Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE
Kemi Badenoch, sin complejos y al ataque
Algunos ven en la líder de los conservadores la fe del converso y otros la definitiva modernización de una formación rancia que tiene problemas para conectar con las clases medias y populares
Kemi Badenoch.
Nació en el 80 en el barrio de Wimbledon, se crio en Nigeria, estudió Ingeniería Informática, admira a Margaret Thatcher y tiene mala opinión de los subsidios.
Se llama Kemi Badenoch y es la primera mujer negra en presidir un gran partido en Reino Unido. El conservador, para ser más exactos. Llegó al cargo tras una consulta a la militancia torie en la que se impuso a Robert Jenrick, y sustituye al antiguo primer ministro, Rishi Sunak, que dimitió tras el varapalo en las elecciones generales británicas del 4 de julio. Badenoch tiene tres hijos y está casada con un alto ejecutivo de banca. Ya fue ministra y antes diputada. Ahora se lanza al estrellato con el reto de revertir el ciclo electoral adverso de los conservadores, arrollados por los laboristas.
Olukemi Olufunto Adegoke Badenoch es su nombre completo. Gracias a la curiosidad heráldica y a Google y no a nuestra pericia idiomática, hemos sabido que Adegoke significa algo así como progreso completado, lo cual nos lleva a pensar que el nombre es el destino. Al menos en algún caso. O sea, que puede que no siempre sea eso de que el carácter es el destino. O es que estaba predestinada.
Badenoch es muy conservadora incluso para muchos conservadores. Detesta lo woke y le presenta batalla. Sin complejos. Algunos ven en ella la fe del converso y otros la definitiva modernización de una formación rancia que tiene, ahora, problemas para conectar con las clases medias y populares. Los conservadores han desaparecido de zonas como Escocia, lo cual debe de escocer mucho, y arrastran una reciente historia de liderazgos torpes, fugaces y quemados con rapidez. El de Badenoch es el mismo partido que un día confió en el botarate de Boris Johnson, en el morigerado John Major, en la titubeante Theresa May o en el inconsciente de David Cameron, que organizó el pifostio del Brexit, o sea, el referéndum. Sin olvidarnos de Sunak, primer aperitivo exótico que la militancia conservadora quiso probar. Un partido que sigue teniendo en sus altares a la Thatcher, que es algo así como si el PSOE no abominara de Felipe González, aunque más bien es este el que abomina de Sánchez. A la Thatcher y a Churchill, claro.
Badenoch ha sido apodada como la niña bonita de la derecha británica, lo cual nos hace dudar de la capacidad y el ingenio metafórico de los conservadores. No puede gobernar quien no cuida sus metáforas. Paradójicamente no solo ha de luchar contra la izquierda, sino también contra los (más) ultras, contra el partido de Nigel Farage (Reform UK), ya representado en el Parlamento. Badenoch y Farage suelen decir cosas parecidas, la diferencia es que Badenoch las dice serena. Farage da con frecuencia las gracias a La Rioja por lo mucho que ha hecho por su felicidad.
Se hizo de derechas, Badenoch, por el repelús que le dieron "esos estúpidos niñatos blancos de izquierdas" con los que se relacionó en la Universidad y ha logrado el favor de las bases de un partido, al menos así reza el estereotipo, formado por hombres maduros ¿señoros?, blancos. Hay un paralelismo con Trump, que en teoría no tendría que haber gozado del favor mayoritario ni de mujeres, ni de negros, ni de hispanos ni de pobres. Y ha ganado.
La línea que imponga Badenoch a partir de ahora en la formación que comienza a liderar es una incógnita a medias. Ya sabemos que detesta a los trans, que no está de humor para comprender el mundo gay, que duda del cambio climático y que la paga por maternidad le parece un exceso. No tiene tampoco muy buena opinión del funcionariado. Se ha descolgado también con algunas declaraciones que no son precisamente una defensa de la sanidad pública.
El otro día dijo que ella quería ser la peor pesadilla del laborismo, declaración que nos recordó a las proclamas de Ayuso para la que todo más allá de la democracia cristiana es comunismo duro. Si es que admite que hay un comunismo blando. Se llevarían bien Badenoch y Ayuso, aunque discreparan sobre si es mejor Londres o Madrid. En los dos sitios la sanidad pública encuentra dificultades y en los dos sitios puedes no encontrarte nunca con tu ex. En lo de ser el mejor sitio para tomar cañas, los londinenses nos ganan un poco, el tamaño importa, dado que allí se lleva más la pinta. Aunque siempre se puede contraatacar con el doble o la jarra. Ahora también les gusta mucho la Guinness.
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