevos hábitos no estaremos nosotros mismos encerrándonos en nuestra burbuja, fabricándonos nuestra propia soledad. Una soledad deseada y cómoda. Estudios recientes hablan de una epidemia de soledad debida, entre otras causas, a que, pese a que nunca hemos estado tan conectados como ahora, nos hemos creado la falsa ilusión de estar siempre acompañados. Nos comunicamos mucho, sí, pero a través del teléfono móvil, y nos sentamos poco a charlar con los otros. Es frecuente encontrarse en lugares públicos con reuniones de personas, en las que, en vez de hablar entre sí, cada una está atendiendo a sus mensajes digitales.

Tras la pandemia, la OMS revelaba que entre el 20 y el 35 por ciento de los mayores de 65 años se sentían solos. Padecían la soledad no deseada. Atribuía el fenómeno al envejecimiento de la población, al creciente individualismo, al declive de instituciones de apoyo como la familia, a unas relaciones cada vez menos duraderas y comprometidas o al aumento de las desigualdades. Y lo que es aún más sorprendente: uno de cada cuatro jóvenes de entre 16 y 29 años también decían sufrir soledad.

El organismo de Naciones Unidas advertía de que la soledad afecta tanto a la salud física como a la mental. Es desencadenante de hábitos tan poco saludables como el excesivo consumo de alcohol, el tabaquismo o un mayor sedentarismo, provocado por ejemplo enfermedades cardiovasculares. Y, en lo psíquico, da lugar a mayores tasas de depresión y hasta de suicidio, así como a la pérdida de facultades cognitivas.

La profesora de Psicología de la Universidad de Valencia Sacramento Pinazo-Hernandis daba cuenta en un reciente artículo de un estudio realizado en zonas rurales de Cantabria. Tras entrevistar a 181 personas mayores de 65 años que viven solas y 27 en residencias, se logró concretar a qué palabras asociaban el concepto soledad los individuos encuestados: tristeza, pena, dolor, fracaso, vacío, miedo, abandono, ansiedad, depresión, vergüenza o rumiación (sic). Y apostilla la profesora que "pocas personas nos hablaron de la soledad como algo positivo, solitud, paz, tranquilidad, encuentro con uno mismo…".

Ya hay quien habla de epidemia de soledad. Y lo peor es que se agravará en el futuro inmediato. El Instituto Nacional de Estadística (INE) se interesó por el asunto en un estudio hecho público a principios del verano. En una proyección sobre la forma de vida en el año 2039 en nuestro país, llegaba a la conclusión de que uno de cada tres hogares españoles serán unipersonales. En el caso de comunidades con núcleos de habitantes muy pequeños y poblaciones muy envejecidas, como Asturias, Extremadura y Castilla y León, el porcentaje de personas que vivirán solas superará el 40 por ciento.

El llamado invierno demográfico es una amenaza que puede hacer colapsar por completo nuestra existencia tal y como la conocemos hasta ahora. Pese a que el problema viene de antiguo, no ha sido hasta esta legislatura que el Gobierno del Principado ha aprobado la ley de Impulso demográfico, cuya medida estrella han sido "les escuelines". Lo que está muy bien, pero antes habrá que tener niños para llenarlas. En cualquier caso, la ley, de dar resultados, los dará a muy largo plazo.

Mientras tanto, la emigración paliará en buena parte del resto de España el déficit de población y con él el problema de la soledad. No así en Asturias. Los extranjeros prefieren lugares más poblados y con mejores expectativas económicas. De hecho, según el INE, de los 1.600.000 inmigrantes que se esperan en España en los próximos quince años, solo 70.000 optarán por Asturias, a todas luces insuficientes para cubrir la pérdida de 117.000 autóctonos.

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Quién nos iba a decir que acabaríamos formando parte de la España vacía, como Zamora, Orense o Ávila. Menos mal que en verano, eso sí, tenemos una población flotante de turistas que nos desborda, pero alivia nuestra soledad.

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