Opinión | MIEL, LIMÓN & VINAGRE

Donald Trump, el número uno y amigo de los gatos

Ilusionarse o desilusionarse con la política que se cuece a miles de quilómetros, es un lujo, cosa de señoritos. Ilusionarse o desilusionarse desde España con Kamala o con Trump, solo pueden hacerlo quienes no tiene otras preocupaciones

Donald Trump / EPE

En América están de elecciones, y digo en América porque para los estadounidenses América son ellos y el resto es su patio trasero. Se conoce que como el presidente que optaba a la reelección estaba mayor e igual saludaba a un amigo invisible que se montaba en un tiovivo creyendo que era el Air Force One, lo han jubilado a la fuerza y han colocado en su lugar a una mujer negra -o eso dice ella, la verdad es que hasta yo tengo más color tras tres días de playa- para enfrentarse a Trump. Una mujer negra reúne en su sola persona dos de las características identitarias que más se valoran en los tiempos actuales, la del sexo y la del color, con eso tiene media campaña hecha. Si ni siquiera una mujer negra es capaz de derrotar a Trump, para la próxima deberán buscar a una mujer negra, obesa y homosexual, a ver si así. En América, las capacidades de un candidato son lo de menos, ya que las políticas de republicanos y demócratas no se diferencian, lo que cuenta es la imagen y nada más que la imagen (ya es más que lo que cuenta en España y así nos luce el pelo). Y que tenga pasta, claro, eso se da por sabido, no van a meter a un pobre en la Casa Blanca.

Trump tiene pasta y sobrepeso, hasta ahí bien, pero es blanco y hombre, con lo que la única bala que le queda para ser POTUS (a los americanos les encantan los acrónimos) es declararse homosexual, incluso trans, así igualaría fuerzas con la mujer que se dice negra. Tiempo tiene para ello, aunque haría bien en no despistarse, que uno no se da cuenta y llega heterosexual al primer martes después del primer lunes de noviembre. En el debate que sostuvo con Kamala el pasado martes, en lugar de anunciar su nueva orientación sexual, se dedicó a acusar a los inmigrantes haitianos de comerse a los gatos, lo cual sería una gran estrategia electoral en el caso de que los gatos votaran.

 No todo van a ser desventajas. Trump sufrió hace poco un atentado, y eso en América es muy útil, sirve igual para reservar mesa en un restaurante que para ganar unas elecciones. Solo hay algo que allí otorgue más prestigio que sobrevivir a un atentado: morir en el mismo, lo que ocurre es que eso corta de raíz con las posibilidades de ganar las elecciones. De cara a alcanzar la presidencia es más útil que la bala se limite a rebanarte una oreja, a que te atraviese de lado a lado la cabeza, aunque eso último sea más fotogénico, recuerden a Kennedy. De haber muerto en el atentado, Trump ni siquiera constaría en la lista de presidentes americanos asesinados, que -de momento- se limita a Lincoln, Garfield, McKinley y Kennedy. Por lo menos en eso estamos por delante de la gran potencia, gracias a nuestros Prim, Cánovas, Canalejas, Dato y Carrero Blanco. Cinco a cuatro y sin bajar del autobús.

 Donald Trump recuerda al candidato que retrató John Dos Passos en El Número Uno, Chuck Crawford, un populista directo, franco, demagogo, radical, enemigo de las elites intelectuales, con turbias formas de ganar dinero, que llega a bautizar al movimiento que debe auparle hasta la Casa Blanca como Todos Millonarios. Con su pelo anaranjado, su pose estudiadamente apolítica y su forma directa de hablar, simulando ser uno de ellos, Trump dispara al estómago de la América profunda, y con bastante más puntería que la de su frustrado asesino. «Todos estos hombres y mujeres irán a votar cuando se lo diga y no irán cuando les diga que no vayan. Y si les digo que den aceite de ricino a sus hijos, les darán aceite de ricino; y si les digo que se lancen al barranco, estoy convencido de que todos se lanzarán al barranco». Lo dice Chuck Crawford, pero podría decirlo Donald Trump, que cuenta con un electorado igualmente fiel. Como el protagonista de la novela, el candidato republicano tiene problemas judiciales, aunque -cosas que pasan en América- consiguió que el juez que le ha hallado culpable de 34 delitos por el caso Stormy Daniels, aplace la sentencia hasta después de las elecciones. No está claro que eso sea una ventaja, tal vez conseguiría más votos cuanto más duro sea el veredicto, si cosas así han sucedido en Cataluña, bien pueden ocurrir al otro lado del Atlántico. El problema de Trump será que en Estados Unidos no hay un Pedro Sánchez que venda amnistías a precio de saldo, aunque, de todas formas, tampoco él cuenta con los siete votos necesarios para comprarla.

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Trump nos pilla lejos, será porque lo está. Ilusionarse o desilusionarse con la política que se cuece a miles de quilómetros, es un lujo, cosa de señoritos. Ilusionarse o desilusionarse desde España con Kamala o con Trump, solo pueden hacerlo quienes no tiene otras preocupaciones. Quien pudiera.

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