Juan Manuel de Prada: "El mundo católico oficial está muy contaminado por las ideologías"

Dos décadas después de la publicación de 'Las máscaras del héroe', Juan Manuel de Prada recupera a Fernando Navales, uno de sus personajes más carismáticos, como protagonista de 'Mil ojos esconde la noche', novela de más de mil seiscientas páginas que, a día de hoy, constituye su proyecto literario más ambicioso

El escritor Juan Manuel de Prada, que publica 'Mil ojos esconde la noche'. / Alba Vigaray

"Ahora no estoy escribiendo. Estoy a la espera de que los de la editorial me manden las pruebas de la segunda parte para largar amarras con todo este mundo. Esta novela me ha dejado destrozado. Me ha absorbido mucho y estoy mal de salud. Me metía en la cama, pensaba en los personajes y no dormía. Tengo el sueño destruido. Por eso, en julio quiero corregir las galeradas de la segunda parte y así empezar a vivir", comenta Juan Manuel de Prada que, por primera vez en toda la conversación, a lo largo de la cual se ha mostrado ingenioso, divertido y extremadamente cordial, da signos de verdadero agotamiento. Pareciera como si, de repente, le hubieran caído encima las mil seiscientas páginas de su último libro, Mil ojos esconde la noche, una novela heredera de Las máscaras del héroe cuyo primer volumen, La ciudad sin luz, ha llegado a las librerías hace unas semanas y que, para sumar más esfuerzo a un proyecto ya de por sí titánico, ha sido redactada de su puño y letra.

"Me pasé a ordenador con los artículos, pero me mantuve a mano en los trabajos de creación y, dado que puedo hablar con fundamento, se escribe de forma distinta. Creo que incluso se escribe mejor a mano porque te exige una mayor prestación física. Cuando escribes en ordenador puedes hacerlo de cualquier manera, en cualquier lugar, en cualquier postura… Escribir a mano, sin embargo, solo puedes hacerlo de una manera. Además, como la escritura es más lenta, mientras escribes lo haces de manera más intensa, con más pensamiento, con palabras mejor elegidas, con imágenes literarias", reflexiona De Prada, consciente de que, a la vista de los usos y costumbres del mundo editorial actual, Mil ojos esconde la noche es una novela fuera de tiempo que pertenece a otra época.

"La editorial, con buen criterio, consideró que era impublicable en un solo volumen. Aunque la hubieran hecho en letra pequeña, eran mil cuatrocientas páginas. Se podía haber editado en dos volúmenes, en una caja, como se hizo con El derecho a soñar, la biografía que escribí sobre Ana María Martínez Sagi, pero es más caro y la gente se retrae más. En ese sentido, sí que es una novela que está fuera de su época pero, por otra parte, creo que la literatura de verdad no tiene que encajar en su tiempo. Para eso ya están los que escriben novelas de romanos, novelas de psicópatas, novelas románticas… Esas novelas patéticas de un inspector o inspectora de la que después hacen una serie… Para mí eso es la antiliteratura. Para mí, la literatura tiene que estar fuera del tiempo y crear su propio tiempo. ¿No estaba el Quijote fuera del tiempo porque parodiaba un género que estaba ya pasado de moda y que se veía como una cosa grotesca?", se pregunta De Prada, que ya avanzaba esta reflexión en una nota de autor al final de La ciudad sin luz en la que defiende que "no escribimos para la generación presente, sino para quienes ya se han muerto y para quienes todavía no han nacido".

"Evidentemente también escribimos para los contemporáneos, pero no hay que hacerlo pensando únicamente en ellos —aclara—. Es lo que decía Chesterton de liberarse de la degradante esclavitud de ser un hijo de tu tiempo. Si escribes para tus contemporáneos te vas a allanar ante las modas, los paradigmas culturales de tu época y, para mí, el escritor debe escribir de aquello que sabe, de lo que le obsesiona y eso no tiene que ver nada con las modas".

El escritor Juan Manuel de Prada, en Madrid. / Alba Vigaray

Arribistas y perdedores

Entre las obsesiones de Juan Manuel de Prada está el mundo literario y artístico español de la primera mitad del siglo XX. Una época marcada por las vanguardias, la bohemia y las turbulencias políticas, por la que desfilaron personajes variopintos con suertes dispares, los cuales han ido apareciendo, con mayor o menor protagonismo, en títulos como Las máscaras del héroe, Las esquinas del aire, Desgarrados y excéntricos, Raros como yo y Mil ojos esconde la noche.

