Opinión | VERDIALES

Aprobación

Es nerviosismo lo que experimentamos una vez entregado el libro a la editorial. Después, nos preocupa el juicio del lector, claro, pero nunca tanto como el sumarísimo al que nos someterá la crítica, mayoritariamente masculina

Material promocional del nuevo libro de Sally Rooney en la librería Waterstones de Piccadilly, en Londres. / Waterstones / Facebook

Decía Rafael Sánchez Ferlosio, lo consideraba, y así lo dejo escrito, que “las únicas novedades de la cultura actual parece que no son ya más que los aniversarios”. No le faltaba razón al sabio de Prosperidad. Tuve la suerte de conocerlo. Me recibió, trajeado y cejijunto, en su casa de ese barrio madrileño al que hizo medio famoso, lo puso en el mapa literario, al menos, con las tertulias que en uno de sus bares organizaba.

A Ferlosio no le gustaba la espontaneidad y, por eso, era poco amigo de las entrevistas, apenas daba. Pero, por intermediación de un buen amigo, su editor entonces, me concedió un rato de charla a principios de abril de 2015.

“Los días felices los pone allí el recuerdo. Por eso son tan tristes”, reza otro de sus celebrados pecios. Y, sin embargo, en mi memoria, conservo aquel encuentro a salvo de la melancolía, como uno de los más bonitos que me ha regalado el periodismo, con aquella frase final, que me apresuré a anotar, segura de que sería el titular de la conversación: “Del pasado no tengo más que vergüenza, de toda mi vida, hasta ayer”.

Estaba, como digo, en lo cierto el autor de El Jarama (cobarde, no me atreví a preguntarle por su obra más conocida, sabedora de sus reticencias hacia ella) en lo que sostenía acerca de las efemérides y sus usos y abusos reporteriles. Pero hay citas ineludibles, obligadas, por la mitología que arrastran y encierran, y en una de ellas me encuentro en estos momentos sumida, presa, sería lo correcto, pues no hago otra cosa más que leer a y sobre la autora que la protagoniza.

El próximo 4 de octubre se cumplirán 50 años del suicidio de Anne Sexton, cuyos versos, en especial sus Poemas de amor, llevan acompañándome toda mi vida adulta. Repasando la hemeroteca de los días posteriores a su muerte, me he encontrado con algo que le dijo a la también escritora Erica Jong cuando esta le confesó el “terror” que sentía ante la posibilidad de publicar un nuevo poemario: “No te obsesiones con la recepción del libro. La cuestión es seguir adelante; tienes toda una vida de trabajo por delante; no tiene sentido perder el tiempo esperando la aprobación. Todos la queremos, lo sé, pero la cuestión es llegar a ella honestamente; ese es el objetivo”.

Experiencia

La autora de poemas como La menstruación a los cuarenta o El aborto sabía bien de lo que hablaba. El crítico James Dickey escribió una devastadora reseña sobre Todos mis seres queridos, su segundo libro, en el New York Times en la que aseguraba que “sería difícil encontrar a un escritor que se detenga más insistentemente en los aspectos patéticos y repugnantes de la experiencia corporal”. La poeta recortó aquel trozo de periódico y lo guardó en su cartera, donde su hija Linda lo encontró la noche de su suicidio, más de una década después de su aparición en la prensa.

Sexton murió siendo considerada una de las voces más influyentes de la poesía estadounidense de la segunda mitad del siglo XX, pero tras su nombre venía siempre el apellido confesional, lo que hoy podría traducirse como autoficción, un género que, sorprendentemente, en el caso de las mujeres suele conllevar descrédito.

Es aprobación, sí, lo que ansiamos, y nerviosismo, cuando no ansiedad, lo que experimentamos una vez entregado el libro a la editorial. Después, nos preocupa el juicio del lector, claro, pero nunca tanto como el sumarísimo al que nos someterá la crítica, mayoritariamente masculina.

Son ellos, sobre todo, quienes decidirán si lo que hemos escrito es bueno, digno, aceptable, correcto, prescindible, irrelevante, fallido. Y si, con suerte, recibimos una palmadita en la espalda, nos enfrentaremos a la siguiente novela con una cierta e inocente ilusión, sin ser conscientes de que el paternalismo es una de las peores manifestaciones del machismo. En eso pensaba, recordando las palabras de Anne Sexton a Erica Jong, mientras repasaba las críticas de Intermezzo, el nuevo libro de Sally Rooney.

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Reniego, y desconfío, de las etiquetas, literarias, generacionales, sexuales, de género, y las diosas me han librado de tener que ejercer el reseñismo ilustrado. Sólo sé que disfruté mucho leyendo la novela de Rooney, una historia, escrita con una sensibilidad exquisita, sobre el duelo, la pérdida, las ausencias, el amor y cómo los afectos condicionan nuestra vida. Leedla. Las conclusiones siempre deben ser propias.

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