Opinión | CATALUÑA
Puig de Montecristo, el vaivén
El declive de un líder empieza cuando su autoestima supera a la estima que recibe de sus adeptos menguantes
Acto institucional en las inmediaciones del Parlamento de Cataluña para recibir a Carles Puigdemont. / LAP
Llamadlo Puig de Montecristo, que regresa del doloroso exilio para tramar una venganza bien condimentada. El Estado entero sufre, si tiene que encarcelar al expresidente de su región más significativa sin juzgarlo. Si ni siquiera consigue detenerlo, el aparato estatal solo puede provocar una sonora carcajada. Y eso que el reaparecido ya no tiene fieles, ni siquiera votantes, solo puede presumir de espectadores.
Puigdemont ha de gritar desesperado que «todavía estoy aquí», ante la rebaja de las expectativas generadas por su persona, con el resultado de las elecciones autonómicas como último clavo del ataúd.
El declive de un líder empieza cuando su autoestima supera a la estima que recibe de sus adeptos menguantes. La recepción popular generada por Puig de Montecristo está muy por debajo de la atención despertada.
Hubiera convocado a un número mayor de espectadores en cualquier lugar de España distinto de Cataluña. El mago despista a la audiencia con un premonitorio «hoy muchos piensan festejar que seré detenido, pero se equivocan». Si nadie se toma ya en serio a Puigdemont, cuesta entender que deje en ridículo a sus innumerables perseguidores.
Ante el éxito de su maniobra, conviene recordar que Puig de Montecristo no protagonizaba una reaparición triunfal. Tenía que recibir del Parlament la confirmación oficial de su suspenso, ha de repetir curso con un futuro sombrío. Ha transformado la investidura en un thriller de Illa, pero el líder socialista catalán prefiere que estas ceremonias no trasciendan. Puigdemont es tan pasada temporada que el catalanismo aborda luchas fratricidas, con los soberanistas más radicales acusando de gangsterismo a Junqueras o rebautizando EÑÑ a ERC. A este paso, habrá que proteger al independentismo de sí mismo, de su espiral autodestructiva. Mientras, el jurado olímpico puntúa la dificultad, ejecución técnica, composición, presentación y precisión del último vaivén del expresident itinerante.
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