Opinión | MACHISMO

Olimpiadas

El ocultamiento de los logros femeninos se reconoce como una forma más de la violencia que reciben por el solo hecho de ser mujer

Ceremonia de inauguración de los Juegos Olímpicos de París. / Martin Divisek

A menos de una semana para finalizar los Juegos Olímpicos, la ceremonia de inauguración sigue dando que hablar. Hay quien dice que fue un espectáculo irreverente y hay quien defiende que fue una demostración del pasado revolucionario e ilustrado de Francia. En el primer caso se olvida que se trata de un país laico, mientras que en el segundo se recuerda la relevancia de la cultura francesa en la modernidad. Sin embargo, hubo un detalle al que se le ha prestado poca atención. Me refiero a las diez monumentales estatuas de mujeres célebres que se descubrieron en las cercanías del puente Alexandre III al son de la Marsellesa. Fue curioso que fueran emergiendo del Sena y saliendo a flote gracias a un mecanismo que elevaba el pedestal sobre el que estaban colocadas. Toda una metáfora visual de lo ocurrido con el ocultamiento de los logros de las mujeres en la historia de la humanidad. Fue un reconocimiento merecido y una manera artística de mandar un mensaje de denuncia hacia la narrativa oficial de una historia de hombres ilustres, donde las mujeres no contaban o lo hacían de manera inusual y poco significativa.

Es cierto que en la actualidad ha empezado a resquebrajarse el sesgo cognitivo masculino que se aplica a los hitos históricos. Ahora bien, que durante el suceso más mediático del momento, televisado y visto por millones de personas, se rindiera homenaje a diez mujeres que sobresalieron en diversas épocas y ámbitos, tiene su «quid». Las mujeres seleccionadas y destacadas con una estatua dorada, símil de la medalla de oro olímpica, fueron: Christine de Pizan (1364-1431), Olympe de Gouges (1748-1793), Gisèle Halimi (1927-2020), Simone Veil (1927-2017), Simone de Beauvoir (1908-1986), Lousie Michel (1830-1905), Paulette Nardal (1896-1985), Jeanne Barret (1740-1807), Alice Guy(1873-1968) y Alice Milliat (1884-1957). De entre todas no podía faltar Alice Milliat, reconocida deportista francesa, que organizó en 1921 el primer encuentro deportivo internacional y a quien se le atribuye el mérito de haber conseguido que las deportistas fueran incluidas en los Juegos Olímpicos de 1928 celebrados en Ámsterdam. Desde entonces, las mujeres participan y compiten en las modalidades de los deportes olímpicos.

A mi parecer, el reconocimiento al talento de diez mujeres francesas en medio de un fenómeno de masas, como son las Olimpiadas, dice mucho del aprecio que Francia hace de la historia de su país. Rehabilitar su memoria, saber quiénes fueron y qué aportaciones tuvieron las mujeres en las artes, las ciencias, los deportes y la cultura en general, es una tarea que comenzó con las investigaciones y los estudios universitarios de género de los años setenta del siglo pasado y sigue en curso en el presente. Hay que saber que esta omisión no ha sido un descuido, sino que responde a la voluntad deliberada de presentar al sujeto masculino como único sujeto de conocimiento y exclusivo actor del relato histórico hegemónico. Además, en la actualidad, el ocultamiento de los logros femeninos se reconoce como una forma más de la violencia que reciben por el solo hecho de ser mujer.

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No es extraño, pues, que la ocultación y apropiación masculina del legado femenino haya sido una constante historiográfica. Por eso mismo, el proceso de visibilidad y desvelamiento de la importancia de las mujeres en la historia ha requerido su tiempo y no ha sido nada fácil. No lo ha sido porque ha supuesto un boquete considerable en el narcisismo masculino, sustentado secularmente por el «síndrome del ónfalos» que les ha hecho creerse el ombligo (ὀμφαλός) del mundo y el centro de todo. Esta creencia tiene su arraigo en una épica de héroes que sigue vigente en el imaginario colectivo. Desde luego, hace falta mucha arrogancia, mucha hibris (ὕβρις hýbris), para excluir hoy a las mujeres de la historia y, en consecuencia, urge una cierta dosis de humildad epistemológica con la que atisbar la escala de esa exclusión y replantearse por qué unos están y otras no. Con todo, la cuestión clave reside en saber ¿por qué nadie nos lo había contado hasta ahora? Si antes no se sabía, ahora ya se sabe y no hay excusas para seguir ignorándolo. Sin duda, desentrañar cuanto late oculto, subterráneo y silente, en torno al papel que las mujeres han desempeñado en la historia, es una cuestión de rigor académico, de justicia y de honestidad. Y Francia, país anfitrión de los Juegos Olímpicos 2024, ha querido recordarlo.

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