Opinión | MUJERES

Despertad, princesas

El caso de la francesa Gisèle Pelicot es producto, en su grado más extremo, de la cultura de la sumisión y la violación

Gisèle Pelicot.

El imaginario masculino, en culturas muy distantes y distintas, incluye siempre a la mujer durmiente, en todas sus gradaciones y variantes. Bellas y dormidas, inertes, sumisas, calladas, mudas y mutiladas, desarmadas e indefensas, sin capacidad de acción ni reacción, esperando al héroe, a disposición de un varón que las despierte, les infunda vida y con el que unirse en un nudo protector indisoluble. Llegará el príncipe y las convertirá en princesas.

La leyenda original de "La bella durmiente", que se remonta por lo menos al siglo XIV, fue reescrita por el italiano Giambattista Basile, luego por el francés Charles Perrault y después, hace nada, fue redecorada y edulcorada por Walt Disney y su factoría. En la versión italiana, la más antigua escrita, la protagonista se llama Talía y el beso es una violación, en toda su crudeza, a manos de un tipo, un rey, que la encuentra dormida y desvalida, víctima de una maldición, quizá simplemente la de haber nacido mujer, y a su entera disposición. Barra libre.

Los cuerpos muertos resultan enormemente atractivos. ¿Lo pueden entender? ¿Quién lo diría? Pues sí. ¿Quién diría que más de 70 respetables ciudadanos de un país tan civilizado como la vecina Francia harían cola para violar a una mujer inconsciente? ¿Quién llegaría a imaginar que los bárbaros talibanes, en la lejana Afganistán, prohibirían la voz de las mujeres, para enmudecerlas y, cubiertas de pies a cabeza, reducirlas a la nada? Solo sombras. Inmóviles, sin voluntad ni deseo, enajenadas. Así las quieren.

A las niñas se las ha educado durante generaciones con cuentos en los que la quietud y la espera tenían premio. Era bueno ser dócil y obediente, las mujeres no teníamos mucho más que hacer. Dejarnos querer, decían. Ahora se llama cultura de la violación.

El ideal de la mujer sumisa parecía estar superado, pero no, cada día se confirma que tiene tanto vigor como el de la belleza y la juventud femeninas, con manifestaciones extremas y aberrantes demasiado a menudo. Una mujer borracha o colocada, indefensa y desorientada, es para muchos una invitación a entrar, hasta el fondo y sin llamar. La mujer soñada es una mujer inerme. Siempre a su disposición.

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El sueño es un estado pasajero, así que cuidado. Cuando las mujeres despiertan suele suceder que, como la francesa Gisèle Pelicot, lo hacen con determinación y valor, se revuelven y se rebelan. Emergen de su pesadilla con los ojos bien abiertos, abren las ventanas, airean la casa y reclaman la justicia que se les debe, así que mucho cuidado con quedarse dormidos.

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