Opinión | EL LÁPIZ DE LA LUNA

Silencio

En España también lidiamos con pequeños grupos terroristas que se dedican a eliminar de las ciudades que gobiernan los puntos violetas en las fiestas

Dos mujeres con burka en Kandahar (Afganistán). / EFE

¿Qué es lo más importante para usted en la vida? Si se respondió a esa pregunta quizá haya pensado en su familia, en el trabajo, en la salud o en el dinero. Puede haber otras razones, cada cual tiene sus prioridades. ¿Alguien contestó que lo más valioso para sí mismo es la libertad? Quizá sí, porque tiene usted mucha consciencia de los pequeños detalles que pasamos por alto o, tal vez, como yo, no se planteó esa respuesta porque da por hecho que su libertad, así como la de cualquier ciudadano occidental, es inquebrantable. Lo sé, salvo cuando cometes un delito, pero no hablo de esa pérdida de libertad.

El otro día la realidad nos pegó un bofetón con el siguiente titular: "Los talibanes prohíben el sonido de la voz de la mujer en los espacios públicos". Recordemos que ya antes habían prohibido que se les viera el cuerpo o el rostro, usar cosméticos o perfumes, mirar a los ojos a hombres que no sean de su familia o subir a un autobús, salvo que estén acompañadas de un individuo del clan. Varón, por supuesto. Asimismo, estas nuevas restricciones de los fundamentalistas afganos impiden a los medios de comunicación publicar imágenes que contengan seres vivos. Algunas de las sanciones si se incumplen estas normas van desde consejos de advertencia de castigos divinos hasta prisión en cárceles públicas entre una hora y tres días, con el aviso de que se puede aplicar cualquier otra punición que se considere.

Entre 1996 y 2001 los talibanes se impusieron por primera vez en Afganistán. Cinco años en los que las mujeres se volvieron objetos a las que no se les permitía sentir ni ser. Después de la entrada de las tropas estadounidenses en el país el 16 de noviembre de 2001 hasta su partida en el 31 de agosto de 2021, aquellas niñas de los noventa que se convirtieron en mujeres pudieron vivir en libertad. Estudiar, trabajar y ser dueñas de sí mismas. Hasta hace tres años.

Cuando una mujer no ha conocido otra realidad, salvo la que están viviendo ahora, puede llegar a cuestionarse que la vida sea eso y no fantasee con una existencia mejor. Pero cuando has experimentado la libertad, y luego te la arrebatan vilmente, el desgarro interior, la esperanza rota y las ganas de morir tienen que cubrirte el alma como el burka el cuerpo.

Escribo este artículo en una cafetería que, casualmente, está llena de mujeres que hablan por teléfono o con sus acompañantes. Que ríen. Que bromean. Que se hacen escuchar. Al mismo tiempo, a seis mil ciento noventa y tres kilómetros no hay mujeres en las cafeterías, ni en las plazas, ni en las calles, salvo que las custodie un hombre. Y si hay mujeres en las vías, realmente no están. Acaso, ¿las ves? ¿las oyes? ¿O solo percibes un cuerpo humano silencioso y oculto tras un montón de tela que no permite intuir ni el aliento de su respiración? Muchas de esas jóvenes hasta hace tres años tenían objetivos, sueños e ilusiones que han sido totalmente enterrados bajo asquerosas leyes sobre el vicio y la virtud. Es curioso, el descarrío lo tienen los hombres y para evitar las desgracias se invisibiliza a las mujeres, en lugar de atarlos en corto a ellos.

En España la estampa es otra, somos plenamente libres, aunque con unas tasas de violencia machista vertiginosas. Los feminicidios en nuestro país se elevan, desde que se empezaron a computar en 2003, a mil doscientos setenta y cinco. Pero, a diferencia de las mujeres afganas, que, según el sentido común y el relator en Afganistán para El País, Richard Bennett, son las que viven la peor situación a nivel mundial, lo que él denomina un "Apartheid de género", también lidiamos con pequeños grupos terroristas que se dedican a eliminar de las ciudades que gobiernan, como es el caso del Ayuntamiento de Valdemoro (Madrid) en el que presiden el PP y Vox, los puntos violetas en las fiestas.

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Los puntos violetas son espacios de información y atención a víctimas de cualquier agresión sexista y, en caso de que una mujer sea atacada, se les recomienda que griten "¡fuego!". Como podrán constatar, el punto en común de los grandes grupos terroristas y de los pequeños no es solo la falta de humanidad sino también la de cerebro. Pues gritemos, ya que tenemos el derecho de hacernos oír, gritemos todas juntas "fuego, agua, aire o tierra". Pero sigamos alzando la voz, no solo por nosotras, sino por aquellas a las que han silenciado.

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