Opinión | CRÓNICAS GALANTES

Malo será

El espíritu del "malo será", rebosante de confianza en el futuro, evita el estrés tan habitual en otros países más dados a recurrir a la pelea como método idóneo para resolver sus conflictos

Playa de Boca Do Rio, en Galicia / CEDIDA

"Malo será" es tal vez la expresión más utilizada por los gallegos cuando se les presenta alguna dificultad, por grande que sea. Si a alguno se le averiase el coche en medio de una carretera nocturna y despoblada de tránsito, sin móvil a mano, lo normal es que reaccione con calma. "Malo será que no pase alguien antes de que se haga de día". Y, en efecto, algún vecino acaba pasando por allí antes o después.

Mal informados habrá que interpreten esta actitud como una especie de resignación, pero que va. Se trata de un optimismo vital que acaso explique el alto grado de longevidad alcanzado por los gallegos.

El espíritu del "malo será", rebosante de confianza en el futuro, evita el estrés tan habitual en otros países más dados a recurrir a la pelea como método idóneo para resolver sus conflictos. Filosóficos como la mirada de las vacas, los gallegos han llegado a la conclusión de que el optimismo y la poca afición a la pendencia son garantía de una larga y, lo que es mejor, agradable vida.

"Se trata de un optimismo vital que acaso explique el alto grado de longevidad alcanzado por los gallegos"

También se ha querido ver en la frase el conformismo de los gallegos, pero eso es no entenderlos. "Malo será que mañana no haga sol", aventura el paisano cuando ve caer lluvia y granizo bajo el resplandor de los relámpagos. No se trata de fe, por supuesto. Simplemente, el gallego reputado de tristón es en realidad un optimista sin límites al que ningún contratiempo estropea su confianza en la felicidad.

Extraño parece que se vea como conformistas, desde luego, a quienes zarparon por millones a la emigración cuando aquí pintaban bastos y ni siquiera estaba asegurada la rutinaria pitanza, que entonces no era un derecho.

Malo será, se dijeron entonces, que no haya algún negocio que montar allá donde van a parar los barcos. Y muchos de ellos lo montaban, en efecto. Mayormente en el gremio de comestibles representado en las tiras de Mafalda por el almacén del padre de Manolito Goreiro, famoso soñador de supermercados.

"El gallego reputado de tristón es en realidad un optimista sin límites al que ningún contratiempo estropea su confianza en la felicidad"

Como los pimientos de Padrón, unos volvieron y otros no de aquella aventura. "Malo será que en un par de años no estemos de vuelta en Galicia", decían con optimismo no siempre premiado por la realidad. Algo nos asimila esa morriña a la de los hebreos, que repiten como un mantra la confiada frase: "El año que viene, en Jerusalén".

Nada hay de resignación, sino de esperanza en el "malo será" que todo gallego de ley utiliza varias veces al día, cualquiera que sea el propósito.

Probablemente esto explique la escasa afición de los galaicos a discutir de política o de religión: un hábito que sin embargo se practica con entusiasmo en otros lugares de España. Con resultados poco felices, ciertamente. No hay más que ver el prorrateo de insultos que se reparten los políticos, jaleados por sus seguidores, en un Congreso que a menudo recuerda al de Taiwán por sus malos modos.

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Malo será, en fin, que el irrefrenable optimismo de los gallegos no acabe por fructificar en una mejora de la economía y en un alza de los sueldos, como ocurrió con nuestros lejanos primos irlandeses. Aunque tampoco se trata de hacer milagros, que para eso ya tenemos un apóstol de uso propioMalo será que no nos eche una mano.

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