IDEAS

¿El tiempo es oro? Libros recientes que abordan las claves y culturas en torno a la actual lucha contra el reloj

El tiempo, su medida y el ritmo acelerado actual, y algunas propuestas y ejemplos de ritmos disidentes son materia de numerosos ensayos publicados en el último semestre

Por qué y cuándo comenzamos a medir el tiempo o los valores alrededor de la expresión 'aprovechar el tiempo' son algunas de las cuestiones abordadas en varios libros recientes / Freepik

Ángeles Castellano

Se ha instalado, en la sociedad actual, la idea de que vivimos tiempos acelerados. Siempre conectados, siempre disponibles para el trabajo, que ocupa la mayor parte del día, siempre disponibles para consumir. Seguro que en lo que va de mes, pese a ser agosto, has escuchado esa manida expresión "no me da la vida". O conoces a alguien que ha decidido, estas vacaciones, ralentizar el ritmo. En redes proliferan los gurús de la optimización del tiempo y, al mismo tiempo, los que ofrecen justamente una vida más slow. Las plataformas de streaming y las aplicaciones de mensajería ofrecen la posibilidad de escuchar y ver a doble de velocidad. Y en medio, aumentan los casos de ansiedad, fundamentalmente entre los jóvenes, y los científicos alertan sobre el final del tiempo del planeta debido a la crisis climática. El tiempo, su medida y el ritmo acelerado actual, pero también los ritmos disidentes y propuestas para el cambio, son materia de numerosos ensayos publicados en el último semestre.

"Este libro tiene la intención de participar en el debate sobre los ritmos sociales que tienen valor y los que son discriminados", explica, por correo electrónico, el historiador francés nacido en 1967 Laurent Vidal, autor de Los lentos. La resistencia a la aceleración de nuestro mundo del siglo XV a la actualidad, publicado por Errata Naturae. Es el más reciente de los tres. "La sensación de estar sin aliento se propaga. En tan sólo diez años, en Europa la cantidad de empleados que se quejaban de su elevado ritmo de trabajo aumentó de un 47 a un 56%". Así justifica su propuesta, en el prólogo, el primero de los libros que giran en torno a esto, publicado en enero. Es El tiempo. Los secretos de nuestro bien más escaso (editorial Península), del periodista científico Stefan Klein (Múnich, 1965), que aborda las grandes cuestiones pero le imprime una visión más práctica. Entre ambos, está el de la artista, escritora y profesora universitaria estadounidense Jenny Odell (San Francisco, 1986), con título de libro de autoayuda -¡Reconquista tu tiempo! Vivimos con el reloj equivocado y nos está destruyendo. Un manifiesto (editorial Ariel), está relacionado con su libro anterior, Cómo no hacer nada. Resistirse a la economía de la atención (Ariel, 221). "Muchos comentarios sobre Cómo no hacer nada tenían que ver con el tiempo", explica la autora por correo electrónico a este periódico. "La gente no sentía que tuviera suficiente control sobre su tiempo para poner en práctica lo que yo estaba describiendo ahí".

Stefan Klein, autor de 'El tiempo'; Jenny Odell, autora de '¡Reconquista tu tiempo!' y Laurent Vidal, autor de 'Los lentos'. Los tres abordan cómo medimos y usamos el tiempo y qué hacer ante la aceleración actual. / Andreas Labe / Xavier Amado / Errata Naturae

Contar las horas

El origen de la medición del tiempo, la cultura en torno a su uso en la actualidad y los valores morales asociados a cómo se distribuye la relación con la naturaleza, la tecnología, el trabajo y los excluidos son algunos de los elementos comunes entre las tres publicaciones. Todos van al inicio: por qué los días tienen 24 horas y una hora oficial en cada país. Y pese a que han existido en la historia diferentes medidas de medir el tiempo (los relojes de sol, por ejemplo, que "producen días y horas flexibles que se expanden y contraen a medida que la Tierra da su vuelta elíptica alrededor del sol" recuerda Odell), el tiempo se estandarizó a finales del siglo XIX, primero por la necesidad de que el ferrocarril fuese operativo -los trenes llegasen y saliesen a una hora y no se chocasen por el camino) y, con la generalización del trabajo en las fábricas y la colonización -y globalización-, por la necesidad -capitalista- de coordinar los horarios.

Se supeditó, en cualquier caso, a las necesidades del poder. "La hora estándar ha sido a menudo la mano derecha de la identidad del Estado", recuerda la escritora en ¡Reconquista tu tiempo!. Y menciona un ejemplo concreto: "En un gesto de solidaridad con Hitler, en la década de 1940 el dictador español Francisco Franco trasladó a España a la hora central europea (CET)". Se refiere a la hora peninsular, que va una hora por delante de Portugal, Reino Unido o las islas Canarias, pese a que el Meridiano de Greenwich pasa por Aragón y Cataluña y la mayor parte del país queda a su oeste.

