Opinión | OPINIÓN

Calla, mujer

Tenemos que abrir la boca hasta que nos duela, porque el silencio no puede ser una condición impuesta

Dos mujeres con burka, este jueves en Kandahar (Afganistán). / EFE

En el primer canto de la Odisea, Telémaco, hijo de Ulises, manda callar a Penélope, su madre. "Así que vete adentro de la casa y ocúpate de tus labores propias, del telar y de la rueca(...) El relato estará al cuidado de los hombres, y sobre todo al mío. Mío es, pues, el gobierno de la casa". 

Convendría releer este texto una y otra vez para darnos cuenta de lo que ha costado llegar hasta aquí. Nuestra cultura, nuestra tradición, lo que somos, viene del mundo clásico. 

Se nos olvida que en este mundo del que hemos heredado la democracia, las palabras y la construcción del pensamiento, las mujeres no tenían gran valor, al menos en la esfera pública, donde nunca pudieron expresarse. En una sociedad llena de sonidos, las mujeres debían estar en silencio, salvo en el interior de sus casas, donde usarían el chismorreo, la conversación insulsa frente a los discursos de los retores y políticos.

La literatura clásica está llena de ejemplos donde se critica a las mujeres que hablan demasiado. Juvenal escribe que no debemos opinar ni leer o si leemos, no comentarlo. La mitología también presenta a Casandra, condenada a hablar sin ser creída, o a la ninfa Tacita Muta, que debe su nombre al castigo por delatar al adúltero Zeus, es decir, por hablar de forma inoportuna, como suelen hacer las mujeres. 

Plauto nos dice que la que calla vale más que la que habla y Tito Livio nos muestra a Catón recomendando guardar a las esposas en el interior de los hogares. Este silencio impuesto continúa en la tragedia y en la comedia, en Aristófanes, que nos presenta un mundo al revés en el que pueden gobernar las mujeres, solo como elemento cómico, porque tras la risa, todo volverá a su lugar, y en Esquilo o Eurípides que ponen en escena el desastre que provocamos cuando rozamos el poder. 

De aquí venimos, de Homero y ese joven imberbe que manda callar a su madre y la destina a sus tareas. Desde ese momento se ha recorrido un camino enorme, con obstáculos aún muy recientes, como el máximo responsable de los Juegos Olímpicos de Tokio de 2020, quien declaró que las mujeres dirigentes "hablan mucho" y son "molestas", por eso no deben ir a las reuniones. Y eso en el primer mundo. 

Al otro lado, las mujeres afganas no pueden hablar en público. Los talibanes acaban de prohibir su voz. 

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Han pasado dos milenios, pero Homero sigue vigente. Él no vivió en este siglo, pero nosotros, hijos de una tradición superada, tenemos que abrir la boca hasta que nos duela, porque el silencio no puede ser una condición impuesta, porque nadie debe hablar en nuestro lugar. 

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