Opinión | VIERNES SOCIALES
Robots de duelo
Presenta su voz, fabrica sus posibles respuestas, da la réplica al suplicante desesperado que acude a aliviar un dolor que no tiene alivio
Una persona con gafas de realidad virtual. / EPE
No seré yo quien critique la forma de llevar el duelo, de soportar los días y construir la ausencia, porque la ausencia se construye, segundo a segundo, hasta que el edificio levantado es sólido y sin fisuras, y su sombra alargada solo nos alcanza en determinadas épocas. Cada uno aprende a convivir con un dolor que no cesa, que solo se mitiga, para aparecer más rabioso cuando menos lo esperas. Yo no tengo palabras para hablar del dolor, escribí, por eso escribo, para rellenar el hueco de las palabras que no están, para construir una frase que sostenga su peso. Por eso no puedo criticar la búsqueda del alivio, del consuelo. Hay quien se lanza en brazos de la religión, y abraza su mensaje para creer que existirá un mañana. Otros buscan sus propios ritos, rutinas o silencios en el encierro de una casa que ya no es compartida. Y otros, finalmente, abrazan cualquier recuerdo, aunque sea inventado, como una tabla de salvación en medio de la tormenta. Y para inventar una realidad paralela dentro de la ficción no existe nada mejor que la inteligencia artificial, esa cosa extraña que ahora se utiliza para copiar trabajos o tesis doctorales y acabará por engullirnos si nos descuidamos. La IA ofrece ya la posibilidad de hablar con las personas que han muerto.
Presenta su voz, fabrica sus posibles respuestas, da la réplica al suplicante desesperado que acude a aliviar un dolor que no tiene alivio. Se llaman robots de duelo, y se crean a partir de la huella digital del fallecido. Pueden hacerse a petición de los allegados, o incluso cualquiera puede dejar instrucciones para que después de su muerte, se prepare un robot que sea capaz de interactuar con sus familiares. Todos desearíamos hablar una última vez con quienes ya no están. La muerte no es más que una conversación interrumpida, pero no sé si podríamos soportar una respuesta incongruente, no acorde con la memoria que guardamos, o enfrentarnos a lo que sucede con el avatar cuando sus hijos o nietos ya no quieren relacionarse con él. Ya nos enamoramos a través de las pantallas o compramos cualquier cosa que pueda ofrecerse. Lo que no esperaba era que se vendiera también el espejismo de que se puede vencer a la muerte, como si no fuera la consecuencia natural de la vida. Hay algo siniestro en estos robots del duelo, la esperanza congelada de Dorian Gray, un pacto con el dolor que no sabe de treguas ni armisticios, lo artificial en lucha con lo más natural de la vida, la soberbia de las máquinas contra la humildad de ser humano.
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