Pero esa abstracción en la medición del tiempo y su desconexión de la naturaleza se entrelazó, explican los autores, con la construcción de una moralidad y jerarquía sociales que se desarrollaron hasta hoy. "En la época medieval es la rítmica cristiana, determinada por el trabajo, los deberes religiosos, las fiestas, etc., la que establece la pauta", dice Vidal en Los lentos. "Este marco temporal suele considerar inactividad todo lo que escapa de su control, que luego se descalifica como pereza".

La pereza, la lentitud, se convierten en valores negativos, y quienes no alcanzan el mayor de los ritmos posibles se considera ineficaz a nivel social. "Crecemos en una cultura que vincula nuestro sentido de valía a la apariencia de trabajo", explica Odell. "Es el legado de la ética protestante del trabajo, con una visión muy específica de él: tiene que ser intenso, constante y diligente. Lo importante no es gastar o disfrutar del dinero que uno acumula con el trabajo, sino la acumulación interminable en sí misma. Crea una mentalidad de escasez hacia el tiempo y una sospecha hacia cualquiera que no parezca estar ahorrando y gastando el tiempo de manera correcta".

Así, se impone una terminología en relación con el tiempo: aprovechar el tiempo, ganar tiempo, invertir el tiempo, desperdiciar el tiempo. "Valoramos la velocidad como un símbolo de eficiencia social y devaluamos la lentitud como símbolo de insuficiencia para el mundo moderno", añade Vidal.

La aceleración postpandémica

Para los tres autores, esta ética relacionada con el aprovechamiento del tiempo vivió un momento clave en la pandemia, un tiempo que rompió el ritmo y que, al terminar, la nueva normalidad no hizo otra cosa que acelerar aún más los tiempos, y toda esa terminología asociada con su uso. "Si se la deja sola, la máquina del capitalismo nos quitaría todo el tiempo que pudiera", reflexiona Odell.

La lentitud, el libro de Vidal, experimentó sus propios planteamientos. Su publicación en Francia estaba prevista para enero de 2020, pero una huelga de la compañía nacional de ferrocarriles (una acción que justamente rompe el ritmo habitual para realizar una reivindicación) lo retrasó hasta marzo. Y entonces coincidió con la declaración de la pandemia de coronavirus en todo el planeta, lo que supuso la mayor ruptura del ritmo dominante vivida en los últimos 50 años y que vino a reforzar y demostrar, más si cabe, el valor de la lentitud y de la multiplicidad de ritmos. "La pandemia tuvo algo de revelador porque visibilizó a todas estas categorías de trabajadores que normalmente son denigrados, cuyos trabajos no se podían desmaterializar y que son consideradas lentas o ineficaces socialmente: las personas que trabajan en la alimentación, la limpieza... Recuerdo al presidente de Francia diciendo: 'tenemos un deber hacia estas personas', mensaje que olvidó rápidamente".

Reloj solar en el Forum de las Culturas de Barcelona / Albert Bertrán

La hiperconectividad y las redes sociales

El desarrollo tecnológico, la aparición de internet y más recientemente las redes sociales no han hecho más que amplificar los efectos de esa relación con el tiempo y la eficacia social. “Unos hombres grises roban a los ciudadanos su tiempos prometiéndoles unos elevados intereses”, cuenta Momo, el clásico de Michael Ende, que hoy es más actual que nunca. Aquella novela, publicada en 1972, era una crítica velada al consumismo, y giraba en torno a la lucha de una niña contra los ladrones de tiempo de la gente común. Se titulaba originalmente en alemán Momo, o la extraña historia de los ladrones de tiempo y de la niña que devolvió el tiempo a los hombres. Hoy se podría hacer la analogía entre esos hombres de gris de la historia de Momo y las redes sociales, creadas para robar el máximo de nuestra atención.

"Hoy la gente ya no tiene demasiada perspectiva de que el trabajo invade la vida privada, porque los correos electrónicos y los mensajes de Whatsapp nos siguen a casa y la separación entre vida pública y privada es cada vez más difícil de establecer y respetar", reflexiona Vidal. "Tenemos que reaprender cómo vivir en una sociedad en la que el trabajo no sea el único elemento que sirva para juzgar la eficacia social de una persona".

Klein aborda, además, las consecuencias negativas de esta hiperconectividad. "Necesitamos tiempo de sosiego como compensación. La actividad continua nos roba fuerza, hace que los pensamientos profundos sean imposibles y destruye las relaciones humanas. Sólo puede escuchar quien se olvida esporádicamente del reloj".

Odell coincide con esto, y va más allá. ¿Se puede considerar ocio al descanso? ¿Es ocio todo lo que ocurre fuera del espacio de trabajo: labores domésticas, crianza, formación...? ¿Existe realmente?

El sistema social actual, explican los autores, promueve que los individuos estén siempre produciendo o consumiendo. Y esto, deja fuera a quienes no son capaces de incorporarse: las personas mayores, la infancia, las personas discapacitadas... que necesitan cuidados. La solución para generar más tiempo libre, o su sensación, pasa por externalizar esos trabajos domésticos y de cuidados y "explotar" el tiempo de otros, siempre en posición de debilidad económica y social. "Esto es definitivamente un desafío", admite Odell, "porque en una situación ideal no tendríamos que explotar el tiempo de los demás". En su libro, profundiza en cuestiones como la educación, la organización social y las relaciones raciales en relación con este asunto. "Si se reconoce el derecho a la desconexión digital en Francia, ¿por qué no podemos buscar protecciones similares para el tiempo de nuestros hijos?", plantea.

