Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Nicolás Maduro: Lo peor está por venir

Nadie sabe cómo funciona Venezuela, por la sencilla razón de que Venezuela no funciona

Miel, Limón & Vinagre: Nicolás Maduro / EPE

 Como casi dijo Roosevelt de Somoza, puede que Nicolás Maduro sea un hijo de puta, pero no es nuestro hijo de puta. Esta desconsideración se debe a que incumple la etiqueta que ordena no vestir chándal ni prendas con capucha a partir de los cincuenta. El presidente a la vez saliente y entrante de Venezuela ganaría mucho dentro de una túnica árabe, con ensaimada sobre la cabeza incluida. Nadie llama dictadores a los jeques que han embelesado a Occidente, por lo que una vestimenta talar lo transformaría en reformador y redentor de su pueblo. El petróleo ya lo tiene y no ha dejado de manar, porque Estados Unidos le compra a diario más de 150 mil barriles de crudo, con la planetaria Chevron como patrocinadora.

Nadie sabe cómo funciona Venezuela, por la sencilla razón de que Venezuela no funciona. En medio del caos, lo más irritante de los dictadores es que aburren por repetitivos, solo se exigen unas mínimas dotes oratorias a los líderes democráticos. El acalorado Maduro brama como un locutor futbolístico incitando a la violencia. Su cháchara apocalíptica es tan previsible que los ojos se desplazan a la traductora al lenguaje de signos. Para interpretar a Chávez, esta profesional posa las manos sobre la cabeza en triángulo, remedando el bicornio de Napoleón. Y para referirse al propio Maduro, se pone la mano en el bigote y cierra a continuación el puño. El marxismo mostachudo. O caribeño, ya que hablamos de imitadores desorientados de Fidel Castro.

En Venezuela, lo peor siempre está por venir. Al margen de la identidad del presidente jurado en Caracas el próximo 8 de enero bolivariano, si Maduro es un sucedáneo de Putin, el lacrimógeno Edmundo González no es Navalni. El otro ganador de las elecciones se preocupa más del futuro de su familia que de su país, ante el aplauso de la omnicomprensiva derecha española, que convierte esta prioridad en un crimen cuando la enarbola Pedro Sánchez.

Tienes que odiar mucho al presidente titular para votar a este diplomático cansado y cansino, un González con vocación de títere. A cambio, tiene mérito reunir millones de votos sin ejercer siquiera de candidato, actuando solo como capataz de una oligarca.

La bicefalia es tan consustancial a Venezuela como la interinidad. El saltador de vallas Juan Guaidó ya estafó a la derecha con una presidencia virtual que no virtuosa. Cabe disculpar a los conservadores españoles por la urgencia de una victoria, aunque tenga lugar fuera de campo. De ahí el énfasis de Dolors Montserrat al haber reanimado a Don Edmundo como presidente venezolano con sede en el Parlamento Europeo, ni siquiera en la Unión.

Hay que echarle un tropezón de erudipausia a este caldo. Max Weber concluye que «un estado es una comunidad humana que reclama (con éxito) el legítimo uso de la fuerza física en un territorio determinado».

Cuesta imaginar una definición más cínica, la identidad estatal consiste en amedrentar a los vecinos. La condición de Jefe de Estado obedece la misma regla, de ahí el hándicap del asustadizo Don Edmundo. Las urnas son subsidiarias en Venezuela desde hace décadas, pero Maduro se inscribe en la moda en auge de convocar elecciones para perderlas y después quedarse en el poder. Se acerca a pasos agigantados un futuro sin vencedores electorales, con un intercambio de actas tan etéreas como las urnas del referéndum catalán.

En el capítulo de la memoria personal, no todos los presentes han entrevistado a dos presidentes de Venezuela. Y me atrevo a decir que ninguno de los aquí congregados ha interrogado dilatadamente al dictador, este sí, Marcos Pérez Jiménez que inspiró El otoño del patriarca de García Márquez, y al democristiano Rafael Caldera.

En estas dos conversaciones presidenciales pueden excavarse todavía hoy claves sobre la peripecia del Maduro atornillado a su cargo. Pérez Jiménez también era bolivariano, además de admirador de Franco. El general que desgarró el país durante una década me confesó que «quizá fui un déspota esclarecido», contra un Maduro sandunguero pero poco ilustrado.

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Caldera también nos enseña casi tres décadas después que «Venezuela cometió errores porque se creyó el pueblo más rico del mundo». Y adjuntaba una confesión hoy chocante, porque «Don Juan Carlos fue, y perdone que lo diga, una sorpresa, no sospechábamos lo que ha significado». El Rey también ha perdido sentido, como las elecciones venezolanas, desde los tiempos en que el monarca recibía en Marivent a un contrito Chávez, para firmar la paz tras el «¿por qué no te callas?». A su lado, el entonces vicepresidente Nicolás Maduro.

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