Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

Para una escuela nueva

Las grandes empresas se encuentran ligadas a campos como las matemáticas, la ingeniería o la biología sintética.

Para una escuela nueva / JORDI OTIX

A lo largo de la historia, la tendencia de las civilizaciones ha sido hacia la abstracción. Y en la Modernidad más. La economía de trueque dio paso a los cobros en paquetes de sal –de ahí la palabra salario–, para después basar el valor del dinero en metales preciosos como el oro y la plata, y terminar convirtiéndose en un activo fiduciario respaldado por los bancos centrales. Hoy, aún más virtual, el dinero se traduce en bits, de modo que es posible pagar con el teléfono o a golpe de click y cada vez crece el número de personas que ahorran en criptomonedas no emitidas por ningún banco central. Diríamos que, en este caso, la confianza crea la realidad. Las abstracciones –como las ideas–, sin el asentimiento de la voluntad, no representan nada.

Esta tendencia hacia la abstracción que define los tiempos modernos tiene, sin embargo, una clara consecuencia: transforma completamente la estructura de la sociedad.

El ejemplo más claro lo encontramos en la economía. "Queríamos coches voladores, pero en su lugar nos dieron 140 caracteres", se cuenta que dijo en una ocasión Peter Thiel. Esto indica una dirección en la economía, pero también algo más: un modelo y unas exigencias. En efecto, hay una gradual sustitución del trabajo físico –fácilmente reemplazable– por las profesiones cognitivas. El futuro se contabiliza más en I+D+i que en número de brazos, de modo que el exabrupto unamuniano de "que inventen ellos" ya no nos sirve.

Las grandes empresas se encuentran ligadas a campos como las matemáticas, la ingeniería o la biología sintética. Los algoritmos sustituyen a las minas, y las bases de datos a los servicios financieros. Las economías con escasa base industrial –como la española– sufren por partida doble las consecuencias de la falta de ese tejido cognitivo característico de la Modernidad. Los datos de fracaso escolar unidos a la ausencia de alumnos de élite en nuestro sistema educativo (élite no en el sentido socioeconómico, sino intelectual) suponen un importante freno para el dinamismo del país. Dicho de otro modo, la mejor sociedad es la que es capaz de ofrecer un capital humano. Optimizar los resultados cualitativos de nuestros alumnos, potenciar la amplitud y la profundidad de sus conocimientos pasa a ser así una necesidad imperiosa. La educación siempre ha determinado el futuro de las naciones, pero hoy (si cabe) en mayor medida.

Pulsa para ver más contenido para ti

Está bien recordarlo un año más al inicio del curso escolar. No hay soluciones milagrosas, pero tampoco hay lugar para el derrotismo. La realidad tiene que servir como acicate para la acción, asumiendo que ningún diagnóstico puede dar la espalda al hecho de que la globalización también supone la emergencia de un gran mercado mundial que pugna por el conocimiento. Un proceso que seguramente se verá acelerado con la aparición de la Inteligencia Artificial y el despliegue masivo –previsto para las próximas décadas– de la robotización. Una nueva geografía de la riqueza se impone a pasos agigantados, sin que el cortoplacismo habitual de la política española sepa ofrecer respuesta ni plantear horizontes de futuro. En ese mercado, importar talento resulta tan perentorio como proteger y estimular el que tenemos. El escultor de Orio, Jorge Oteiza, solía repetir que «los siglos se abrevian con la educación». No sé si los siglos, pero sí que nada resulta más apremiante en nuestro país que recuperar el prestigio de la cultura y el conocimiento.

Pulsa para ver más contenido para ti