Opinión | POLÍTICA
La confianza en las instituciones
El sistema democrático de un país puede verse erosionado si sus ciudadanos desconfían sistemáticamente de la mayoría de sus instituciones
Protestas de jóvenes científicos ante el Congreso de los Diputados / EFE
No lo olvidemos: de la solidez institucional deviene la fortaleza democrática. Siempre es esperable —incluso podría llegar a pensarse que, en ocasiones, es positivo— que exista cierta desconfianza ciudadana en sus instituciones: sería el reflejo de una ciudadanía informada, crítica y exigente. De hecho, esta desconfianza está más presente en democracias maduras y consolidadas que en otras menos afianzadas o que, incluso, en países con sistemas políticos autocráticos. No obstante, el sistema democrático de un país puede verse erosionado si sus ciudadanos desconfían sistemáticamente de la mayoría de sus instituciones porque de la certeza que estas deberían generar se puede pasar a la incertidumbre y de ahí a la inestabilidad. No es, por tanto, irrelevante para el funcionamiento de una sociedad que los principales grupos e instituciones sociales que la vertebran inspiren a la ciudadanía un mayor o menor grado de confianza (y, por tanto, de credibilidad y respetabilidad).
En los últimos tres lustros hemos vivido dos grandes crisis mundiales que han sometido a una verdadera prueba de estrés a todo el entramado institucional de los Estados
Los momentos de grandes dificultades son en los que se demuestra la fortaleza institucional de un país. Y en los últimos tres lustros hemos vivido dos grandes crisis mundiales que han sometido a una verdadera prueba de estrés a todo el entramado institucional de los Estados. La primera, la Gran Recesión. Un acontecimiento que, en realidad, implicó una triple crisis: la propia recesión económica; una crisis social derivada de esta primera y caracterizada, principalmente, por el incremento de las tasas de paro —sobre todo entre los jóvenes— y un aumento de las desigualdades sociales hasta niveles prácticamente desconocidos desde la restauración de la democracia en nuestro país; y una crisis institucional que afectó de manera más directa y profunda a las instituciones políticas de los países.
La segunda gran crisis ha sido la sanitaria derivada de la pandemia. El coronavirus ha amenazado con poner en marcha, de nuevo, la espiral crítica ocurrida tras la Gran Recesión: caída de la economía mundial seguida de un impacto directo sobre el bienestar colectivo con el consiguiente riesgo de una incidencia negativa en la credibilidad y confianza en las principales instituciones.
Los científicos, los médicos y el profesorado son, en este orden, las tres instituciones que más confianza transmiten a los ciudadanos
En este sentido, el Índice de Confianza Global que lleva a cabo Ipsos en más de veinte países en el mundo arroja un resultado que no sorprende: los científicos, los médicos y el profesorado son, en este orden, las tres instituciones que más confianza transmiten a los ciudadanos. ¿En este resultado tiene que ver la pandemia? Sí y no. El esfuerzo y la labor que han desarrollado estos tres colectivos durante los últimos años, desde que el COVID-19 hizo acto de aparición, han consolidado una posición en los primeros puestos del ranking que ya venían ocupando con anterioridad al 2020. Incluso durante los peores años de la crisis económica estas instituciones ya copaban los primeros puestos. En gran medida, por su implicación y en parte porque son percibidas como protectoras y altruistas —se las atribuye un objetivo basado en el exclusivo interés público—. En otras palabras, en los peores momentos, estos profesionales han demostrado que eran dignos de esa confianza por parte de los ciudadanos.
Descrédito de los políticos
¿Y las instituciones que menos confianza generan entre los ciudadanos? Aquellas a las que los ciudadanos le otorgan su representación y el papel de garantes del bienestar común: los políticos en general y los gobiernos en particular. Así ocurre en los 28 países analizados en el estudio de Ipsos. No obstante, si científicos, médicos y profesores han reforzado su imagen ras la pandemia, también los políticos y los Gobiernos, en general, han reducido el grado de desconfianza a lo largo del 2021. Esta cierta mejora de imagen de las instituciones políticas puede deberse a las diferentes medidas implementadas por organismos internacionales y gobiernos para intentar afrontar las dos grandes crisis: en la primera, la gente percibió una salida desigual; en la segunda, un mayor esfuerzo por evitar ampliar la brecha social. En el caso concreto de España, los ciudadanos percibieron que en la primera de estas grandes crisis se priorizó la ayuda a los bancos por encima de los intereses ciudadanos. Por eso, no debe extrañar que nuestro país sea el único en el que la mayoría dice desconfiar de los bancos: 60% (el doble de la media mundial). Una enseñanza que no se debería olvidar: unas instituciones fuertes inciden positivamente en el desarrollo económico (más que a la inversa).
En todo caso, las instituciones son los pilares básicos que articulan la vida social de un país. Constituyen las reglas de juego de la interacción social, esto es, son las normas con las que se dotan las sociedades para regular sus relaciones políticas y económicas. Intentar asaltar, desvirtuar o degenerar esas reglas puede tener unas consecuencias nefastas. No confundamos crítica con ataque. El inmovilismo tampoco ayuda. Pero algunos acontecimientos y manifestaciones actuales poniendo en duda el funcionamiento legítimo de parte de nuestras instituciones con un soterrado interés partidista no parece el mejor camino para mejorar la calidad de nuestras democracias.
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