Opinión | LAS CUENTAS DE LA VIDA

El primer error del Govern Prohens

El votante conservador necesita mensajes claros

La presidenta del Govern balear, Marga Prohens / MIQUEL A. BORRÀS | EFE

Por supuesto, este no es el primer error que comete el ejecutivo de Prohens ni será el último. Pero sí es el primero que ataca al núcleo duro de las convicciones de sus votantes. Me refiero a las palabras del consejero de Economía, asegurando que “un 90% de la reforma fiscal está hecha” y que “no se prevén rebajas fiscales sustanciales a medio plazo”. No quedaba claro, en las declaraciones de Costa, si este medio plazo se refiere al resto de la legislatura o si incluso apunta más lejos. Poco importa: en términos políticos, se trata de una cuestión de principios que moviliza emocionalmente a los electores conservadores. Los impuestos y la libertad han representado el corazón ideológico del centroderecha en los últimos treinta o cuarenta años.

El ejemplo de Madrid es claro. El éxito popular en la capital de España se mide en términos de cultura: un marco ideológico determinado que empezó a construir Esperanza Aguirre y que ha continuado Isabel Díaz Ayuso. Madrid es y será, decían, la autonomía con la fiscalidad más favorable del Estado, Madrid es y será la autonomía más propicia al emprendimiento, Madrid es y será la autonomía donde resulte más sencillo hacerse rico. Un discurso sencillo y comprensible que patentiza la importancia del relato. Lógicamente, el relato popular no puede ser el socialdemócrata, al igual que el relato socialista no puede ser conservador. Cada formación se dirige de un modo específico a cada tipo de votante, aunque se gobierne para todos. Un PP incapaz de articular un discurso nítidamente liberal-conservador es un partido condenado a jugar un partido con unas reglas de juego que le resultan desfavorables de entrada. Es un tema de ambición, tanto o más que de supervivencia.

Prohens, una política mucho más hábil que Bauzá, intuyó la centralidad del relato desde el principio. Sus primeras decisiones enviaron un mensaje claro a la sociedad: el progreso se construye de abajo arriba y no de arriba abajo. Y así suprimió y rebajó impuestos, seguramente hasta donde la prudencia del equilibrio fiscal aconsejaba. Pero los discursos tienen un recorrido temporal; han de contar con un planteamiento, un nudo y un desenlace; han de generar ilusión y ser consistentes. Las únicas comunidades autónomas capaces de consolidar un marco ideológico conservador frente a la anterior hegemonía socialista han sido aquellas que han hecho bandera de la rebaja de impuestos y de la simplificación administrativa. Para muchos votantes, ser conservador hoy significa creer que se pagan demasiados impuestos y que la desregulación es un instinto positivo. “Dinero personal” y “libertad negativa”, por emplear dos conceptos de Isaiah Berlin.

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Sin duda, Antoni Costa piensa como un economista y sabe que debe cuadrar los presupuestos y que los gobiernos siempre tienden a gastar más. No le culpo por ello. Pero de este modo no se moviliza un electorado. El votante conservador agradece la reducción de la burocracia y la rebaja fiscal; se trata casi de un credo religioso. Cada año, el Govern debería mandar un mensaje nítido: vais a pagar menos impuestos, el tramo autonómico del IRPF vuelve a bajar. Y así un curso tras otro, hasta equipararnos con las comunidades con menor carga fiscal. Todo lo contrario de lo que ha dicho el conseller.

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