Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Edmundo González, un recurso rápido para una situación calamitosa

Cuando Nicolás Maduro afirma –mintiendo – que sacó 51, 2% de las elecciones presidenciales del pasado julio está admitiendo que casi la mitad del país quiere abandonar la senda revolucionaria mañana por la mañana. Abandonar más de veinte años de ruina económica, represión política, corrupción avasalladora y retórica populista.

Edmundo González / EPE

Es sorprendente, respecto a la crisis venezolana, que sean muy pocos los que atienden a obviedades. Incluso a algunas tan evidentes como elementales, certificadas históricamente. Por ejemplo, que una revolución jamás es democrática. Ningún proceso revolucionario lo es ni pretende serlo. La revolución viene a subvertir estructuras económicas y sociales y esa demolición más o menos planificada tal vez tenga ganadores, pero con toda seguridad tendrá perdedores.

En las elecciones en las que Hugo Chávez obtuvo su máximo respaldo, después del estúpido intento de golpe de Estado, consiguió la friolera del 56% de los votos. Un 44% no lo apoyó. Por supuesto, jamás ha existido un 44% de oligarcas y millonarios en Venezuela. Pero evidentemente el caudillo no gobernó para ellos, sino contra ellos. Lo dijo con absoluta claridad: «La Revolución bolivariana no se detendrá porque algunos escuálidos pretendan eliminarla». En un sistema democrático rigen unas reglas básicas: elecciones competitivas y transparentes, contrapesos al poder ejecutivo, libertades públicas. Pero una de las convenciones, menos conocidas y discutidas, es que el dirigente democrático debe gobernar para todo el mundo desde el respeto a las minorías. Aun en las mejores condiciones deberá sacrificar parte de su programa –mucho o poco – a fin de no gobernar exclusivamente para sus votantes.

Cuando Nicolás Maduro afirma –mintiendo – que sacó 51, 2% de las elecciones presidenciales del pasado julio está admitiendo que casi la mitad del país quiere abandonar la senda revolucionaria mañana por la mañana. Abandonar más de veinte años de ruina económica, represión política, corrupción avasalladora y retórica populista.

El verdadero presidente electo de Venezuela, Edmundo González Urrutia, fue candidato por eliminación. El madurismo impidió con excusas risibles que María Corina Machado fuera candidata y también tumbó una segunda opción. González Urrutia debió aceptado por los dirigentes de la Plataforma Unitaria Democrática, que excluida Machado, no se fiaban demasiado unos de otros. González Urrutia los convenció por su afabilidad, su bonhomía, su espíritu de colaboración. Y por el respaldo de Machado.

Católico practicante y con 75 años de edad, el diplomático González Urrutia cuenta con una hoja de servicios notable (alto cargo en el Ministerio de Asuntos Exteriores, embajador en Argentina y Argel). Incluso trabajó para el Gobierno de Chávez hasta que el presidente sustituyó el partó por la camisa roja. González Urrutia criticó públicamente el golpe de Estado de 2002. No es un recién llegado a la oposición. Lleva militando desde el 2012 en sucesivas fuerzas y coaliciones. Y presidió y compartió los errores de la extinta Mesa de la Unidad Democrática (MUD) entre 2013 y 2015. No es un gran líder ni un orador extraordinario, como María Corina Machado, sino el recurso imprescindible en una circunstancia crítica, y pocos discuten su capacidad para llegar a acuerdos. Obviamente la dictadura lo ha tildado de fascista. La única manera de ser antichavista es ser fascista. La izquierda española repite la imbecilidad con entusiasmo. Da exactamente igual que en la PUD se integren partidos socialdemócratas, liberales, democratacristianos, radicales, socialistas, conservadores. La voluntad de desmontar la dictadura chavista lo convierte inmediatamente en un criminal facineroso.

Maduro solo esperaba el mejor momento para detener a González Urrutia, a cuya familia se amenazó reiteradamente. Por eso se acogió a la hospitalidad de la Embajada de España y gestionó su salida del país. El escándalo de la visita en la Embajada española de Delcy y Jorge Rodríguez, donde obligaron a firmar a González Urrutia un papel autoincriminatorio a cambio de permitirle viajar a España, habla a las claras del autoritarismo vesánico del régimen, pero también de la debilidad del presidente electo. Ha sido un golpe contra la oposición, pero en Venezuela sigue María Corina Machado. Y no piensa marcharse.

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Lo que se murmura en los ámbitos de la oposición es que si González Urrutia llega a tomar posesión el próximo enero implementará un plan de reformas y convocará a nuevas elecciones presidenciales antes de dos años. Y se quedará en casa alimentando sus guacamayos, bebiendo zumo de parchita y leyendo a Burke. 

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