Los cambios de estaciones son unos acontecimientos que históricamente han fascinado a las primeras civilizaciones y, en torno a ellos, se han celebrado festividades de carácter pagano y religioso, ya que estas fechas estaban muy relacionadas con las temporadas de cosechas. Por ello, las sociedades primigenias se juntaban a celebrar los equinoccios y solsticios que daban paso al verano, al invierno, a la primavera y al otoño.
Estas dos terminologías pueden llevar a error, puesto que comparten una característica común: ambos se celebran dos veces al año. Sin embargo, no son lo mismo.
Equinoccio
Este fenómeno astrológico viene apodado del latín y significa "noche igual", debido a que en esta fecha del año, los días y la noche se equiparan en duración. Una vez este día pasa, las noches y los días irán creciendo o empequeñeciéndose, en función de si es primavera u otoño.
Solsticio
Por otro lado, el solsticio, acuñado del latín, significa "Sol quieto" y se debe a que en esta fecha, la estrella más próxima a la Tierra se encuentra en su punto más bajo o más alto del cielo, en función del hemisferio en el que se encuentre. Este fenómeno marcará el día, o la noche, más larga del año.
¿Por qué ocurre esto?
Esto sucede debido a la que la inclinación de la Tierra desvía la órbita y cuando la tierra rota respecto al sol, esta lo hace mediante una trayectoria irregular, lo que genera que el planeta tenga una posición diferente en los diferentes momentos del año. Lo que produce el efecto de las estaciones y la diferenciación térmica en los meses del año.
Cuando la Tierra se encuentre en el punto medio respecto al Sol, se producirá el equinoccio, justo cuando se sitúa sobre el ecuador.
Aunque estos fenómenos coincidan en que se repiten dos veces al año, cada uno de ellos, produce un efecto diferente en nuestro planeta y ocurren en momentos muy diferenciados del año, como se comentaba antes. Los equinoccios se dan en septiembre y marzo y los solsticios se dan en junio y en diciembre.