Opinión | VIERNES SOCIALES

Planeta Agostini

A todos los que nos insisten en que siempre hay algo nuestro que puede mejorar, da igual la ansiedad que eso nos cree, les llevaría como regalo una cinta de italiano

Libros. / EPE

Al fondo del trastero, en cajas de cartón llenas de polvo, debe de andar el curso de italiano que compré por fascículos hace ya tantos años.

Uno de estos días, debería armarme de valor y lanzarme en su búsqueda a través de la jungla de trastos inservibles. Si me esfuerzo en avanzar un poco cada tarde, quizá consiga encontrarlo, arrumbado entre el temario de oposiciones y los apuntes de filosofía de COU, cada vez más necesarios.

A lo mejor, si los leo con la misma fruición de entonces, empezaría a entender un poco más el mundo, o al menos a salir de la caverna, y comprender la diferencia entre el ser y no el no ser, tema imprescindible en aquellas tardes de mayo, mientras caminábamos a casa creyendo que esa distinción iba a ser la más difícil que nos encontraríamos nunca.

En el caso remoto de que apareciera el curso de italiano, limpiaría con cuidado las cajas, las abriría como quien opera a corazón abierto, y sacaría de su estuche todas las cintas de casete para enviarlas como advertencia.

Para ello, tendría que romper los precintos, porque nunca, ni una sola vez, escuché aquellas grabaciones que iban a enseñarme italiano en los tiempos en que había radiocasetes y la vida podía rebobinarse a gusto de cada uno.

Luego, las mandaría con mucho cariño a los amigos, a la familia, y con bastante menos cariño a todos aquellos que bombardean a los demás con la matraca de ofrecer la mejor versión de uno mismo.

Suelen hacerlo ahora, en septiembre, y en las redes sociales, donde nos muestran los cuerpos perfectos, las recetas perfectas, la perfecta organización de cocinar una tarde para todo un año, o de cambiar tu mente con pilates de pared o cincuenta abdominales.

Pocos o ninguno hablan de leer una página más cada día, quizá porque ponerse bien por dentro no puede fotografiarse. A todos los que nos insisten en que siempre hay algo nuestro que puede mejorar, da igual la ansiedad que eso nos cree, les llevaría como regalo una cinta de italiano.

Ya no podría escucharse, y si por azar, encontráramos algún radiocasete de los antiguos y funcionara, su sonido debería acompañarnos como un mantra para recordar que antes de tratar de cambiar deberíamos empezar a aceptarnos, y luego, arreglar lo que se pueda.

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Así ofreceríamos a los demás la versión original, que no tiene por qué ser la mejor, sino la que somos capaces de levantar cada mañana, frente al mundo y sus escollos, nosotros y nuestras circunstancias, la vida por entregas que no puede rebobinarse ni pararse antelas necedades de tanto idiota.

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