Opinión | CASO BEGOÑA GÓMEZ
Una humillación innecesaria a Sánchez
La sobreactuación corre el riesgo de generar una simpatía inmerecida hacia los culpables
El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez / Alberto Ortega - Europa Press
Vaya por delante que las actividades de corte empresarial de Begoña Gómez, por no hablar de su titularidad de una cátedra de la Universidad Complutense sin ser catedrática de ninguna asignatura, son tan escandalosas que ponen a prueba las costuras del nepotismo. El abuso de la posición de primera dama golpea la imagen de Pedro Sánchez, con la misma intensidad que supuso el chalet de Galapagar para las expectativas de Podemos. Admitiendo esta situación lamentable al margen de sus consecuencias penales, el pseudointerrogatorio en La Moncloa del presidente del Gobierno de España a cargo de un juez de Instrucción supone una humillación innecesaria al testigo y al Estado, sin relación alguna con la persecución de los supuestos delitos atribuidos a su esposa.
No se trata de inflar egos, personalizando en el juez Peinado. La maquinaria judicial en su integridad queda desacreditada por la performance del «¿tiene usted alguna relación con Begoña Gómez?», pronunciado en el domicilio conyugal que simboliza a un país europeo. La única misión de la expedición inquisidora a La Moncloa era la difusión mediática de la parca conversación hacia ninguna parte. Objetivo cumplido.
La sobreactuación corre el riesgo de generar una simpatía inmerecida hacia los culpables. Sánchez no debió auspiciar jamás las incompatibilidades de su esposa, pero el menoscabo gratuito del único poder del Estado surgido del voto puede favorecer al líder socialista.
Es curioso que en dos jornadas se acumulen dos audios regocijantes. El muy predecible nada sobre nada del presidente del Gobierno se superpone al extraordinario monólogo de George Clooney, comunicando a Cate Blanchett que no puede ir a San Sebastián «porque estoy en Venecia, porque estoy bebiendo y porque no llevo pantalones». Junto al «es mi esposa», sendos textos que hubiera firmado orgulloso Groucho Marx. La Justicia valorará si le compensa arraigar en el surrealismo daliniano.
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