Opinión | PRÁCTICAS SEXUALES

El porno, de mojigata a censura

Hablamos de la necesidad de hablar de sexo, de hablar entre dos, y de consentimiento

Hombre con ordenador / Pexels

Es hablar del porno, violaciones o pŕacticas sexuales determinadas y no falla, incluso entre feministas, quien diga “mojigatas”, o “puritanas” o “censura”.

Esto viene porque hice una reflexión del caso Pelicot y el consumo del porno, reconocido por algunos imputados. A la vez, una divulgadora sexual en Instagram hizo un vídeo sobre una práctica sexual y la falta de consenso, que puede llevar a situaciones desagradables aprendidas del porno, sobre todo para las mujeres.

Los comentarios se llenaron de lo que indicaba al comienzo con el añadido de “es que me gusta” o “no me importa que me lo hagan”. Y de paso, se deja caer lo del puritanismo dentro incluso de un feminismo que usa argumentos simplones machistas, cuando saben de sobra que ese no es el debate. Esto no va de preferencias personales en las que absolutamente el feminismo ni nadie entra. Esto no va de lo que te gusta a ti. Esto va de las consecuencias sociales de determinadas situaciones.

No estamos hablando de cuestiones banales, hablamos de un asunto que puede acabar en delito y entre rejas, con antecedentes penales que marquen toda una vida y con víctimas y traumas que a veces se enquistan y tardan décadas en solucionarse.

Hablamos de estadísticas que todo el mundo ya conoce. Hablamos de menores adictos con consecuencias de salud. Hablamos de porno violento como lo más consumido. Hablamos de que no hay educación sexual y se aprende en el porno. Hablamos de chicas que en terapia, o hasta de forma pública en medios, reconocen que en el sexo no le gustan determinadas prácticas pero que, por ser aceptadas, que ellos no las rechacen y otras no les digan mojigatas o puritanas, acceden. Luego, eso sí, asqueadas, con días de llanto y de sentirse como basura

Hablamos de la necesidad de hablar de sexo, de hablar entre dos, y de consentimiento. Que luego bien que necesitamos las leyes que así lo recogen y a ver si acabamos por vaciarlas de contenido. Y cuidado con hasta dónde extendemos el deseo o el “a mí me gusta”, que por complacer o no ser rechazadas a veces acceden a lo que no quieren. Lo mismo con el “no pasa nada” o “es lo normal entre nosotros” y sus matices. Quienes hemos trabajado con casos de violencia de género, donde había además violencia sexual, hemos escuchado a menudo el “es lo normal”, “no exageres”, “nos tratamos así de siempre” o el “a él le hace feliz y entonces yo también lo soy”. Que a veces tenemos puesta la venda en los ojos y cuando se cae descubres que a ver dónde está ya no lo romántico sino el respeto en forzar, escupir o pegar. Para negar, normalizar y restar hierro a la violencia nos han educado durante décadas, ojito.

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Afrontemos el debate con argumentos y no con etiquetas para ridiculizarnos y, sobre todo, para callarnos. Al final, el miedo no es quedar de mojigata o no. Es lo de menos y hasta ridículo para quien lo dice. Lo que da miedo es que haya mujeres violadas calladas por temor y violadores sin reconocer que lo son porque lo aprendieron en el porno violento. Ese es el problema.