Opinión | TRES EN LÍNEA

Las puertas que Sánchez abre

En democracia, hay cosas que se pueden hacer, pero que jamás se deben hacer

Pedro Sánchez y José Luis Escrivá. / EFE

 En 'Cómo mueren las democracias', un ensayo convertido en pocos años en manual de primeros auxilios para entender muchos de los acontecimientos que golpean a los países occidentales hasta convertir cada convocatoria a las urnas en una angustiosa amenaza, los profesores Levitsky y Ziblatt subrayan la importancia capital de que los dirigentes se autolimiten en el ejercicio del poder para respetar el espíritu de las leyes y no hacer trampas con el mero acatamiento de su letra. En democracia, hay cosas que se pueden hacer, pero que jamás se deben hacer.

José Luis Escrivá se acostó el martes como ministro para la Transformación Digital y de la Función Pública y amaneció el miércoles como gobernador del Banco de España. El presidente Sánchez no ha incumplido ninguna ley al nombrar a un ministro en ejercicio para asumir la máxima autoridad supervisora del sistema financiero español. Es potestad suya, así que lo podía hacer. Pero en aras, si no a la independencia conveniente a tan altas instituciones, sí al menos al mínimo de decoro exigible, no debería haberlo hecho.

De la preparación de Escrivá para el cargo no hay dudas. Sólo faltaría, que encima no cumpliera los requisitos que se exigen, por otra parte descritos de forma muy laxa en la propia normativa que habilita su nombramiento. Pero habiendo saltado de un día para otro del Consejo de Ministros al despacho con vistas a Cibeles que a partir de ahora le acogerá es imposible que cada decisión que tome no esté bajo sospecha, sea ésta fundada o no. Mala cosa en un país incapaz últimamente de ponerse de acuerdo en nada o dejar de recelar de todo. Escrivá va a tener que valorar incluso actuaciones llevadas a cabo por él mismo en su anterior vida y enjuiciar acciones ejecutadas por el Gobierno del que hasta aquí era miembro y, por ello, corresponsable de cada una de sus decisiones. No hay por dónde cogerlo.

Sánchez se presenta con frecuencia como el presidente que más ataques ha sufrido en Democracia. Y es verdad que no están siendo pocos, aunque podría preguntarle si viviera a Adolfo Suárez o comentarlo, si se hablaran, con Felipe González, que también se llevaron lo suyo. Cada uno lo afrontará a su manera, pero no hay nada realmente nuevo en ello. La forma de forzar las costuras del sistema a la que empieza a acostumbrarnos el presidente, sin embargo, sí resultan inéditas. Traspasar los límites (ora negociando con un prófugo, ora cambiando las reglas fiscales en beneficio de un territorio sin contar con los demás; hoy convirtiendo unas acusaciones personales en cuestión de Estado por la que dejar durante varios días la presidencia del país en fuera de cobertura o antes y después haciendo bailar su gabinete por interés de partido), franquear cualquier frontera, digo, parece haber dejado de ser la respuesta a una situación extraordinaria para convertirse en un programa político.

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Si gustan ustedes de las series de tribunales norteamericanas, seguro que habrán visto mil veces la misma secuencia. Esa en la que el letrado se queja al juez porque su oponente se está saltando alguna de las normas no escritas pero necesarias para el correcto ejercicio de la justicia, y el juez le contesta: ”Esa puerta la abrió usted”. Sánchez no para de abrir puertas. Que no dude el presidente que, tarde o temprano, otros las aprovecharán para colarse, en perjuicio de todos. Après moi le déluge, que dijo un rey.  

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