Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

Vacaciones de septiembre

Yo era a veces septiembre y andaba cargando los sueños no dormidos del verano, sus desvelos

Imagen de archivo de la Luna. / Agencias

Yo, acaso sin saberlo, era a veces septiembre. Yo era a veces un mar casi frío y una luz ya más templada que despertaba el vuelo de los vencejos, que les llamaba a irse, "ya es hora, ya es hora, marchaos". Y, de repente, ya no quedaban vencejos trazando laberintos efímeros sobre el azul y habían regresado los correlimos para jugar al pillapilla con las olas.

Yo era a veces septiembre porque apenas nunca fui verano, por más que quise, por más que lo intenté. Yo fui siempre, en contra de mi voluntad, lo que se esperaba de un septiembre, un tipo un poco gris y un poco destemplado, con las manos frías por las mañanas y a la caída de la tarde, un ser siempre a la sombra que aguardaba un golpe de suerte, un rayo de luz, un destello de alegría.

Yo era a veces septiembre y luego oscurecía. Y un buen día, de pronto, bajo mi ventana empezaban a pasar los niños para el colegio, cargados de futuro, y yo me asomaba a mirarlos cansado ya de los vientos, de las mareas, roto de atardeceres, ahíto de baños, sombrío de sol. Yo era a veces septiembre y andaba cargando los sueños no dormidos del verano, sus desvelos, la larga liturgia de las noches en vela, del vino y los amigos, de las fases rituales de la luna. Y era entonces, solo entonces, cuando septiembre se revelaba como una realidad inquebrantable, como un destino inexorable. Septiembre y su obligación, su costumbre de formalidad, de horarios, de exigencias, de la ropa de trabajo.

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Por eso septiembre, dicen los expertos, se está convirtiendo en un mes muy vacacional, el mes preferido por muchos para su descanso. Ha venido a resultar que ahora solo tenemos septiembre como refugio. Porque por nuestra mano, por nuestra inconsciencia, por nuestra culpa, el verano se nos ha rebelado, y en venganza ha traspasado los límites soportables de calor, de turistas, de invasión, de ruido. Y es ahora septiembre el único remanso posible, el único que queda cuando ya todo se ha gastado, consumido por nuestra ambición, por nuestro exceso.

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Por eso yo también tomo vacaciones en septiembre. Lo hago, en realidad, para alargar el verano, para llevarlo más allá, para transformarlo en algo habitable, vivible, navegable. Septiembre tiene a veces gestos que se parecen al verano, puede hacerse pasar por él si uno no tiene en cuenta el desvelo de la luz, si uno hace como que no se da cuenta de la manera en que cae el sol, vertical, urgente, en cuanto media la tarde. Septiembre tiene más calma, más buen gusto, más delicadeza para el silencio a la hora de la siesta, el libro sobre el regazo. Septiembre es la dulzura de echarse la sábana en la madrugada y seguir soñando.

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