ADICCIONES

El boxeo les salvó de las drogas: "Descargamos la ira sobre un saco, no sobre nosotros mismos"

Tras una década consumiendo cocaína, Francisco Guijalba ayuda a otras personas en su misma situación en la Fundación Jorge Talavera

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Rafa Arjones

Pablo Tello

“Fui adicto a la cocaína durante diez años. Destrozó todo mi entorno social. Perdí a mi familia, a mis amigos, incluso a mi mujer, que estando embarazada de mi primer hijo, no pudo aguantar y me abandonó. Entré en una espiral de delincuencia, acabé en el calabozo y en varias ocasiones cerca de la muerte”. La pesadumbre no puede con Francisco Guijalba (45 años) cuando echa la vista atrás y decide hablar sobre su pasado. Un testimonio sincero que deja entrever los primeros atisbos de pasión, así como el orgullo de haber salido reforzado de un hoyo sin luz del que a día de hoy rescata a otras personas. Lo hace en la Fundación Jorge Talavera en Alicante, donde además de impartir terapia convencional y ayudar a las familias de los usuarios, emplea el deporte que para él supuso una salvación, en la recuperación de aquellos que llegan a sus manos para tratar una adicción. Objeto de críticas en sus comienzos como especialista, presume actualmente de una trayectoria impecable bajo la atenta mirada de Jorge Talavera (73 años).

La persona que da nombre a la organización no llegó a ella de cualquier manera. Las adicciones de su propio hijo, y la inefectividad de las terapias habituales, hicieron que Talavera confeccionase este centro a medida de las carencias y necesidades que él mismo presenció durante aquella época. “Mi vocación ha sido siempre la labor social y, aunque soy empresario, yo mismo he convivido con las adicciones a través de mi hijo. Es algo para toda la vida”, cuenta. Quizás, por eso, en las sesiones impartidas por la fundación alicantina, el entorno de los pacientes es un factor de vital importancia. Un centro sin ánimo de lucro en el que el perfil de sus usuarios es un hombre de entre 20 y 55 años, que pasa un tiempo medio de un año en terapia. Algunos de ellos llegan sin trabajo, y es el equipo de Jorge Talavera el encargado de buscarles un empleo que se ajuste a sus necesidades. Otros mantienen su profesión durante todo el tratamiento. 

Es el caso de Joaquín (42 años), ingeniero técnico comercial que prefiere utilizar un nombre ficticio para preservar su intimidad. Lleva tres meses en tratamiento y, desde su ingreso, no ha probado el alcohol. “He sido bebedor ocasional como la mayoría. Parece que está normalizado, aunque llega un momento en el que la bebida te domina a ti. Cuando empecé a darme cuenta de que no tenía límite, decidí pedir ayuda”, confiesa. Si bien explica que no practican un boxeo agresivo en el que pelear activamente, señala que es relajante sentir cómo con el cuerpo cansado “podemos concentrarnos en una sola cosa y tener la mente en el aquí y el ahora”. Todo ello combinado con una sesión de terapia convencional y meditación en la que “entablas una relación con otros usuarios”. Joaquín ha conseguido eliminar la ansiedad que le producía pensar en el alcohol, en parte gracias al boxeo, un tesoro para él. 

Francisco Guijalba junto a uno de los usuarios de la Fundación Jorge Talavera durante una sesión de boxeo terapéutico / Rafa Arjones

Un deporte que salva vidas

El boxeo, así como la vocación para instruir durante años a otras personas en este deporte, ha ayudado a Francisco en su viaje personal. No todos sus pacientes reaccionan de igual forma a esta metodología. Algunos son reacios y otros abandonan nada más comenzar, aunque la inmensa mayoría desarrolla un sentimiento de pertenencia y comunidad que compensa todo el esfuerzo. “El boxeo crea un estilo de vida saludable, genera endorfinas e implica una disciplina muy beneficiosa en el tema de las adicciones”, explica Guijalba mientras habla de cómo los usuarios llegan a la fundación con baja autoestima y dificultades para superar algunas de las barreras mentales que implica la exigencia que rige este deporte. Una constancia con la que Álvaro (38 años), quien también preserva su intimidad bajo un pseudónimo, conoce a la perfección tras casi un año tratando su adicción a la cocaína.

“No la consumía de forma diaria, pero sí me servía para evadir la realidad. Al final, nuestra consciencia está dividida. Hay una parte que te impulsa a seguir tomando y otra que, como instinto de supervivencia, busca una manera de autoprotegerte pidiendo ayuda. Es eso o te mueres”, cuenta un Álvaro orgulloso de su progreso. Atraído por el boxeo terapéutico, llegó hace once meses en un estado de vulnerabilidad absoluta y, a día de hoy, se encuentra en la fase final de su tratamiento. Tal ha sido su evolución con este deporte, que lo practica por cuenta propia en un gimnasio: “Ya no consumo porque Francisco me ha dado las herramientas necesarias. Él ha vivido una adicción muy fuerte y sabe por lo que estás pasando en cada momento. El viaje con la abstinencia es duro porque el cuerpo te lo pide hasta que ya no lo necesita”. Él se dedica al mantenimiento aeronáutico e insiste en que “son los trabajos mejor pagados donde más consumo hay”. 

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Usuarios de la Fundación Jorge Talavera en una sesión de boxeo terapéutico / Rafa Arjones

Eliminar la rabia

Para Álvaro, boxear durante esta etapa ha supuesto una vía para eliminar la rabia con la que convivió durante su adicción, pues “te hace personalizar los problemas y te enfrenta directamente a ellos”. Eso es precisamente de lo que habla Francisco como entrenador terapéutico. La ira a la que se refiere el paciente es muy común en las personas con adicciones: “A través del deporte conseguimos descargarla sobre un saco y no sobre sus familiares o ellos mismos, así como que terminen yéndose a consumir descontroladamente”. Los usuarios que practican este tratamiento consiguen eliminan la ansiedad que provoca coexistir con una adicción de cualquier tipo. “Hay un contacto, siempre muy suave y vigilándoles en todo momento. Al no haber una preparación para una competición, la agresividad y el contacto físico quedan a un lado”, explica Guijalba. Un deporte basado en la disciplina y el compañerismo que acompaña a decenas de historias de superación como las de Joaquín y Álvaro. 

En deuda con el boxeo

“Estoy en deuda con el boxeo”. Una frase que no solo une al campeón mundial Manel Berdonce (55) con Francisco Guijalba, sino que es la premisa más escuchada en el mundo de los rings, guantes y noqueo. Conocido como El Tigre de Tetuán, regenta hoy un gimnasio de boxeo en el barrio madrileño de Las Tablas en el que instruye a todo tipo de personas. “Es un deporte que te atrapa. Creas una especie de adicción inmensamente más beneficiosa que las drogas o al alcohol. Las familias ven la esperanza de poder recuperar a sus seres queridos a través de la superación en la pista”, relata Manel. 

Un entrenador de su categoría ha de dominar la técnica, la táctica o la preparación física, pero sobre todo ha de contar con herramientas psicológicas con las que trabajar a través de charlas motivacionales: “Debemos ir cambiando la mentalidad de las personas con adicciones, que por lo general son muy agradecidas y que necesitan severidad y cariño a partes iguales”. Berdonce admite que no hay nada más reconfortante para él que poder ayudar a alguien en su proceso de desintoxicación y, si es a través de un arte como el boxeo que tanto éxito personal y profesional ha traído a su vida, mejor. 

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