Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

Cada hombre tiene su guerra

Daniel y el señor Cayo se vieron obligados a enfrentarse al progreso, al abandono de los pueblos, a la modernidad que apagaba la vida que siempre habían conocido

Cada hombre tiene su guerra / L.P

Miguel Delibes sigue vigente. Así lo ha demostrado la brillante adaptación teatral, a cargo de Eduardo Galán, de su novela Las guerras de nuestros antepasados (1975). Se ha representado en el Teatro Bellas Artes de Madrid hasta finales de julio. Una crítica contra la violencia asentada en la idiosincrasia del pueblo español. "Cada hombre tiene su guerra": es la enseñanza que han transmitido su bisabuelo, su abuelo y su padre a Pacífico Pérez, un hombre inocente que acaba condenado al garrote vil por un asesinato que en realidad no ha cometido. Pacífico, sumiso ante el poder, ni siquiera tiene el instinto de defenderse.

Carmelo Gómez es el encargado de dar vida al antihéroe, al hombre de pueblo tan sensible que llora cuando podan los árboles, tal es su extrema sensibilidad. Poco a poco, de forma torpe e ingenua, va desplegando el relato de su vida ante un psiquiatra, representado por Miguel Hermoso, que pretende ayudarlo en el juicio. La obra se centra en la entrevista que el doctor realiza a su paciente; la mayor parte del tiempo, son largos monólogos de Pacífico, instigado por las preguntas del psiquiatra. Este formato presenta el intrínseco riesgo de resultar pesado para los espectadores, puesto que no hay cambios de decorado, ni multitud de escenas, y todo se centra en dos personajes hablando. Más concretamente: en uno que habla y otro que hace preguntas. Pero la interpretación de Carmelo es tan sublime que en ningún momento nos aburrimos: consigue atraparnos del todo en la historia.

Pacífico Pérez es un personaje que inspira ternura, como Daniel el Mochuelo, de El camino (1950), o el señor Cayo, de El disputado voto del señor Cayo (1978), o Azarías, de Los santos inocentes (1981). Criaturas ingenuas, apegadas a la tierra que conocen, poseedoras de una sabiduría rural, desorientadas ante el progreso. Miguel Delibes logró que todos estos personajes sobrepasaran los límites de la literatura y fueran recordados como parte de nuestro acervo cultural. ¿Quién no se acuerda de la "Milana bonita"? A esto también contribuyó el gran Mario Camus, que dirigió la adaptación cinematográfica de Los santos inocentes en 1984, y la brillantez de Paco Rabal, que dio vida al bueno de Azarías, sembrando un precedente en la historia del cine español.

Cada uno de aquellos personajes tuvo su propia guerra. Daniel y el señor Cayo se vieron obligados a enfrentarse al progreso, al abandono de los pueblos, a la modernidad que apagaba la vida que siempre habían conocido. Azarías, igual que Pacífico, fue víctima del dominio que siempre habían ejercido los terratenientes y los caciques contra las personas sencillas, desfavorecidas económicamente: el pueblo llano. Pero, al contrario que Pacífico, Azarías sí se reveló, y fue su rebeldía la que lo condujo al sanatorio mental en el que aparece ingresado al final de la novela. Cuando el señorito Iván mató a su “milana” simplemente por diversión, Azarías decidió matarlo a él por venganza, colgándolo de un árbol. Y en esta cruda ejecución nos parece sentir que Azarías no está ejerciendo el castigo en su nombre, sino en el de la tierra y en el de todos los hombres que han debido soportar los desmanes de los poderosos, y los han soportado en silencio y con una docilidad aprehendida.

Siempre que reflexiono sobre estas cosas, me acuerdo de aquella polémica sesión en el Congreso de los Diputados en la que José Antonio Labordeta, entonces diputado por la Chunta Aragonesista, se defendió de las burlas de algunos políticos derechistas: "¿No puede uno hablar aquí o qué? […] Ustedes están habituados a hablar siempre porque aquí han controlado el poder toda la vida, y ahora les fastidia que vengamos aquí a poder hablar las gentes que hemos estado torturadas por la dictadura". Y acabó la intervención con su famoso "A la mierda", que hoy cosecha mayor número de visitas en YouTube que sus canciones más emocionantes. Labordeta hubiera sido un gran defensor de los Pacíficos y los Azarías de este mundo, porque amó su tierra, sus costumbres, y se rebeló contra el poder. El mundo necesitaría más hombres de este calibre, más luchadores por la libertad.

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Las novelas de Miguel Delibes, en conclusión, siguen estando vigentes, y es muy gratificante comprobar que continúan llevándose al teatro, como en su día se llevaron al cine. Ante tanta superproducción hollywoodiense, resulta asombroso que algo tan sencillo, construido con mucho menos presupuesto, pueda conmovernos de tal modo, quizá por su mensaje, directo y estremecedor; quizá porque las guerras de todos ellos sean en realidad la misma: la guerra incansable del pueblo español. Nuestra guerra.

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