Opinión | LA SUERTE DE BESAR
Yo y mi espíritu o mi espíritu y yo
En uno de mis trayectos en autobús escucho a unas chicas hablar de alguien de su trabajo que lleva una pulsera con la bandera española y mocasines estilo castellanos. "Este tío seguro que es un machista de narices", dice una de ellas
Yo y mi espíritu o mi espíritu y yo / FREEPIK
Hay preguntas fatídicas. Una es: ¿Te parece que he adelgazado? Otra: ¿Quién es más joven? ¿La de la tele o yo? Y, sin abandonar el tema, la tercera es: ¿Cuántos años me pones? Yo hice esta última la semana pasada y la respuesta fue contundente: 58. Y no, tengo 51. A eso lo llamo yo un buen chasco. Es cierto que todo transcurrió durante una comida copiosa y abundante, sobre todo en lo que al vino se refiere, y me consuelo pensando que quien me lo dijo tenía el juicio afectado.
Lo que no tiene nada afectado este amigo mío es el sentido del humor y el sentido del humor lo cura todo. Nuestra conversación derivó en que da igual la edad que tengas o los kilos que peses, porque lo importante es cómo te sientes a nivel espiritual. Una de las conclusiones, muy sabía diría yo, a la que llegamos es que ambos somos jóvenes y delgados, aunque sólo de espíritu. Nos despedimos con abrazos y carcajadas y volví a casa caminando y dándole vueltas a eso de quién eres de puertas para afuera y quién eres de puertas para dentro.
Cuando mi amiga Joaquina cumplió los 50 dijo que no comprendía cómo podía tener esa edad si ella se sentía una chavalilla de 20. Y tiene razón porque conserva la misma actitud e ímpetu ante la vida. Ha mejorado en muchos sentidos, pero el paso del tiempo no la ha dominado ni la ha amilanado. Tengo otros amigos que, a los 18, ya cargaban con 60 en el espíritu. Hoy ya están en otra era y, aunque les quiero igualmente, cuesta mucho seguirles y mantener un estado de ánimo saludable a su lado. Estar con gente de espíritu joven, entusiasta y con ganas de disfrutar mejora la calidad de vida.
En uno de mis trayectos en autobús escucho a unas chicas hablar de alguien de su trabajo que lleva una pulsera con la bandera española y mocasines estilo castellanos. "Este tío seguro que es un machista de narices", dice una de ellas. "Y seguro que es un carca mental y un facha", dice la otra. Asumimos, a menudo erróneamente, muchas características personales a una manera determinada de vestir. Quien va de traje y corbata es así y si llevas tacones y falda corta eres asá. Hoy parece que un símbolo ya define toda nuestra manera de ser. Menos mal que siempre nos quedará nuestro interior para volar libremente.
Otra amiga se define como monógama de espíritu, a pesar de ser incapaz de serle fiel a cualquier pareja. Su manera de actuar difiere de cómo ella se siente, de su esencia. Y la verdad es que, en mayor o menor medida, a todos nos pasa. En mi realidad espiritual, yo soy una mujer delgada de unos 30 años, que no es nada neurótica y que jamás se obsesiona por chorradas. Soy alguien capaz de empezar una nueva vida en cualquier lugar del mundo porque soy un alma libre y sin ataduras. Mi piel es tersa y mi pelo perfecto. Visto siempre conjuntada, tengo estilo y un carisma arrebatador. No me contradigo, no meto la pata y no pierdo la compostura, sobre todo con mis hijos. Hay que reconocer que, de espíritu, no estoy nada mal.
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