Opinión | INDEPENDENTISMO

'Que tinguem sort'

Le tengo tanto cariño y tanto respeto a Lluís Llach que me cuesta cabrearme con él. Sólo le preguntaría quién y cómo pone los límites para poder saltarse una ley

El presidente de la ANC, Lluís Llach, durante la manifestación de ACN por la Diada, a 11 de septiembre de 2024, en Barcelona, Cataluña (España). / Europa Press

Verano de 2017. La pandemia aún no estaba en el horizonte. El Real Madrid acababa de ganar la Liga. Faltaba menos de un año para que Sánchez descabalgara a Rajoy. Y ya se intuía que lo del 'procés' podía acabar como el rosario de la aurora: por el órdago que decidió lanzar el independentismo a todo un Estado, ignorando además a la mitad de los catalanes, y por la feroz respuesta en forma de porrazos el 1 de octubre, más las posteriores condenas de prisión. El fracaso de la política fue clamoroso; por la pasividad de unos y el atrevimiento de otros. Aunque aquí, como en casi todo, no cabe la equidistancia. Si consideramos la ley como única alternativa a la selva, construir un proyecto ignorando esa ley es empezar la casa por el tejado y tener muchos números para que se derrumbe el edificio. Por eso, la independencia de Cataluña, que entonces ya se antojaba muy complicada, aparece hoy como una quimera. ¿Aspiración legítima? Pues claro, pero no a las bravas.

En aquel verano de alto voltaje, una cena entre amigos o familiares podía convertirse en un campo de minas. Y fue en una de esas reuniones donde alguien defendió lo de saltarse las leyes, invocando el ejemplo de Rosa Parks; aquella activista negra que provocó un terremoto en Alabama, y en todo Estados Unidos, al negarse a ceder su asiento del autobús a un blanco. Vulnerando una ley que estaba en vigor, evidentemente. Pero es que la asimilación de una norma racista en la Norteamérica de los años 50 con las leyes de una democracia del siglo XXI, por imperfecta que resulte, me pareció demasiado ofensiva como para ignorarla. Así que abandoné la conversación. Me he acordado de esa cena por alguna entrevista que Lluís Llach ha concedido con motivo de la Diada, donde ha insistido en esa misma comparación. Le tengo tanto cariño y tanto respeto que me cuesta cabrearme con él. Sólo le preguntaría quién y cómo pone los límites para poder saltarse una ley. Y le recordaría que las comparaciones, además de odiosas -y peligrosas- pueden ser ridículas. Aunque, por encima de todo, estaré siempre con su mensaje: “Que tinguem sort”. 

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