Opinión | VIERNES SOCIALES
Mi móvil, mi tesoro
Hemos convertido la vida en un bosque de contraseñas que es difícil atravesar
Ilustración teléfono móvil. / EPE
No, no quiero descargarme una aplicación para cualquier cosa. Ya tengo el teléfono hasta arriba de simbolitos con los que en apariencia puedo organizar el mundo, aunque no lo haga. Y además ni siquiera soy original. Ya lo han contado otras personas, por ejemplo, Boyero, que sabe mucho de cine y también de la vida, y por eso se niega a convertirse en una máquina expendedora. Y también está José Manuel, un amigo que sabe de estas cosas mucho más que nadie que yo conozca, y por eso mismo, reniega de estas descargas absurdas. Además, dice, no quiero pedir en un bar por una aplicación lo que puedo pedir al camarero, porque no quiero dejarle sin trabajo. Y es que estas personas que te animan a descargar la aplicación no se dan cuenta de que tiran piedras a su propio tejado laboral. No quiero realizar los trámites más rápidamente, sino mejor, y si puedo, asesorada.
Si tengo que buscarme la vida para la tarjeta de embarque, no me merece la pena pagar por una agencia de viajes, a la que acudo precisamente para evitarme estos quebraderos de cabeza. No quiero pedir cita por la aplicación para que me atiendan presencialmente, ni adjuntar documentos ni autorizaciones. No es cierto que te vuelva todo más fácil, lo complica mucho más, y eso que todavía me defiendo, pero pienso en las personas mayores con problemas de visión o de memoria, obligadas a teclear una y otra vez una contraseña olvidada. Hemos convertido la vida en un bosque de contraseñas que es difícil atravesar, porque si ponemos la misma, no sirve de nada, y si la cambiamos continuamente, estamos a merced del olvido y de los piratas informáticos. Así que no, no quiero descargarme la aplicación si puedo seguir teniendo atención en persona.
No soy un ser de otro tiempo, y me gusta estar al día, pero no me da la real gana dejarme enredar en esta maraña absurda. Prefiero comprar los billetes de autobús en taquilla, pedir directamente al camarero y comprar en vivo y en directo. No quiero consultar en el móvil el estado de mi cuenta, pero sobre todo no soporto que me obliguen a hacerlo. Y desde luego, no quiero conocer gente a través de la pantalla. Esto último aún no es obligatorio, pero tiempo al tiempo. En esta realidad extraña en que vivimos, si hemos conseguido crear una inteligencia artificial, poco vamos a tardar en clonar nuestra imbecilidad natural. Y entonces el móvil será nuestro tesoro y nosotros nos convertiremos no en Frodo, sino en Gollum, entes poseídos por aplicaciones en una historia que parecerá de ficción, aunque no lo sea.
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