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Sánchez y Puigdemont

El presidente rectifica, no se puede gobernar sin mayoría. El expresident exige ser compensado por la pérdida de la Generalitat

Sánchez se reunirá la próxima semana con los presidentes de Cantabria, La Rioja y Asturias

En el comité federal del PSOE del 7 de septiembre, Pedro Sánchez quiso insuflar ánimos ante la temida evaporación de la mayoría parlamentaria. Y sacó pecho: “hay Gobierno para largo. Vamos a avanzar con determinación…Con o sin el concurso del poder legislativo”. Una frase muy temeraria que, llevada al extremo…

Pero gobernar sin mayoría, o vegetar, es posible por un tiempo, pero avanzar, nada de nada. ¿Sin aprobar leyes y sin presupuestos por segundo año, aunque la economía tire, pero no “como un tiro”?

A Sánchez no le gusta enmendarse, pero parece que lo está haciendo. El martes ordenó retirar la propuesta de techo de gasto que se debía votar este jueves, que fue tumbada en julio por el PP, Vox y Junts, y que iba a volver a ser derrotada con los mismos votos.

Tras el viaje del pasado viernes a Suiza de Santos Cerdán -el alfil para los tratos “escabrosos”- asumió que Junts siempre iba a votar en contra. De todo. Sin techo de gasto no habría presupuestos. Y Sánchez los necesita para intentar acabar la legislatura y ser escuchado en Bruselas. El alfil debió añadir que Puigdemont podía rectificar si el Gobierno también lo hacía. Y quedaba bien patente que el todavía inquilino de Waterloo tiene la sartén por el mango.

Puigdemont no quiere perder comba y es un político con tantos errores -la DUI del 2017, en la que ni él mismo creía- como resiliente. Hay que reconocer -guste o no- que no es fácil vivir en el ostracismo durante siete años y seguir siendo el dueño del segundo partido catalán. Pero para evitar el declive -su entrada y fuga de Catalunya el día de la investidura de Illa, prueba tanto audacia como marginalidad- necesita ser reconocido como el interlocutor Imprescindible. Con mayúsculas. Sus siete diputados valen su peso en oro.

Y Puigdemont se cree maltratado por Sánchez. Primero, porque la ley de amnistía no se le ha aplicado. No por el Gobierno -que se la jugó-, sino por el Supremo. Pero hechos son hechos. Sigue en Waterloo, tiene que huir de Barcelona como un quinqui, y esperar (como Junqueras) la decisión de Conde Pumpido. Su abogado, Gonzalo Boyé, revisó la ley, pero Puigdemont nunca admitirá que quizás se equivocó.

La no amnistía se le ha indigestado. Pero que Salvador Illa sea presidente de la Generalitat gracias a un pacto con ERC -que a cambio dice haber conquistado el ansiado concierto económico- es una afrenta aún mayor a su futuro. El independentismo dividido ha perdido la mayoría que tenía en el Parlament desde 2014, ERC vota a Illa, y el PSC recupera la Generalitat y predica que Cataluña vuelve a la normalidad. ¿Normalidad con Collboni (no Trias) en el ayuntamiento e Illa en la Generalitat? Puigdemont no lo puede tragar.

El culpable es Sánchez. Él le hizo presidente en Madrid, pese a que había quedado segundo en las elecciones del 2023. Y no ha sido correspondido. Sánchez no ha permitido que él sea president -también quedó segundo- porque no solo ha apostado por Illa, sino que le ha hecho ganar al premiar a ERC con el concierto. Sea o no correcta la ecuación, es la que exhibe Puigdemont para que el PSOE admita que está en deuda con él. Y que exige el pago.

Le debió dejar claro a Cerdán, que se tenía que volver a visualizar que él, con los siete diputados de Junts, era el rey del mambo. Y Sánchez que, contra lo que dijo en el comité federal, sabe que no se puede gobernar sin mayoría parlamentaria, admite negociar el trato (o la humillación). Como dijo Enrique IV de Francia, al convertirse al catolicismo: “París bien vale una misa”. Para Sánchez, París es seguir en la Moncloa y poder gobernar. Es frío como un témpano de hielo.

Claro, Aznar repetirá, aún con más fuerza, que “La Moncloa ya es una delegación del separatismo”. Él podría replicar, pero no quiere molestar más a Puigdemont -y quizás por eso no estuvo el domingo en la fiesta de la rosa de Gavá- que, gracias a su política de desinflamación, el PSC está en el corazón de la Generalitat. Y Aznar se encogería de hombros: el PSC…el caballo de Troya del independentismo.

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Así estamos. Las cosas como son. Sánchez quiere presupuestos. Puigdemont tiene siete diputados. Y el PSOE y el PP no se pueden ni ver. Casi como católicos y protestantes en la Francia de Enrique IV.   

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