"Siempre he dicho que un escritor tiene un universo muy pequeño. En contra de lo que la gente piensa, cuanto mejor es el escritor, más pequeño es su universo. Esta es una novela muy interrelacionada con el resto de mi obra. Con Las máscaras…, con el Último velo, con los libros de Ana María Sagi y con mi interés por los perdedores. En mi opinión, el ser humano en la dificultad y en el rechazo es más novelesco. Las dificultades para sacar adelante su vocación es lo que les convierte en criaturas más vivas, más sangrantes, más palpitantes, cosa que no sucede con la figura del triunfador o, simplemente, con el que vive plácidamente. Para la literatura lo bueno es una vida asediada, en peligro, que pende de un hilo. Por eso el estado de bienestar es malísimo para la literatura, como lo son los avances médicos", confiesa no sin cierta guasa De Prada que, con su broma, trae a la conversación el recuerdo de personajes como Tristana, Max Estrella, Hans Castorp o Margarita Gautier.

Uno de esos personajes malhadados es Fernando Navales, un camisa vieja de Falange envidioso y arribista que, después de protagonizar Las máscaras del héroe, ha sido recuperado por De Prada para hacer lo propio en Mil ojos tiene la noche. Si en aquella novela Navales recorría el Madrid bohemio durante los años previos a la Guerra Civil, en esta debe cumplir una importante misión encomendada por sus jefes de Falange en el París ocupado de los años 40: conseguir que los artistas y literatos españoles que viven en la capital francesa se plieguen a colaborar con el régimen de Franco.

Pregunta: ¿Cómo ha sido reencontrarse con Fernando Navales? Para él apenas han pasado cuatro años desde Las máscaras del héroe, pero para usted han sido más de dos décadas desde que ese libro se publicó en Valdemar.

Respuesta: Creo que en esta novela es un personaje más resabiado, más malvado, y eso que ya era malo, y también más burlón. Es una novela más humorística que Las máscaras porque se regodea más en las situaciones abiertamente humorísticas o disparatadas. Supongo que la carga de la vida que pesa sobre mis hombros se proyecta sobre la escritura. Por una parte estoy más resabiado y, por otra, me lo tomo todo más a pitorreo. Mantengo vivo el amor a la vocación, pero hay un tono diverso porque por entonces era un chaval de 25 años y ahora tengo 53.

P: Ahora que lo menciona, en esta novela el humor está más presente que en Las máscaras del héroe. De hecho hay un personaje que, cada vez que aparece, cuenta chistes.

R: Son chistes auténticos que circulaban en la Francia ocupada durante esos años. Los cuenta [José Félix de] Lequerica, que era un bromista y un coñón, y me parecía divertido que, cada vez que apareciera, contase un chiste sobre nazis. Además hay mucho humor escatológico, que es una cosa muy desterrada del gusto contemporáneo, pero que creo que hay que rescatar porque forma parte de nuestra tradición. Aunque se dice que la tradición quevedesca es escatológica y la cervantina es luminosa y bondadosa yo creo que no es así porque la obra más escatológica que hay en nuestra literatura es El Quijote. Para mí la escatología es sana porque las épocas puritanas tienden a presentar al ser humano como un semidiós, un superhombre. Esto pasa en el Renacimiento, en el neoclasicismo, pero el Barroco acepta que estamos hechos de mierda y de humores poco gratos, pero que no pasa nada, que hay que aceptarlo porque hay una visión sobrenatural del ser humano.

P: ¿Por qué retomar la historia de Navales en el París ocupado y no en 1936, año en el que acaba Las máscaras del héroe?

R: Tenía previsto escribir la historia de Navales en la guerra civil. Al final de Las máscaras del héroe se cuenta que está refugiado en las embajadas, luego se va a Salamanca y pensaba sacar todas las cosas que suceden en la Falange en esa época, como el decreto de unificación, el tema de Hedilla, el discurso de Unamuno en la universidad… Sin embargo, lo fui dilatando porque es muy espinoso contar la Guerra Civil desde el punto de vista de un falangista. Navales, además, es una voz narrativa que connota el relato porque no va a ser una voz neutra, es un saco de pus y siempre me acojonó escribir ese libro. Ahora que me hago viejo me acojona menos porque uno tiene que escribir las cosas que tiene que escribir.

P: La misión de Navales en Mil ojos tiene la noche es convencer a los intelectuales españoles radicados en París para que colaboren con el régimen de Franco y prácticamente todos aceptan el trato. ¿Todo el mundo tiene un precio, especialmente los intelectuales? ¿Se puede leer la novela como una crítica a la intelectualidad actual?

R: Tampoco hay que cargar las tintas porque esto es humano, pero creo que sí. En nuestra época, se tiende a convertir al intelectual en un santo varón especialmente si puedes sacar tajada ideológica y esto es falso. El intelectual, el artista, es un estómago agradecido y siempre ha sido así. Esto en sí mismo no significa nada necesariamente malo, pues no olvidemos que Virgilio escribe La Eneida para pelotear a Octavio. El intelectual, el artista ha buscado siempre el cobijo del poder porque, en contra de lo que se tiene a creer, es el elemento más frágil de la comunidad humana. En el libro se muestra que, mientras Alemania va ganando la guerra, prácticamente todos estos artistas colaboran con Falange. ¿Eso significa que son unos chaqueteros? No, las cosas son más elementales. Sencillamente vienen huyendo de una guerra que ha destrozado sus vidas y se dan cuenta de que, si no se arriman a esos, su vida va a ser un infierno para siempre. Cuando Alemania pierde la guerra, las cosas cambian, pero en ese momento, en el 40, 41, sin renegar de sus ideas, luchan por la supervivencia.

