Opinión | VENGA, CIRCULE

Por favor, manténgase a la espera

Cuando por fin consigo hablar con una persona y no con un bot se me hace saber que ninguno de los fontaneros del servicio tiene disponibilidad

Por favor, manténgase a la espera / LA PROVINCIA

Llamo a un número de atención al cliente. La máquina que me atiende me ofrece una lista de los posibles motivos que me han llevado a llamar a ese número, pulso almohadilla porque quiero hablar con un agente. En estos momentos todos los agentes están ocupados, fenomenal. No, no quiero volver a oír la lista de problemas que he podido tener y el botón correspondiente que he de pulsar para ser atendida por otra grabación, lo que quiero es hablar con un ser humano al que poder explicarle que el baño de mi casa se está inundando. Manténgase a la espera. Me mantengo, claro, qué voy a hacer si no. ¿Llamar a los bomberos? Lo considero durante un momento, qué pasaría si cuelgo y llamo a los bomberos y les explico que o vienen en cinco minutos o voy a ser la protagonista del remake de 2012.

Tengo la impresión de que la mayoría de las películas que se han estrenado en los últimos años son remakes de otras películas. No sé si es porque hemos perdido la capacidad de imaginar nuevos mundos y nuevas historias o porque apostarlo todo a la nostalgia de mi generación es la forma más rápida de hacer caja. Sí, desde luego que quiero ver otro documental sobre las Spice Girls y una nueva versión de la serie The O.C con actores de treinta años haciéndose pasar por adolescentes, tome todo mi dinero. Ojalá Britney Spears y las Pussycat Dolls sacaran un nuevo disco. Una voz artificial me pide que me mantenga a la espera.

Aquí sigo, esperando. Veo en las noticias del mediodía a Sarah Gillis asomarse al espacio exterior desde su nave en el primer viaje espacial privado de la historia y pienso que, como con todo, la impunidad a la hora de contaminar que tenga cada uno dependerá siempre de su clase social. En el reparto de la responsabilidad con nuestro planeta a nosotros nos tocan las pajitas de cartón en la bebida, las bolsas de plástico a cinco o diez céntimos la unidad y la matraca con ducharnos en menos de cinco minutos para ahorrar agua. A otros les toca viajar en aviones privados. De vez en cuanto me topo con discursos tramposos sobre cómo el ser humano es un cáncer para el planeta, creo yo que el auténtico problema es la avaricia de la gente. Fingimos que esto no es así, pero formamos parte del ecosistema. Separar al ser humano de la naturaleza es imposible, hemos existido en armonía con nuestro entorno durante siglos y podemos volver a hacerlo.

La música de espera se corta y una voz humana se presenta tan rápido que no entiendo nada de lo que dice. Para no perder ni un minuto más, yo también expongo rápidamente lo que está sucediendo en mi baño. No, no he tocado nada. Sí, el incidente es de hoy. No, el piso no es mío, yo solo soy la inquilina. Mi interlocutora anuncia que me va a poner un momento a la espera porque ha de pasarme con otro agente. Considero tirar el teléfono por la ventana, llevo más de cuarenta minutos así, pero lo único que hago es cerrar la puerta del baño y poner todas las toallas que tengo a modo de barrera para contener el agua y que no salga todo por debajo de la puerta. Mi casero me devuelve la llamada que le hice en cuanto comenzó a salir agua a borbotones del bote sifónico, pero yo sigo al teléfono con los del seguro.

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Cuando por fin consigo hablar con una persona y no con un bot se me hace saber que ninguno de los fontaneros del servicio tiene disponibilidad pero que, si quiero, hay uno que puede venir a echarle un ojo a mi problema mañana por la mañana. Intento explicar con tranquilidad que, si no mandan a alguien ahora mismo, no va a haber un piso al que venir mañana porque el agua ya ha atravesado todas las toallas que puse en el suelo para evitar de alguna forma que llegase hasta el salón. Vuelven a ponerme a la espera. Haría algún tipo de chiste sobre querer hacer que todo salte por los aires y ver el mundo arder, pero en España solo se libran de ir a la cárcel Esperanza Aguirre, el antiguo suegro de Iñaki Urdangarín, los turistas alemanes, y los empresarios que recurren a redes de pederastia en Murcia para abusar de niñas de catorce años. Los humoristas, sin embargo, debemos andarnos con mucho cuidado.

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