Opinión | OPINIÓN
Electrodoméstica
Los pequeños electrodomésticos están hechos a la medida de nuestro humor cambiante
Electrodomésticos apilados / EPE
Todos tenemos una biografía electrodoméstica. Igual que tenemos una biografía viajera, una biografía sedentaria, una biografía libresca, una biografía burocrática, una biografía otorrinolaringológica. Tenemos muchísimas vidas y biografías dentro de nuestra biografía y nuestra vida. Entiendo por biografía electrodoméstica nuestro contacto con los electrodomésticos a lo largo de nuestra existencia. Somos animales en perpetuo contacto con las cosas, y ese contacto nos hace lo que somos. Puede que a menudo seamos animales pensantes, pero sobre todo somos animales táctiles: en el rozar, en el palpar, en el acariciar, en el tocar se nos va el tiempo.
El caso es que todos tenemos nuestro pasado, nuestro presente y nuestro futuro electrodoméstico. De entre las vidas secretas que arrastramos, la electrodoméstica me parece una de las más importante: doméstica, y eléctrica a la vez, íntima y tecnológica. Lo que sucede de puertas para adentro de nuestra casa es lo más importante que nos ocurre: en realidad, todo lo que hacemos en el mundo exterior lo hacemos para que puedan ocurrirnos cosas buenas en el interior, en nuestra casa. Como sufro una deformación que no sé si es profesional, relacionada con la observación de lo que aparenta ser poco importante en relación con otros asuntos, me inclino siempre hacia el trato con los pequeños electrodomésticos.
Los grandes son demasiado eso: grandes. Demasiado grandilocuentes. La nevera me resulta más memoriosa de lo aconsejable. Un armario que conserva el presente congelado, para que salga a relucir cuando uno menos se lo espera, es poco de fiar. En el congelador todos guardamos algún mamut predispuesto a la resurrección. Y de la lavadora ¿qué os voy a contar que vosotros no sepáis? Ese artefacto es diabólico, una caja giróvaga que conoce todas nuestras manchas, nuestros fluidos. Las lavadoras me infunden un respeto poco amigable. Cuando centrifugan tengo la sensación de que están escurriendo Historia, para que se confunda y desaparezca.
En cambio, los pequeños electrodomésticos están hechos a la medida de nuestro humor cambiante. Soy mucho más amigo de las cafeteras, de los microondas, de los secadores de pelo, de las tostadoras de pan, de las batidoras, de las licuadoras de fruta, de los exprimidores eléctricos: amadas máquinas de nuestro día a día. Esos cachivaches que andan por la cocina, por los baños, en el dormitorio (los ventiladores, que en España, al paso térmico que vamos, se van a convertir en máquinas de respiración asistida), todos esos artefactos son herramientas de felicidad momentánea.
Además, les tenemos el apego suficiente: ni poco ni mucho. Cuando se nos rompe una nevera, el acontecimiento se tiñe de gran catástrofe personal; pero cuando se nos escacharra el cepillo de dientes eléctrico le guardamos un instante de luto, lo tiramos a la basura y nos compramos otro. Hasta para despedirse, los pequeños electrodomésticos tienen una extraña dignidad modesta.
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