P: Hablando de la relación de los intelectuales y el poder, a estas alturas y después de obras tan ambiciosas como este último proyecto, usted ya debería ser Académico de la RAE. ¿Por qué aún no ha sucedido?

R: No quiero se académico, independientemente de que tampoco me lo hayan ofrecido. He tomado un camino en mi pensamiento, en mi forma de confrontarme con el mundo y con mi época y no tengo cabida ahí. Por otra parte, los escritores que más admiro no fueron académicos. Unamuno no fue académico, Valle-Inclán no fue académico, Umbral no fue académico… Mi sitio no está ahí. Pero tampoco nos engañemos, el otro día en el suplemento de vuestro periódico sacasteis un mapa de la literatura española donde aparecían decenas y decenas de escritores y a mí ni se me mencionaba. Por tanto, ni estoy en la academia ni en la lista de escritores españoles contemporáneos.

P: ¿Cree que sus opciones personales, especialmente las que se refieren a la religión, le han perjudicado profesionalmente o le han alejado del mundo literario?

R: Me parece un disparate que las creencias de una persona, especialmente cuando esas creencias son las que han sido las normales en nuestro país, te conviertan en una persona mal vista o relegada. Una de las cosas que más me fastidian es cuando me dicen eso de escritor católico porque, a ver, tú no dirías eso de Cervantes, o de Unamuno o de Lorca o de Miguel Hernández. Ellos tienen incluso odas a la eucaristía y yo todavía no he escrito algo semejante. Ser católico era una cosa normal hasta hace nada y, de repente, se convierte una cosa que hace que la gente piense que eres un marciano o perteneces a una secta. En todo caso, mi distanciamiento del mundo literario tiene más que ver con mi éxito temprano. Al triunfar muy tempranamente, las envidias y hostilidades en el mundo literario me resultaron insoportables. Cuando gané el Planeta todavía vivía en Zamora, así que decidí permanecer al margen de la vida literaria.

Aunque no se perciba, lo cierto es que estoy vetado en los medios de comunicación de la Iglesia"

P: Disculpe que insista en el tema, pero esas críticas a la religión proceden, en muchas ocasiones, de entornos conservadores que parece que ven mal que usted sea católico que además sea coherente con sus creencias y que, en consecuencia, critique, por ejemplo, el genocidio de Israel en Gaza o el liberalismo económico.

R: Aunque no se perciba, porque la hostilidad contra mí suele venir de los medios de la izquierda, lo cierto es que estoy vetado en los medios de comunicación de la Iglesia. El mundo católico oficial está muy contaminado por las ideologías, fundamentalmente por la liberal conservadora, y yo soy un católico tradicional, al estilo chestertoniano, y, por lo tanto, antiliberal y anticapitalista, un bicho raro. Tampoco me preocupa. Para mí, un escritor debe tener un ingrediente de incomprensión porque si todo el mundo te comprende, entonces te haces presentador de televisión. Un verdadero escritor tiene que estar en conflicto con su tiempo y debe ser incomprendido por sus contemporáneos. Si es comprendido por todos, está fingiendo.

P: Para terminar, tanto Las máscaras del héroe como Mil ojos tiene la noche son obras muy cinematográficas. Dado que es un gran aficionado al cine, ¿le gustaría que se convirtieran en película o en serie de televisión?

R: Hay muy poca gente que podría hacer un proyecto como este. Tendría que ser un director con personalidad esperpéntica, con gusto por lo delirante, por lo negro. Tal vez Álex de la Iglesia lo podría hacer, pero es muy difícil. Todos los proyectos cinematográficos en los que me he embarcado me han dejado tan decepcionado, que es un tema que he excluido de mis intereses. Una vez escribí un guion para José Luis Garci sobre Los últimos de filipinas. Cuando nos vimos con uno de los candidatos a producirla, nos dijo que le había gustado mucho pero que teníamos que haber metido un cocinero chusquero y guarro para haberle dado el papel a Santiago Segura, que en esa época era el Santiago Segura de Torrente, no el de las películas familiares de ahora. Yo había escrito un guion tipo David Lean, una cosa como Dr. Zhivago que a Garci le había gustado, pero lo que quería el productor era .

P: ¿Qué pasó al final?

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R: El guion no se rodó y con ese material escribí la novela Morir bajo tu cielo.

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