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Este estado de pesadilla insomne parece que coloniza nuestra vida cotidiana. Si no gritamos despavoridos a cada instante es porque hemos naturalizado vivir en esa condición de impotencia

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Freud dijo que, si de mayores tuviéramos que realizar las tareas de aprendizaje de la infancia, nuestro sistema psíquico colapsaría. Quizá por eso, el miedo a que suceda ha pasado al inconsciente y aparece en forma de pesadilla. ¿Quién no ha soñado que, de repente, no tiene el curso acabado, que le falta aprobar una asignatura, que todo está pendiente y su futuro en vilo? La impotencia que se siente en ese pánico es realista. Rara vez el sueño acaba volviéndonos a examinar. En el sueño tenemos que hacer un esfuerzo para el que no tenemos energías. Es como esas otras pesadillas en las que algo nos persigue y no podemos movernos.

Este estado de pesadilla insomne parece que coloniza nuestra vida cotidiana. Si no gritamos despavoridos a cada instante es porque hemos naturalizado vivir en esa condición de impotencia. Como en los peores sueños, nos vemos todos los días avanzar en medio de las ruinas de Gaza, como esos niños solitarios, desolados, perplejos, que ya no tienen ni fuerzas para gritar y que solo miran absortos la destrucción. La máquina inconsciente que produce estos sueños es inmortal e incansable, y se llama poder. Fue Agustín de Hipona quien, mucho antes que Freud, vinculó los dos conceptos: "libido dominandi". No es la sexualidad el factor libidinal básico, sino el que está eternamente conectado con la dominación. Dos seres humanos cansados de amar se dejan libres. Lo contrario lo vemos en la otra pesadilla cotidiana, la del machismo que se ceba con los que, impotentes eróticamente, quedan cegados por el afán criminal de dominio.

Fue el mismo Freud el que dijo que el motivo por el que aprendemos tanto en la infancia y no nos importa realizar tareas verdaderamente heroicas, que luego no podríamos llevar a cabo, se debe a que nuestro organismo no está en condiciones de amar durante mucho tiempo. Así emplea la mayor parte de su energía en objetos transicionales, como dijo el gran Donald D. Winnicott. Si alguno de esos objetos culturales logra que el/la púber tenga una experiencia de felicidad orgánica plena, semejante a la del orgasmo, pero en un cuerpo que todavía no puede tenerlo; si logra, por así decirlo, un estado de plenitud psíquica-orgánica, se habrá puesto en pie el proceso de sublimación. Y entonces la persona joven dispondrá de un núcleo duro, germen de una subjetividad fuerte. No estará vacío.

La libido dominandi abre sus fauces en ese vacío que se hunde como una fosa infinita en las entrañas de demasiados humanos. Ese vacío no se puede llenar. Por eso es incansable. No contempla la posibilidad de reposar en sí mismo. Lo que tenga que ser, ha de quitarlo a alguien, en la realidad o mediante la envidia o los celos. Se ha despreciado el concepto de sublimación porque se ha vinculado a la represión. Esta es una forma errónea de interpretar a Freud. La desviación de la que él habla es constitutiva del ciclo orgánico del ser humano. Depende de lo que se llama neotenia, la larga infancia de los humanos. En ese largo periodo de vida es necesaria la sublimación como forma de producción de salud psíquica, como forma de experimentar una felicidad plena psíquica y orgánica en un ser que, por mantenerse largo tiempo inmaduro, no puede tenerla completa en el amor carnal.

Se ha despreciado el concepto de sublimación porque se ha vinculado a la represión

La sublimación adecuada se verifica de una forma: amplía la posibilidad de amar cuando la persona es madura. Forja como una actitud amorosa hacia el mundo que prepara el amor real. Una sublimación no puede llevar al sufrimiento y al vacío, sino a proyectar formas de experiencia plena en la época de la madurez. Sublimación frente a pesadilla. Esa es la dualidad. Por eso hemos equivocado el rumbo de la educación cuando la hemos mediado por el trato con máquinas, y no con experiencias que hagan vibrar de entusiasmo los cuerpos jóvenes en adecuadas sinestesias. Las máquinas generan dependencias, autosuficiencias, solipsismos, soledades; las experiencias, búsquedas, aspiraciones, crecimiento, cooperaciones y autonomía.

Tenemos razones para pensar que esos tipos vacíos son los que dominan el mundo, los que determinan nuestras vidas. Si deciden llevar la guerra a Ucrania, lo harán. Si deciden invadir unos Kibutz, lo harán. Si deciden destruir Gaza, lo harán. Si deciden matar a las jóvenes sin velo, lo harán. Si deciden encarcelar a la oposición porque no cree en su palabra, que impone por dictado su triunfo en las elecciones -como Maduro- lo harán. Si deciden exportar de forma masiva componentes para fabricar fentanilo suficiente para arruinar una sociedad, lo harán, como antes otros destruyeron generaciones de chinos en los fumaderos de opio. También han decidido destruir las mentes con mentiras, y lo hacen.

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¿Quién, medianamente feliz, se cambiaría por esos grandes hombres? ¿Es una condena que no tengamos dirigentes capaces de plantarles cara y defender el derecho a una sobria felicidad para los humanos? ¿Nadie que proclame esa promesa? Escucho de nuevo al portavoz de Vox hablando del juez Peinado, o al portavoz Tellado con sus comentarios sobre la migración, cubriendo la insolidaridad de sus colegas, incapaces de acoger unos miles de niños y niñas en un país que acoge a setenta millones de turistas al año. ¿No se verán inmersos en la pesadilla de tener que volver cada día a esta infinita productividad de irrelevancia, como adultos que vuelven a cargar con la cartera de niños camino del colegio para aprobar no se sabe qué asignatura olvidada?

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