Opinión | UN CARRUSEL VACÍO

El gran Carnaval

Los boomerangs se han convertido en una huella del pasado, en un vano intento por demostrar que eres moderno y molongui, pero los años ya pesan; pesa la realidad

This browser does not support the video element.

EPE

Estamos en esa estación en la que abrir Facebook o Instagram supone enfrentarnos a una horda de fotografías protagonizadas por playas. Pero lo malo no son las playas, sino los elementos que las acompañan: muslos en forma de salchichas ante el atardecer, unos pies que caminan lentamente por la orilla, mojados por el agua del mar… Y los terribles boomerangs. Sí, esa aplicación de Instagram que muestra una sucesión de imágenes que se repite una y otra vez; por ejemplo, un brindis entre dos jarras de cerveza. Dos jarras chocándose varias veces entre sí, acompañadas por hashtags como "pasándolo mal" o "disfrutando del veranito". Una vez, los boomerangs estuvieron de moda y fueron lo más cool; ahora, los utilizan mayoritariamente usuarios que hayan superado los treinta y cinco años.

Los boomerangs se han convertido en una huella del pasado, en un vano intento por demostrar que eres moderno y molongui, pero los años ya pesan; pesa la realidad. A mí me parecen simplemente horteras. Las redes sociales son como los eufemismos: van caducando progresivamente, siendo sustituidas por otras nuevas. Hace poco, un alumno me dijo que Facebook es "un cementerio de elefantes". Dejando a un lado la crudeza de tal afirmación, lo cierto es que la edad media de usuarios de Facebook ha aumentado mucho en la última década. Porque los jóvenes se pasaron a Instagram. Y ahora, en Instagram proliferan los boomerangs de gente que supera los treinta y cinco y se niega a abrirse un perfil en TikTok, que es donde está la fiesta. Yo tengo una cuenta que jamás he usado. Será que me acerco a los treinta y cinco.

Instagram es como un boomerang de dos jarras de cerveza chocando entre sí: pretende ser guay, pero tiene un ligero tufillo a algo caduco. Quienes aún defienden los boomerangs son aquellos que, hace años, en el nick del Windows Messenger se definieron como "SaH_mooReeNiikAh_ReeShuuLona" o "eR_NiiniiO_cOn_aRteh". También estábamos los que poníamos una cita de Carlos Ruiz Zafón y nos creíamos intelectuales, cuya evolución natural se ha encaminado hacia fotos de perfil de una obra de arte, personas mirando al infinito –¿qué es eso de mirar a la cámara?– o frases de libros subrayadas –hay que demostrar que leemos mucho–; incluso un trozo de mano, un café con dibujitos en la espuma o una mesa con una copa de vino. Intensidad, amigos.

A mayor peso más dificultades para detectar problemas en el feto en las ecografías. / FREEPIK

Lo que ha pervivido a lo largo de los años –ya desde los tiempos de Tuenti; ¡eso sí que era una red social!– es la necesidad de mostrar al mundo lo que en otra época hubiera correspondido a la esfera de nuestra intimidad. Los anuncios de compromiso, de embarazo, incluso de noviazgo: todo va a las redes. Debo de ser muy rara, pero a mí me sigue chocando ver las típicas publicaciones de una pareja sujetando su ecografía con el pie de foto del estilo "Pues vamos a ser papás". O peor que eso: las mujeres embarazadas que pintan su tripa, práctica que se conoce como "belly painting". Puedo llegar a entender que, si a ellos les gusta, compartan esas cosas con su familia o amigos más cercanos, pero ¿por qué públicamente? Hoy en día, en las redes tenemos como contactos a personas con las que solo intercambiaríamos un saludo si nos cruzáramos físicamente con ellas; a veces, ni eso. ¿Qué interés podrían tener en conocer el tiempo que llevo con mi pareja? "Gordi, tres añitos juntos, gracias por cogerme de la manita". Y el "Gordi" en cuestión queda expuesto ante el mundo. No hablo de señales secretas, de guiños ilusionantes que solo entienda la otra persona, sino de burda explicitud.

¿Qué ha sido del universo solo para dos? Es como si todos pasáramos a formar parte de una inmensa telenovela en la que consumimos con morbo los capítulos pertenecientes a personas que apenas conocemos. Hablamos de que Fulanito y Menganita han roto o esperan un niño igual que podríamos comentar, en su día, la última temporada de Friends. Y venga jarras chocando entre sí y que tengo el mejor novio del mundo, o los mejores amigos, y qué vida tan feliz, tan envidiable, ¿veis cómo nos besamos?

Hay algo soez en esta necesidad de exponernos públicamente, pero existe, incluso, una dimensión más turbia: las fotos en las que aparecen menores. Algunos padres no dudan en reportar la infancia de sus hijos por redes, sin plantearse qué pensarán esos niños cuando crezcan y descubran que sus vidas eran, de algún modo, públicas. Quizá todo esté ya tan normalizado que ni les extrañe, pero no habrán podido decidir sobre su propia vida.

Pulsa para ver más contenido para ti

Es mejor no pensarlo. Seguir con los boomerangs, "disfrutando del veranito"; celebrar este "gran Carnaval" del que todos, en mayor o menor medida, formamos parte.