Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Más allá de la salsa de tomate

Si hay algo que deteste dentro del género de terror son las historias de posesiones

Uno de los momentos de 'El exorcista'. / W. B.

Me gusta el cine de terror, a pesar de llevar aparejada esa especie de maldición que lo asocia a una peor calidad o a filmes de serie B. No voy a negar que existe mucha bazofia, pero, cuando una película de terror es buena, es realmente buena. Este verano, he visto tres estrenos que me han parecido bastante interesantes: El último late night, Descansa en paz y La mesita del comedor.

Si hay algo que deteste dentro del género de terror son las historias de posesiones. Creo que la niña de El exorcista dejó el nivel muy alto y, desde entonces, todas parecen burdas imitaciones. Pero de vez en cuando surge alguna obra que me hace tener que tragarme mis palabras, como es el caso de El último late night (2023), de Cameron y Colin Cairnes. La película adopta un formato muy original, basado en los programas televisivos de los años setenta, y constituye una crítica contra ese mundillo crudamente competitivo e hipócrita, en el que todos dejaban la moralidad a un lado para lograr un mejor espacio en la parrilla televisiva. En ese contexto, el personaje de Jack Delroy, presentador de un espacio de capa caída, decide organizar un programa especial para Halloween en el que entrevista a una parapsicóloga y a una adolescente que sobrevivió a una matanza en una iglesia satánica. La incursión de la fantasía se produce de forma progresiva, haciéndose muy creíble. La posesión no resulta ridícula, como en otras obras del mismo subgénero, sino que, por momentos, nos hace tener la sensación de estar viendo un programa real, de que los acontecimientos son verídicos.

Descansa en paz (2024) también da una vuelta al subgénero de zombis –otro al que tampoco me considero especialmente aficionada–. De nuevo, es su pretensión de verosimilitud la que consigue crear una película original, alejada de clichés. Los muertos regresan a la vida, pero la directora, la noruega Thea Hvistendahl, atiende a las emociones y reacciones de sus seres queridos, adentrándose en la psicología de los personajes, reflexionando sobre la muerte y la ausencia. El acontecimiento sucede en la ciudad de Oslo, pero la historia se centra, de manera paralela, en tres familias. Los zombis no son ridículos, sino realistas, de una forma desasosegante. Su agresividad tampoco se desata desde el principio, sino progresivamente. Se trata de una película lenta, angustiosa, como el caminar de un zombi, que al final deja un poso de desamparo. Apenas hay acción o persecuciones. Es una adaptación de la novela de John Ajvide Lindqvist, el autor de Déjame entrar, una obra que también fue llevada al cine por Tomas Alfredson en 2008, que aborda las historias de vampiros desde un punto de vista realista. Nos demuestra que el cine y la literatura de terror también pueden conmovernos, agitar nuestra sentimentalidad, cuando es, como en este caso, un disparo directo a las emociones humanas.

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Dejo para el final La mesita del comedor (2022), una película española, obra de Caye Casas, que arrastra una curiosa historia, pues fue rechazada en España por su crudeza. Es “la película que no debería existir”, según la opinión de diferentes distribuidoras que se negaron a darle una oportunidad. El festival de Sitges, especializado en el género fantástico y de terror, tampoco la quiso. Tras unos pocos pases autofinanciados en el cine, el director decidió presentarla en festivales internacionales, donde obtuvo un rotundo éxito. Llegó a los ojos de Stephen King, quien la recomendó como “la película más oscura que verás”. Ya sabemos que en España se valora muy poco el cine patrio, atravesados como estamos de prejuicios, y tiene que aparecer un estadounidense –y más si es un referente de la talla de King– para que empecemos a interesarnos. Y vaya si lo hicimos. En cuanto Filmin la estrenó, la película se convirtió en un fenómeno del género, no apto para todas las sensibilidades. Con un bajísimo presupuesto y diez días de rodaje, cuenta la historia de dos padres primerizos que compran una mesita de café y eso se convierte en la peor decisión de sus vidas. No necesita fantasmas ni criaturas fantásticas; el incidente que sucede y que es el centro de la trama resulta tan angustiosamente posible que es lo que la hace escalofriante. Incómoda, estremecedora e inquietante, avanza a un ritmo vertiginoso hasta un final que culmina todo el horror vivido. No quiero especificar en qué consiste ese incidente; me conformaré con decir que es el tipo de película que nadie se hubiera atrevido a hacer. Y es que el miedo surge de algo más profundo que los sustos y la salsa de tomate. La realidad puede ser lo más terrorífico que existe.