Opinión | MUJERES

Olímpicas

En la Antigua Grecia las atletas competían en sus propios juegos, en honor a la diosa Hera

Olímpicas / ShutterStock

Hace mucho que las atletas femeninas son olímpicas. En Roma, en la última etapa de los Juegos Capitolinos, allá por el primer siglo de nuestra era, se les permitía participar en los mismos torneos que los hombres; luego, a lo largo de la historia, con avances y retrocesos, las mujeres hemos ido ganando terreno en el deporte, como en otros ámbitos. Hoy, las grandes campeonas son celebridades, propulsadas al estrellato por la publicidad, los medios de comunicación y las redes sociales. Pero no siempre fue así.

En la Grecia Antigua los Juegos Olímpicos, en honor a Zeus, padre de todos los demás dioses, eran solo para hombres. Las mujeres ni siquiera podían asistir como espectadoras. Ellas tenían una competición paralela, los Juegos Hereos, dedicados a Hera, la esposa de Zeus, que se celebraban igualmente cada cuatro años, dos semanas después de los Juegos Olímpicos y hacia el mes de septiembre, en Argos y en Olimpia –en ese sentido, ellas también eran olímpicas–. Solo eran para solteras, había varias categorías, por edades, y consistían, fundamentalmente, en carreras de velocidad, con distancias algo más cortas que los hombres.

Los atletas masculinos competían totalmente desnudos, pero las mujeres lo hacían vestidas con una túnica corta, justo por encima de las rodillas, que les dejaba al descubierto un hombro, muy parecida a la que usaban los niños. Algunos historiadores sostienen que aquel festival atlético tenía algo de travestismo y de rito previo al matrimonio. Tras él las adolescentes estrenaban una feminidad doméstica y no estaban ya para juegos.

El historiador griego Pausanias cuenta que los Juegos Hereos son la primera competición atlética femenina, que empezaron a celebrarse en el 580 antes de Cristo y que su organización estaba en manos de 16 mujeres, que, de paso, tejían una túnica nueva para la diosa Hera. La iniciativa partió, según una de las versiones que recoge Pausanias, de Hipodamia, la hija de Enómao, rey de Olimpia, y esposa de Pélope, y precisamente en agradecimiento a la diosa Hera por su boda. Hay otra versión, en la que los Juegos Hereos son un torneo en reparación por los males infringidos por el tirano de Élide a sus habitantes: las 16 mujeres representaban a las otras tantas ciudades de Élide. Sea como fuera, eran un acontecimiento, no tan grandioso como los juegos masculinos, pero, aún así, de dimensiones mitológicas.

Las espartanas eran las favoritas. Solían acaparar los trofeos, porque en Esparta las chicas se ejercitaban y entrenaban con regularidad e intensidad, aunque era más con el propósito de ganar fuerza y resistencia para afrontar los embarazos y los partos que para batir marcas deportivas.

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Como los varones, las campeonas se coronaban con ramas de olivo silvestre, recibían como premio la carne de los animales sacrificados en el altar de Hera y algunas eran inmortalizadas en esculturas, retratos e inscripciones que se colgaban en las columnas del templo de Hera. Con esto queda probado que la inmortalidad es poca cosa, porque de ellas apenas queda memoria, salvo por el testigo que pasaron a deportistas venideras, y luego ellas a otras, a lo largo de los siglos y hasta hoy.