Opinión | DÉCIMA AVENIDA

Retrato del monstruo

El documental de Carles Tamayo recién estrenado en Prime retrata la torre de mentiras de un depredador condenado

Carles Tamayo, en 'Cómo cazar a un monstruo'. / AMAZON PRIME VIDEO

La historia que narra el documental Cómo cazar a un monstruo, recién estrenado en Prime, es espeluznante en todo el sentido de la palabra: sobrecogedora, estremecedora, aterradora, escalofriante, horrible, espantosa, monstruosa, terrorífica, horripilante y pavorosa, según la definición de la RAE. En resumen: el periodista Carles Tamayo cuenta la historia de Lluís Gros, condenado a 23 años de cárcel por abusos sexuales a menores. Gros trabajaba como proyeccionista en un cine de Masnou, donde Tamayo lo conoció de niño. Pretendía que el periodista, un youtuber de éxito con documentales de investigación periodística, filmara una película que plasmara su vida y, sobre todo, su inocencia. Tamayo no tiene dudas sobre la culpabilidad de Gros y construye una investigación que permite conocer de cerca al monstruo, dando voz a los testimonios de otras víctimas, además de las que sufrieron abusos en el cine, lo que le valió a Gros la condena.

Cómo cazar a un monstruo es inverosímil, tanto que, si fuera un trabajo de ficción, no nos lo creeríamos. Que sea tan increíble contribuye de manera notable a la náusea que genera. Gros, culto, amante del cine y de la literatura, el negativo atroz de Cinema Paradiso, se muestra ante la cámara como una persona egoísta, sin remordimientos, mentirosa compulsiva, desasociada de lo que hizo y del daño que causó. Es increíble lo que Gros permite que Tamayo grabe, desde su relación telemática e inapropiada con adolescentes a los que apenas conoce hasta su decisión de huir de la justicia. Sin pudor, sin aparente consciencia de la realidad, muestra su menosprecio por sus víctimas, su sentimiento de impunidad, el castillo de mentiras en el que habita.

Este castillo se erige ante la cámara de Tamayo —siempre presente, nunca oculta; Gros sabía que el periodista lo grababa en todo momento— con una desfachatez pasmosa. Mentira a mentira, eufemismo a eufemismo, el monstruo construyó una torre tras la que se refugió porque creyó en ella. La mentira era su mundo. El documental la muestra por lo que es: un grotesco ejercicio de cinismo, pero conviene no minusvalorarla. Esa torre permitió al monstruo no solo justificarse y tolerarse, sino persistir. También fue una torre de impunidad.

Tal vez esta sea la parte más espeluznante del documental: la desnuda exhibición del sentimiento de impunidad. Condenado en firme, Gros evita el ingreso en prisión con tácticas dilatorias burdas, como una enfermedad imaginaria o ausentarse de su domicilio. ¡Y le funciona! Como espectador, esto enerva, y Tamayo —brillante en su relato, siempre con la brújula moral bien orientada— alucina con nosotros. Al mismo tiempo, Gros niega su culpabilidad y maniobra para evitar cumplir la condena. Se presenta como víctima, y la duda persiste: ¿de verdad se lo cree o es todo un gran ejercicio de ilusionismo? Pero asusta mucho esta impunidad y sus consecuencias reales: víctimas marcadas de por vida, nunca recompensadas, a las que Gros jamás reconoce como tales.

Como indica Tamayo en un momento del documental, algunas de las víctimas reales que aparecen en él prefieren no mostrar su rostro. En cambio, el monstruo no siente ninguna vergüenza. Al contrario, se exhibe sin pudor, disfrutando de la atención que recibe, de la supuesta astucia con la que obra, de la impunidad con la que prosigue su vida sin cumplir su condena ni afrontar las consecuencias de sus actos, con su vida al fin como protagonista de una historia cinematográfica, como las que exhibía en el cine de Masnou. El clímax final, tan increíble como toda su historia, está marcado por su expresión de incredulidad al ser detenido. ¿Cómo puede sucederme esto a mí?

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Periodísticamente, Tamayo ha hecho un trabajo más que notable. Deconstruye el género del true crime y toma partido sin complejos en la historia que cuenta. Muchos se fijarán en el proceso y en el llamativo final (del que se puede discutir largo y tendido), pero lo que sobre todo presenta Tamayo es un brutal perfil periodístico de un monstruo espeluznante al que ha tenido acceso casi total. No es un ejercicio sencillo, y el periodista ha salido airoso. A los espectadores nos queda una historia de terror sin maquillaje ni efectos especiales, reflejo implacable de la realidad. Espeluznante. 

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