Opinión | ARENAS MOVEDIZAS

El impostor era él

El profesor italiano que fabrica bulos en internet para demostrar la falta de rigor de algunos medios ha acabado convirtiéndose en uno más entre la tropa de indeseables que viraliza noticias falsas

El escritor Javier Cercas, una de las últimas víctimas del 'asesino de Twitter'. / EFE

Parece una paradoja que el conocido como el asesino de Twitter, el profesor italiano que se inventa muertes de celebridades para hacer picar a los medios, haya elegido como última víctima de su ‘juego’ al escritor español Javier Cercas.

Javier Cercas es autor, entre otras novelas, de El impostor, una obra de no ficción donde cuenta la historia de un farsante, Enric Marco, que transita por la vida haciéndose pasar por una víctima del campo nazi de Mauthausen. Conforme acumula una mentira tras otra, la siguiente debe ser todavía mayor para sostener la anterior, y así Marco va vadeando los retos que se le ponen por delante hasta que resulta imposible desdecirse o no continuar con su farsa.

El profesor italiano, que da clases de historia y literatura y al que también dicen periodista en las crónicas, se llama Tommasso Debenedetti y dedica su tiempo libre a ‘matar’ a gente en internet. "¡Ha muerto Vargas Llosa!", "¡Ha muerto Murakami!", "¡Ha muerto Javier Cercas!", operaciones que trata de colar como experimentos en absoluto alejados al de aquel al que se le ocurrió anunciar la muerte de José Luis Perales. "¡Ha muerto José Luis Perales!".

La insistencia de este fulano —practica el ‘experimento’ desde hace 12 años— se entremezcla ya con las acciones de cientos de miles de usuarios de internet que acostumbran a poner en marcha idéntico juego. En su calidad de intelectual, al que la mayoría de internautas desconocen, se dedica a la misma actividad en fase de expansión que es fogueada a cada minuto desde cuentas anónimas. Debenedetti ha acabado por convertirse en una suerte de Alvise con mimbres de erudito. Carece de mérito lanzar fake news desde X porque esta red ya está institucionalizada como sumidero de noticias falsas. A pesar del supuesto interés experimental, Debenedetti no da la solución, sino que alimenta el problema.

Dado que Debenedetti no tiene nada nuevo que probar pero continúa con su labor farfullera, el profesor se ha consolidado como otro propagador más de mentiras que utiliza como laboratorio de pruebas el campo de minas en que personajes como Donald Trump o el propio dueño del negocio, Elon Musk, han trasmutado las redes sociales. El Gobierno de Brasil ha resuelto el apagón de X en ese país. La medida equivale a lo que en España conocemos por poner puertas al campo, aunque presupone que algunas instituciones comienzan a tomarse en serio lo de plantar cara a las plataformas que lejos de acotar la proliferación temeraria de infundios, también lo fomentan.

"Esto es, claramente, un juego literario. Hoy, en nuestra sociedad que vive en las redes sociales y en la web, la frontera entre verdad y mentira, realidad y ficción, no existen", argumenta Debenedetti, que trata de envolver en un caparazón docto y ejemplarizante lo que otros hacen desde el anonimato sin tanta alharaca. "¡Ha muerto Kazuo Ishiguro!", "¡Ha muerto Houellebecq!" También se inventó en su día entrevistas con Gorbachov, con Vázquez Montalbán o con Noam Chomski, con la pretensión de que los medios de comunicación las repicaran para demostrar así fallos estrepitosos en la seguridad y en la obligación de contrastar la información, por urgente que ésta sea.

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En la novela de Javier Cercas, que acaba desenmascarando a Enric Marco, el falso prisionero de Mauthausen, se lee: "Si sus mentiras salvaron a Marco, la verdad que estoy contando en este libro le matará". Al falso prisionero le movía una necesidad enfermiza de alimentar su ego y de reclamar una atención multitudinaria a base de construirse una vida que le procurara tiempo de gloria bajo el mayor número posible de focos sin que importaran los daños colaterales. A Debenedetti también acabará matándolo. A fuerza de convertirse en uno más entre los fabricantes de embustes, resulta que el impostor era él.

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