Opinión | EL RUIDO Y LA FURIA

Viento caliente

Lo llamamos ‘Terral’, y entra por las calles dando trompadas, como un animal herido 

Imagen panorámica de un océano. / EUROPA PRESS

Tengo una imagen guardada en la memoria desde mi niñez. Mi calle terminaba en una plazoleta en la que compartíamos el espacio los viejos y los niños. La plazuela no tenía árboles, era una ‘recacha’, que en este sur que habito y que me habita viene a significa un lugar donde da el sol sin que moleste, amablemente. Ahí, en la recacha, los viejos compartían su memoria de celtas cortos sin boquilla.

Parece que mi vejez no será así, que en los próximos años el calor nos va a matar sin piedad, dicen los expertos. De hecho, va aumentando el número de fallecimientos por altas temperaturas a un ritmo bastante acelerado. Es constatable, ya nadie puede negarlo, que cada vez hace más calor. Calor del sur a punto de ser mortal.

Este verano está siendo muy caluroso por el predominio del viento del sur, que por estos lares sopla caliente y húmedo. No recuerdo un verano así. El viento del Sur parece que mete el mundo en una redoma de cristal. Llega fatigado de nadar, por eso tiene una dulzura melancólica, de viajero que regresa a casa, pero no es de fiar.

La gente del rebalaje siempre estamos hablando de vientos y de mareas. A Joaquín Soler Serrano, aquel genio que fue pionero de la radio y la televisión en España, le gustaba esa palabra, ‘rebalaje’. Me la escuchó decir un día y me pidió una definición. Yo, que no tenía el diccionario a mano y por entonces aún no llevábamos el universo en un teléfono de bolsillo, le dije: "el rebalaje es donde el mar resbala y se vuelve a caer sobre sí mismo".

Pero yo estaba hablando de los vientos, esos "grandes locos", como los llamaba Álvaro Cunqueiro, a quien también le gustaba extasiarse viéndolos "golpeándose contra el mar y contra los montes". Se dice que Simbad temía sobre todo al viento del norte. Por aquí no conocemos el viento del norte, lo más cercano es un poniente que rola al noroeste y se deja caer sobre la ciudad con aliento de volcán. Lo llamamos ‘Terral’, y entra por las calles dando trompadas, como un animal herido. Es un viento airado que acobarda a los pajarillos y asola las avenidas.

Pero este año ha sido de sur y, rara vez, de levante, que cuando entra se echa tranquilo sobre la orilla con una luz acuosa, leve de bruma y algo salobre, aquietando las olas en la playa y mojando los sueños. Es verdad que a veces, cuando se desboca, muerde la orilla y la arrastra hasta el fondo. Pero otras veces, cuando viene callado, tiñe las calles de una claridad vaporosa y deja un aroma de sal y espuma.

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Llevo todo el verano esperando al poniente. No sé cuándo vendrá. De momento está como dormido. Pero tal vez mañana, ojalá mañana, de pronto toque con su mano azul los cristales de mi ventana y me diga, con la voz de aquellos niños de la plazuela, "Juan, ¿juegas?", antes de que el sur y su calor acaben con todo.

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