Opinión | SALIDA DE EMERGENCIA

Desinformar, esa nueva pandemia

Cada vez más políticos se suman a una arriesgada espiral donde nada parece tener fin, todo es posible y no importan las víctimas ni las consecuencias

Former U.S. President Donald Trump attends the closing arguments in the Trump Organization civil fraud trial at New York State Supreme Court in the Manhattan borough of New York, Thursday, Jan. 11, 2024. (Shannon Stapleton/Pool Photo via AP) / POOL PHOTO / Shannon Stapleton

Dicen que la Inteligencia Artificial ha llegado para quedarse; también lo ha hecho la desinformación que se está convirtiendo en estos tiempos en el arma más potente con la que juegan no solo los políticos, también todo aquel que ha descubierto que es una fórmula infalible para crear confusión, generar incertidumbres y ya se sabe: a río revuelto, ganancia de pescadores. A lo largo de los últimos años hemos visto muchos tipos de esos que derraman la desinformación para obtener beneficios muy concretos en un contexto social empobrecido y especialmente temeroso y en el que sus ciudadanos están deseosos de que un dios de carne y hueso los saque de sus vidas miserables.

Sin duda, a nivel mundial, Trump, Bolsonaro y Boris Johnson encabezaron, uno de ellos sigue encabezándolo, el trilerismo político, donde las cosas y las cifras que se dicen no son más que el lugar para poner los pelos de punta y hacer creer que realmente eso es así, porque si Trump lo dice sus seguidores jamás lo dudarán y él lo sabe, y sus asesores lo saben, y de esa forma ese titular que no es verdad se convierte en viral y se entiende por verdad y contribuye a que la desinformación sea la pandemia de este siglo, y poco a poco se vayan destrozando fundamentos en los que se basaban las relaciones humanas y entre pueblos y que tenían que ver con la solidaridad.

Cada día es más la desinformación y cada vez son más los políticos que se suman a ese juego en una arriesgada espiral donde nada parece tener fin y todo es posible y no importan las víctimas, que las hay, ni las consecuencias que tiene convertir la anécdota en titular o la de reventar la redes con insinuaciones del todo falsas, pero que algunos partidos creen necesarias en bien de sus propias convicciones. Sin ir más lejos, este verano, en España, asistimos a un hecho terrible cuando un muchacho que estaba jugando con sus amigos en la plaza de su pueblo fue apuñalado por un enmascarado y falleció; entonces, ante el hecho de ir el asesino enmascarado, surgió una marea en las redes culpando a una persona inmigrante, sin nombre, pero sí inmigrante.

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Y ese bulo corrió y corrió y yo me pregunto cuántas personas siguen pensado que el asesino fue un inmigrante y no un chico español de 20 años que pasaba unos días en el pueblo y padecía una enfermedad mental. No lo sé, pero serán cientos y miles porque con tanta desinformación se alimenta la necesidad de creer que todos los problemas tienen un causante con diferentes nombres según la ocasión: inmigrante, mujer, ateo, cultura, zurdo... Mientras, la pandemia de la desinformación no cesa.

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