"El desafío no es que todos avancen hacia la lentitud, es ofrecer burbujas de lentitud, burbujas de otros tiempos, permitir que las sociedades se desplieguen en todos los ritmos y temporalidades y no sólo reducir todas las necesidades de una sociedad a un ritmo único, que es el de la velocidad y la rapidez", dice Laurent Vidal. / Freepik

Soluciones colectivas

Para que la aceleración pare, o permita la convivencia de ritmos diferentes, el cambio, admiten los autores, debe ser colectivo. "Los individuos generalmente no tienen control sobre las cosas materiales que afectan la escasez de tiempo, como los salarios, las políticas de vacaciones o bajas pagadas, la distancia que pueden permitirse para vivir del trabajo, etc.", indica la escritora. "Ciertamente, hay pequeños consejos y trucos que se pueden poner en práctica para intentar utilizar el tiempo de manera más eficiente, pero todo eso ocurre dentro de límites estructurales y, para afectarlos, se necesita actuar en conjunto con otros".

Klein coincide. "Una nueva cultura del tiempo significa no obligar a las personas a acomodarse a un concepto abstracto del tiempo. Y esto debe ir más allá de la vida privada; el ritmo de la sociedad debe cambiar", recoge Klein en su libro. "Y un cambio tan radical exige repensar marcos políticos y sociales completos".

Disidencias y propuestas

Vidal aborda en su libro ejemplos históricos de esa ruptura con el ritmo dominante asociado con la eficacia social, como las huelgas de trabajadores, y, en sus respuestas a este diario, cita algunos más. En el libro cita el movimiento surgido en Francia de los chalecos amarillos, porque para hacer escuchar sus reivindicaciones comenzaron a bloquear rotondas. "Las rotondas se inventaron precisamente para hacer más fluida la circulación", explica el autor. "Cuando las bloqueamos impedimos esa fluidez, se rompe el ritmo, y en esa acción se hacen valer las demandas". También se fija en algunas manifestaciones artísticas que pretenden esa ruptura de la velocidad dominante. "Pienso en los flashmob, estallidos inesperados de música o baile en la calle, el espacio público, que detiene el ritmo de los transeúntes para transmitir los mensajes. O el rap, que es claramente una manifestación de lucha contra esta dominación del mundo por la velocidad". A escala local, además, menciona los huertos urbanos colectivos: "todo lo que recupera a escala local la animación de la vida de una manera diferente, sin depender de limitaciones externas dictadas por los mecanismos del mercado".

Klein propone, en su libro, acciones personales para romper el ritmo individual, con las que coincide también Odell, pero advierte: "Sólo logrará tener dominio sobre el tiempo, y con ello menor carga de estrés, aquel que se lo imponga como un valor central de su vida". Y hace algunas propuestas: "callejear, escuchar música, ocuparse del jardín, el arte casi olvidado de la conversación; todo eso son oportunidades para cambiar el ritmo vital. El tiempo libre no está simplemente ahí si no tenemos ninguna obligación. Tenemos que crearlo de forma activa". También, centrar la atención en el presente, olvidar el "tengo que": "La percepción consciente alarga el tiempo. Y finalmente contribuye a levantar el ánimo, puesto que, en el cerebro, el sistema para el control de la atención y sentimientos como el deseo y la curiosidad están unidos".

En cualquier caso, Vidal advierte: "la lentitud en sí misma no existe, sólo existe en relación con nuestro ritmo, que es rápido. El desafío no es que todos avancemos hacia la lentitud, es ofrecer burbujas de otros ritmos, permitir que las sociedades se desplieguen en todos los ritmos y temporalidades".

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"Desde que escribí el libro, mi relación con el tiempo ha cambiado, en el sentido de que me siento más capaz de verlo de diferentes maneras", añade Odell. "Ya no mido mis días por la cantidad de tareas realizadas. En cambio, si he establecido una conexión con algo o alguien o simplemente me he sentido plenamente consciente de mi propia vitalidad, entonces considero que ese día fue un éxito".

'El tiempo. Los secretos de nuestro bien más escaso'

Autor: Stefan Klein

Traducción: Nuria Ventosa Barba

Editorial: Península

368 páginas | 35,95 euros

'!Reconquista tu tiempo! Vivimos con el reloj equivocado y nos está destruyendo. Un manifiesto'

Autor: Jenny Odell

Traducción: María Serrano Giménez

Editorial: Ariel

512 páginas | 22,90 euros

'Los lentos. La resistencia a la aceleración de nuestro mundo del siglo XV a la actualidad'

Autor: Laurent Vidal

Traducción: Teresa Lanero Ladrón de Guevara

Editorial: errata naturae

232 páginas | 21 euros

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